Tras levantar La Séptima, el Real Madrid viajaba a Japón para disputar la Copa Intercontinental.
El 1 de diciembre de 1998 se enfrentaba a Vasco da Gama, 38 años después de ganar dicho trofeo por primera vez.
Entonces los equipos sudamericanos tenían un potencial muy superior al actual y no era tan extraño que el trofeo se fuera para Sudamérica. La Intercontinental era un torneo mucho más reñido que el actual Mundialito de Clubes.
El Real Madrid se adelantaba gracias a un afortunado disparo lejano de Roberto Carlos. Juninho Pernambucano ponía una igualad, que se mantuvo hasta que Raúl Gonzalez Blanco nos deleitó con una frivolité que ha quedado para la posteridad con el nombre de «el aguanís».
Ese nombre tan mundano tiene una historia de esas que nos acercan al fútbol humilde. A los campos de tierra con el Mikasa rodando.
Raúl, dio sus primera patadas a un balón en el humilde San Cristobal de los Ángeles, el equipo de su barrio. Por aquel entonces, ya hacía ese regate, y los padres, habituales en aquella grada, lo bautizaron así. El aguanís.
Un nombre que suena a barrio, a tasca castiza y a parroquiano de toda la vida.
Tras la final los periodistas entrevistaron al padre de Raúl, Pedro, quien espontáneamente llamó al regate como lo habían hecho toda la vida en el barrio.
Sin saberlo, acababa de bautizar internacionalmente aquella genialidad de su hijo con el nombre que quedó para los anales de la historia futbolística.