El madridismo le reconoce como el gran artífice de La Séptima. No fue una Copa de Europa más. Significó el regreso a la élite de un club que llevaba 32 años sin tocar la gloria. Sin alzar la «Orejona».
Esto por suerte o por desgracia fue culpa entre otros, de un tal Lorenzo Sanz. Va por usted presidente.
Lorenzo Sanz llegó a la directiva de Real Madrid en 1985, como miembro del equipo directivo de Ramón Mendoza, siendo vicepresidente durante la última etapa de este.
Cuando Ramón Mendoza se vio obligado a dimitir, las cuitas internas ya habían dado como vencedor a Lorenzo Sanz en su batalla con Villar Mir, que ya había salido dejándole vía libre a la presidencia en noviembre de 1995.
Durante el verano siguiente se llevó a cabo una de las reformas de la plantilla más profundas que se recuerdan. Una limpia en toda regla.
Aires renovados
La pieza clave de su proyecto sería Fabio Capello, el centurión del AC Milán que había humillado al Dream Team en la final de Atenas.
Capello armó un gran equipo con poca inversión, ya que, las arcas del Real Madrid seguramente pasaban por el peor momento de su historia.
Evidentemente en esto de la planificación deportiva y sobre todo las negociaciones tuvo mucho peso el presidente.
Llama la atención el gran acierto en los fichajes, con un porcentaje de éxito realmente asombroso en una reforma de tal calado.
Fichó a Bodo Illgner, a pesar de tener un buen portero como Santi Cañizares, se escogió al alemán por su altura. Del Inter llegó Roberto Carlos, seguramente de los mejores fichajes en la historia del club.
Para el medio campo se intentó el fichaje de Christian Karembeu, pero al no conseguirlo optaron por su compañero en la Sampdoria, Clarence Seedorf. Un acierto sin duda.
Karembeu llegó la temporada siguiente. La delantera se reforzó con Pedja Mijatovic del Valencia y Davor Suker del Sevilla.
Para el lateral derecho ficharon al portugués Secretario. Único borrón en el expediente de contrataciones, que hizo necesaria la llegada de Christian Panicci en diciembre. A la segunda fue la vencida.
La 96-97, primera completa de Lorenzo Sanz como presidente, se saldó con el campeonato de Liga, aunque no me voy a detener en ello para centrarme en su gran logro, la Copa de Europa de la 97-98.
En busca de cotas mayores
A pesar de los éxitos, el capitán de la expedición, Fabio Capello, decidió dejar el club a final de temporada. Jupp Heynckes, hasta entonces entrenador del Tenerife sería el encargado de suplirle.
La columna vertebral del equipo que había asombrado por su regularidad seguía siendo la misma, salvo alguna excepción, pero su funcionamiento ya no era el mismo.
En Liga regresaron los fantasmas del pasado. Irregularidad. Falta de gol. Juego espeso y lento. Una ruina, del año anterior quedaban los nombres, pero de su juego ni rastro.
Muchos jugadores reconocieron que involuntariamente su mente estaba puesta en la Copa de Europa, que sin querer desconectaban en la Liga. Podían hacer un partido desastroso un domingo y asombrar a al continente el martes. Todo un misterio.
La séptima era una quimera asentada en el imaginario de todo madridista. Un sueño utópico ansiado por todos, pero algo improbable de conseguir dada la situación del club en aquel momento.
El Real Madrid de los 90 era un club “modesto” en Europa con un pasado glorioso Esas 6 ánforas de sus vitrinas parecían meras reliquias, gloriosos vestigios del pasado. No era ni mucho menos un aspirante al título.
Ese complejo de inferioridad había aumentado desde que el eterno rival levantara su primera Copa de Europa en 1992. En cualquier cena de Navidad o discusión de bar, la Copa de Europa había sido siempre el orgullo merengue.
«La Séptima». Una obsesión
Su principal refugio y mejor golpe contra el “enemigo culé”. Armamento que había ido quedando obsoleto a lo largo de los años, hasta quedar fuera de circulación con el título conquistado en Wembley.
El famoso ¿Cuántas Copas de Europa tiene el Barça? Se convirtió en ¿Cuántas en color tiene el Madrid?
El conjunto blanco llevaba décadas soñando con la consecución de la séptima Copa de Europa que acabara con la maldición, pero ninguna de las grandes generaciones que habían ido pasando por el club desde el ’66 había logrado la gesta.
El Madrid de las 5 Copas de Europa, también llamado el de Di Stefano y no es para menos, había dado paso a las solitaria Copa de Europa en el ’66 de los Yé-yé.
Una plantilla a la que pertenecía Manolo Sanchís padre, que zanjaba cualquier discusión con Sanchís hijo recurriendo a dicho título.
Después vino el Madrid de los García y su derrota frente al Liverpool en la final del ’81. Estos dieron paso a “La Quinta del Buitre” que a punto estuvo de llegar a la cima en 1988, cuando a pesar de su vitola de favoritos sucumbieron ante el modesto PSV en semifinales.
Así generación tras generación. Desilusión tras desilusión, con una mochila cargada de complejos el pesimismo se había apoderado del club, que vivía de glorias pasadas.
Llegó la hora
Aquella Champions no parecía la más propicia para los merengues, pero la pesadilla de años atrás terminó por convertirse en el más dulce de los sueños.
Los blancos pasaron como primeros de grupo. Los cuartos les depararon al Bayern Leverkusen, un club en buena forma en aquel momento, pero sobre todo un club alemán, siempre temidos en la «Casa Blanca» por sus malas experiencias previas.
A pesar del susto inicial pasaron sin demasiados apuros, cosechando un meritorio empate en tierras germanas, donde no solían sacar buenos resultados. El 3-0 en el Bernabéu sentenció la eliminatoria.
¿Qué no quieres sopa? Pues toma dos tazas. En Chamartín no gustaban nada los clubes alemanes y el sorteo les deparó el más duro de todos, el Borussia Dortmund, vigente campeón de la competición.
El 2-0 de la ida fue suficiente, en aquel partido más recordado por el lío de la portería que por el resultado. En la vuelta los vikingos mantuvieron 0-0 en territorio teutón. Contra todo pronostico desde luego.
Los blancos estaban en la final 17 años después de la última vez. Se enfrentaban a la Juventus de Turín. Un club aguerrido comandado por Marcello Lippi, al más puro estilo italiano.
11 auténticos gladiadores, aunque no exentos de calidad, donde destacaban figuras como Zinedine Zidane o Alessandro Del Piero.
Esa «Vecchia Signora» jugaba su tercera final consecutiva, sin duda era el club mas en forma de Europa, con una combinación de trabajo en equipo, calidad y solvencia ofensiva.
Había vencido al Ajax en el ’96 y perdido contra el Borussia Dortmund en el ’97. Un accidente que no esperaban que les volviese a pasar. Eran los favoritos para levantar el título.
Con piel de cordero
A una semana del partido más importante en la historia reciente del Real Madrid, el club estaba hecho unos zorros como se dice coloquialmente.
Su única posibilidad de jugar la Copa de Europa pasaba por ganar en Ámsterdam al club mas poderoso del momento. El FC Barcelona había ganado la Liga y los blancos quedaron cuartos a 11 puntos. No es que los resultados fueran peor que su juego. Eran un fiel reflejo.
El propio Lorenzo Sanz contó que Heynckes estuvo a punto de dimitir una semana antes. Entró prácticamente llorando a su despacho y le dijo que había perdido el control de la plantilla. A pesar de su fama de sargento de hierro aquel vestuario le había tomado la medida.
El presidente viendo la gravedad de la situación a escasos días del partido de su vida se afanó en crear puentes de diálogo entre la plantilla y el cuerpo técnico. Comidas. Reuniones. Todo lo que hizo falta.
La situación no se arregló, pero las gestiones del presidente consiguieron que el barco navegase sin perder el rumbo hasta el gran día.
El final de la historia es de sobra sabido. Los italianos salieron a pasar pon encima al Real Madrid, que aguantó estoicamente. Tras el momento inicial el duelo se equilibró y pasó a un intercambio de golpes, en el que los blancos tuvieron más fortuna.
De padres a hijos
Aquel día la saga Sanchís igualaba la gesta de los Maldini. Las dos únicas parejas de padres e hijos que han conquistado la Copa de Europa.
El madridismo recuperó la ilusión perdida y con ella la mentalidad ganadora que tantos frutos le ha dado en Europa desde entonces.
Dos años después Sanchís doblaría a su padre en conquistas europeas, logrando en París el octavo título merengue ante el Valencia CF.
El Real Madrid. Tal vez por falta de confianza. Tal vez por superstición, no llevó champán a aquella cita en el Ámsterdam Arena. Marcello Lippi les cedió el de su equipo cuando se enteró. Todo un caballero.
Heynckes se fue como llegó, sin hacer ruido. Dos días después de levantar «La Séptima» dejó el club en lo más alto del continente tras solo una temporada en España.
Descanse en paz presidente. Las personas se marchan. Sus gestas perduran para siempre.
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