En un fútbol cada vez más cerrado en el que las defensas se imponen a los ataques, con los jugadores más pendientes de no cometer errores que de dar rienda suelta a su talento, todo está más igualado y cada vez es más complicado ver lo más importante de este deporte. El gol.
No por estar repetido hasta la saciedad deja de ser cierto. A balón parado las fuerzas se igualan. Un lanzamiento directo, la diferencia de estatura o un rechace ofrecen una magnífica oportunidad para obtener el preciado tanto.
El 10 de julio de 1994 en el duelo de cuartos de final de aquella Copa del Mundo entre Rumanía y Suecia asistimos a una jugada ensayada perfecta.
Los suecos se adelantaron en el marcador en el minuto 78 con esta obra de arte. Stefan Schwarz amagó con el lanzamiento directo y Tomas Brolin, oculto tras la barrera, se desmarcó y sin controlar fusiló la portería rival desde el lateral del área pequeña.
Seguro que lleno de orgullo el entrenador sueco esbozó una sonrisa mientras pensaba me encanta que los planes salgan bien, parafraseando al legendario Aníbal de El Equipo A.
Florin Raducioiu igualó el partido a dos minutos para el final y, tras el 2-2 en la prórroga, Suecia accedió de nuevo a la semifinal desde el punto de penalti, tras lograrlo por última vez en el torneo en el que ejercieron como anfitriones en 1958.