21 de junio de 1987 el Celta de Vigo está a solo unos puntos de regresar a la máxima categoría. Hoy os traemos uno de los capítulos más negros en la historia de máxima rivalidad del fútbol gallego.
Aquel día el Deportivo de La Coruña, ya sin posibilidades de ascenso, se presentó en el destierro de Lugo por el cierre de Riazor, con un once plagado de suplentes para su partido ante el CD Castellón. El objetivo era perder buscando una complicada carambola que evitase el ascenso directo de sus vecinos celestes.
El coliseo blanquiazul había sido clausurado por una bochornosa batalla campal durante el derbi gallego que se saldó con 17 heridos apenas unas semanas atrás y que marcó un antes y un después en esta tensa rivalidad.
Cargados de rencor
El Celta dependía de sí mismo para lograr el ascenso. Se podía permitir incluso perder por la mínima en su visita al Sestao, el otro equipo en la pugna por la primera plaza.
Por el contrario si los verdinegros vencían a los celestes por más de un gol y el Dépor doblegaba al Castellón, el triple empate daría el ascenso al Celta. Algo que los blanquiazules no estaban dispuestos a permitir.
La entidad herculina dejó en casa a todos los titulares, incluido Vicente Celeiro, máximo realizador del equipo aquella campaña con 22 goles. En aquella última jornada se estrenaron jugador que aún no habían debutado en la temporada y como era de esperar el Castellón se llevó la victoria en el Anxo Carro, 0-2.
Su parte para fastidiar al eterno rival estaba hecho. Lo demás no dependía de ellos. Su gozo en un pozo, porque al mismo tiempo el Celta igualó sin goles en Sestao firmando su regreso a Primera División, la “jugarreta” de sus vecinos no pudo aguarles la fiesta.
Es la cara más amarga de la rivalidad, que a veces hace ir a la gente en contra de los valores del deporte en nuestro bien amado fútbol. En los siguientes derbis se vio a pocos aficionados del equipo rival en campo visitante, por suerte poco a poco imperó la cordura y las aguas volvieron a su cauce.