Tras los triunfos en 1958 y 1962 Brasil era el gran rival a batir en la Copa del Mundo de 1966. La verdeamarela se presentó en tierras inglesas con un gran elenco de futbolistas entre los que sobresalía especialmente la dupla formada por Pelé y Garrincha, dos jugadores que juntos sobre el césped nunca perdieron un partido.
Ya desde el sorteo el torneo sobrevoló el aura de una posible “mano negra” contra los brasileños, que quedaron encuadrados en el “Grupo de la muerte” junto a Bulgaria, Hungría y Portugal.
La vigente campeona arrancó con una victoria 2-0 ante Bulgaria, en un choque en el que ya se pudo intuir que Pelé tenía una diana en la espalda para los rivales.
El zaguero Zhechev se empleó con extrema dureza contra el “10” brasileño ante la pasividad por parte del colegiado del encuentro.
Esto provocó que el seleccionador Vicente Feola decidiese reservar a su perla en el duelo ante Hungría, algo que los brasileños pagaron caro cayendo 3-1 ante Hungría, por lo que la victoria ante Portugal se antojaba indispensable si querían seguir defendiendo su corona.
Por lo civil o por lo criminal
Así brasileños y portugueses se dieron cita 19 de julio de 1966 en Goodison Park para aquel trascendental choque, con un Pelé renqueante integrando el once inicial de su selección.
Joao Morais fue el encargado de frenarle y no dudó en emplearse con tremenda dureza para cumplir su cometido. Desde el primer minuto le cosió a patadas ante la tibiieza del árbitro inglés George McCabe.
Pese a prácticamente no poder apoyar la pierna derecha siguió en el terreno de juego, pero no pudo evitar la victoria lusa 3-1 con doblete de otro futbolista colosal, su gran amigo Eusebio.
Mermado físicamente y frustrado por la injusticia “O Rei” anunció que se retiraba de la selección y no volvería a jugar la Copa del Mundo. Afortunadamente incumplió su promesa y cuatro años más tarde en tierras mexicanas culminó su obra liderando uno de los mejores equipos de todos los tiempos.