Clasificación para el Mundial de Alemania 1974. Por entonces Europa tenía 9 plazas y Sudamérica 3. Chile y la URSS se jugaban otra plaza que daba acceso al torneo más importante de Selecciones.
El 26 de septiembre ambos contendientes empataron a 0 en Moscú. La eliminatoria se decidiría dos meses después en el Estadio Nacional de Santiago.
Las Fuerzas Armadas de Chile habían dado un golpe de Estado contra el presidente Salvador Allende quince días antes. El país se sumía en el caos.
En medio de la barbarie
Precisamente el Estadio Nacional de Santiago de Chile fue utilizado por el general Augusto Pinochet como centro de detención y tortura a los opositores del nuevo régimen militar. El horror había tomado Chile.
La URSS alegó motivos políticos y cuestiones de seguridad para negarse a viajar. Renunciaron a disputar esa plaza en el Mundial a través de una carta que rezaba lo siguiente:
Pidieron un cambio de sede, pero los observadores de la FIFA dijeron que era apto para el encuentro. Las autoridades chilenas habían escondido a los presos y “maquillado” el estadio para que les diesen el visto bueno.
Algunas fuentes aseguran que por aquel estadio convertido en cárcel pasaron más de 40.000 personas, muchas de ellas torturadas y ejecutadas por el simple hecho de no comulgar con la dictadura.
El teatro de lo absurdo
Pese a la tragedia humana que se estaba viviendo la FIFA se encabezonó y obligó a los jugadores chilenos a saltar al campo y marcar un gol simbólico. Un esperpento.
No sabemos con qué intención pero el caso es que aquel 21 de noviembre de 1973 alrededor de 15.000 espectadores acudieron al campo a ver el partido fantasma.
Exactamente duró 30 segundos. La Roja hizo el saque inicial. Cuatro jugadores chilenos llegaron hasta el área rival y el capitán Francisco “Chamaco” Valdés marcó a puerta vacía. Fin del partido.
Carlos Caszely, el primer expulsado en la historia de un Mundial en 1970, aquella tarde se vistió de corto para nada y declaró lo siguiente sobre este partido fantasma:
Ocho años después Chile volvía a un Mundial, pero no estaban para celebraciones. Para completar el paripé, de los vestuarios saltó el Santos, en el que aún jugaba Pelé, para jugar una pachanga. Los brasileños ganaron 0 a 5.
Aunque a nadie le importase y nadie pensase en fútbol, había que amortizar la entrada pagada. Pura propaganda para el régimen.
La Copa del Mundo fue aciaga para los chilenos. Encuadrados en el Grupo 1 junto a Alemania Occidental, Alemania Oriental y Australia, se volvieron a casa a las primeras de cambio.
Como siempre los dirigentes a la suya. No hicieron nada bien y aquella tarde pasa por ser una de las más tristes de la historia de este deporte.
El fútbol “ayudó” a silenciar aún más a los que no tenían voz, y, lo que es peor, a los chilenos les quedaban por delante 17 años de dictadura militar.