Unas veces por el mal juego, otras por polémicas decisiones arbitrales o por «mala suerte». La cosa es que siempre pasaba algo y los cuartos de final se nos resistían.
Hasta que llegó la Eurocopa de 2008. Aquel 22 de junio «La Roja», como le gustaba decir a Luis Aragonés, controló el partido de cabo a rabo, mientras que los italianos se dedicaron a defender y poner balones a Luca Toni.
En la prórroga persistió el 0-0, a pesar de las innumerables ocasiones de los españoles. La «azzurra» nos tenía donde quería. En la lotería de los penaltis.
Seguramente confiaban en el que aun se consideraba como mejor portero del mundo, Buffon, decantase la balanza en su favor. España tampoco tenían mal portero, podría decirse que Casillas era el aspirante a la corona de su ídolo y adversario.
La tanda de penaltis dejó en manos de Cesc Fábregas el lanzamiento definitivo. Aquel que rompió la maldición de los cuartos dando paso a la etapa más gloriosa del fútbol español.