Se le pueden reprobar muchas cosas a “El Pelusa” (muchas veces con razón), pero lo que no se le puede negar es que siempre ha sido fiel a sus principios y ha mostrado su compromiso con los más necesitados.
En el verano de 1984 el “10” aterrizó en Nápoles. Tras una presentación multitudinaria (algo poco común en la época) el crack argentino no tardó en meterse en el bolsillo a la afición de San Paolo.
Mediada la temporada Pietro Puzone, natural de Acerra y compañero suyo en el SSC Napoli organizó un partido benéfico con el objetivo de conseguir fondos para operar al hijo de un amigo sin recursos.
Puzone, que fraguó una buena amistad con “El Pelusa” le pidió que le acompañara, sabedor de que su presencia daría mayor tirón al encuentro.
Se lo plantearon a su presidente, Corrado Ferlaino. Al parecer ya se había negado a prestar ayuda en nombre del club, tampoco cedió San Paolo para la disputa del partido benéfico y prohibió a sus futbolistas jugar.
Lejos de los focos
¿Qué hicieron? Saltarse la prohibición y acudir a la hora prevista al Stadio Comunale di Acerra, donde los espectadores triplicaban el aforo y los niños no paraban de saltar a un terreno de juego impracticable. El barro les llegaba por los tobillos.
Maradona llegó a pagar de su bolsillo un millonario seguro por si él o alguno de sus compañeros caía lesionado aquel día. Las instalaciones eran tan precarias que tuvieron que realizar el calentamiento en el aparcamiento.
La Real Acerrana cayó 0-4 ante el SSC Napoli, pero a nadie le importó el resultado aquel día. La gente acudió para ayudar a un chaval necesitado y ya de paso disfrutar del ídolo en acción.
Jugaron 12 contra 12 para quitarle la oficialidad al encuentro y burlar así las posibles represalias de la Federación Italiana o la FIFA, que tampoco daban su beneplácito a aquel partido benéfico.
Como pez en el….. barro
Maradona, ajeno a las inclemencias del tiempo y al barrizal en el que se disputó el encuentro deleitó a los presentes con sus gambetas. No se ahorró un ápice de esfuerzo. Compitió como si jugase frente al AC Milan o la Juventus de Turín.
Anotó dos goles, uno de ellos llevó el sello “Maradoniano”. Algunos dirán que aquel día sobre el barro de Acerra ensayó “el gol del siglo” que le haría a Inglaterra un año más tarde.
Además de su presencia, Diego aportó 15 de los 20 millones de liras que se recaudaron aquella fría y lluviosa tarde.
Allí estaba en su salsa. Rodeado de gente humilde en un barrio de clase obrera. Todo le recordaba a su Villa Fiorito. Maradona se sentía como en casa.
Aquel partido benéfico es imposible de ver en el fútbol actual. La gran estrella del momento jugando en un auténtico patatal, rodeado por edificios en ruinas. Para lo bueno y para lo malo, Maradona es así. Un tipo transparente. Sin medias tintas.
Ese gesto unido a los innumerables milagros futbolísticos que realizó sobre el césped de San Paolo le concedieron la devoción eterna de los napolitanos.
Este partido benéfico en Acerra muestra a Maradona en estado puro. Un Dios muy terrenal, con sus defectos y virtudes. Un genio del balón elevado a los altares futbolísticos, que nunca ha olvidado sus orígenes y siempre ha tendido su zurda a aquellos que más la han necesitado.