Mi carrera como futbolista profesional duró 25 años. En ese tiempo jugué como interior izquierdo en varios equipos de la Liga Francesa: Cercle Athlétique de Paris, Sochaux, Stade Rennais, RC Estrasburgo y Besançon RC, en el que me retiré en 1946.
Durante la terrible Segunda Guerra Mundial tuve que colgar las botas para ir al frente. En ese tiempo fui capturado por los nazis y pasaron tres años hasta mi liberación.
Tras dejar el fútbol profesional a los 38 trabajé en varios períodos como entrenador. Siempre en clubes modestos de mi país.
Fallecí en 2005. Tenía 97 años, pero nunca dejé de patear el balón cada domingo por la mañana con los niños y jóvenes de Besançon. Mi amor por este maravilloso deporte nunca murió.
Me convertí en leyenda del fútbol durante la primera Copa del Mundo. Fue en el modesto Estadios Pocitos, la casa de Peñarol en aquella época.
Aproveché mis vacaciones para poder jugar el Mundial de 1930
El fútbol de antes no era como el de ahora. Los transportes tampoco. Llegamos al país sudamericano tras quince días de interminable travesía en barco.
La cubierta era el “campo de entrenamiento” para las tres selecciones europeas que viajábamos hacia el primer Mundial (Rumanía, Bélgica y nosotros, Francia). Yugoslavia llegó por su cuenta hasta Montevideo.
Por aquél entonces jugaba en el Sochaux, actividad que complementaba con el empleo en la fábrica de Peugeot. Pude acudir a la cita mundialista aprovechando mi tiempo de vacaciones.
El 13 de julio de 1930 marqué el primer tanto del torneo. Fue en el minuto 19 del encuentro en el que mi selección ganó a México por 4 a 1. Un momento memorable para mí.
Las celebraciones entonces tampoco eran como las de ahora. Un choque de manos con los compañeros y a seguir disfrutando del fútbol.
Pude jugar diez partidos con mi selección, sólo una desafortunada lesión pudo frenar mi participación en la segunda edición de la Copa del Mundo, la que se disputó en Italia en 1934.
Si aún no me has reconocido, me presentó, soy Lucien Laurent, el primer goleador en un Mundial.