Ya durante la disputa de ese primer mundial, el de Uruguay 1930, y sin que Italia participase, se le atribuyen ciertas injerencias, que en principio formaban parte de un plan de Il Duce en su megalómana idea de Italia conquistase el campeonato del mundo.
Por su parte, la desdicha de Luis Monti, único futbolista que ha jugado dos finales de la Copa del Mundo con dos países distintos, no terminó en el Mundial de Uruguay 1930.
En 1931 Luis “Doble Ancho” Monti, el estaba llamado a ser el héroe de la albiceleste, se había convertido en el centro de todas las críticas en su país.
Finalmente, decide aceptar la oferta de aquel que provocó su caída en desgracia y marcharse a Italia para fichar por la Juventus de Turin.
Los planes de Mussolini, no eran únicamente que la Italia fascista participase en un Mundial de futbol. Il Duce quería organizarlo en Italia, para que sirviera de escaparate, pero sobre todo quería ganar.
Se sabía que el Mundial 1934 sería en territorio europeo, para compensar la organización americana cuatro años atrás.
Italia no era la única candidatura para organizar dicho Mundial, pero sí la que partía con cierta ventaja.
Injerencias políticas en el fútbol
Dentro del comité de organización estaban Achille Starace, secretario general del Partido Nacional Fascista, como presidente y el general Giorgio Vaccaro, también era miembro del comité, además de presidente de la Federación Italiana de Fútbol.
Viendo el panorama la otra favorita, Suecia, decidió retirarse de la carrera para la organización de la Copa del Mundo y finalmente Italia fue designada como organizadora en 1932.
Conseguida la primera parte del plan. Organizar el Mundial. Faltaba lo más difícil. Ganarlo.
Si para la primera edición hubo que presionar a los países para que participaran, en esta hubo un aluvión de peticiones, por lo que hubo que hacer una ronda de clasificación previa.
Uruguay rechazó participar y no quiso revalidar su título, siendo la única vez que la campeona no ha disputado la siguiente edición.
Tras las ausencias de los europeos en el torneo uruguayo, los americanos llevaron a cabo un boicot similar al realizado por los países del Viejo Continente en la edición anterior.
Si la mayoría de los sudamericanos no quisieron participar, los que lo hicieron no asistieron en plenitud de condiciones, como Argentina, que llevo un equipo amateur o Brasil que convocó una selección plagada de suplentes.
De los europeos se echó en falta a los ingleses, inventores de este deporte, que seguían remando a contracorriente y montando sus propios torneos totalmente ajenos al resto del mundo. Casi como hoy en día.
Un fútbol muy distinto
Cabe recordar que el fútbol aun era un deporte semiprofesional, con muchos aspectos que serían impensables en la actualidad.
Selecciones haciendo turismo antes y durante el torneo, jugadores uniéndose a la concentración el mismo día del debut o haciendo recepciones oficiales solo unas horas antes de jugar, como sucedió en Italia con el equipo belga.
Mención especial merece el delantero suizo Kielholz, que jugaba siempre con gafas y no se trataba precisamente de un modelo deportivo.
Para ganar un Mundial hace falta mucho más que organizarlo. Para empezar, tenían que formar un gran equipo y, aun así eso no garantiza la victoria.
En ese momento no es que Italia fuera una potencia futbolística precisamente y los buenos jugadores no aparecen debajo de las piedras de la noche a la mañana.
Uno de los pilares básicos del fascismo italiano era la exaltación del nacionalismo, concepto que chocaba frontalmente con la posibilidad de nacionalizar jugadores extranjeros.
Para hacer encajar esto con la filosofía fascista, Mussolini creó la figura de los “oriundi”.
Eran jugadores de ascendencia italiana criados o nacidos en otros países a los que se concedió la ciudadanía italiana para que pudieran competir por el país transalpino.
Si ya de por sí se trataba de una triquiñuela legal, para colmo no se respetaron los requisitos mínimos y se utilizó de forma fraudulenta y arbitrariamente esta figura “legal” para reforzar la «azzurra«.
Ganar por lo civil o lo criminal
Por ejemplo, para la nacionalización debían dejar pasar al menos 3 años desde su última participación con su selección de origen, en algunos casos no había pasado ni un año.
Además de Luis Monti, nacionalizaron a los argentinos Raimundo Orsi, Enrique Guaita y Attilio Demaría y al brasileño Guarisi.
Esto generó un aluvión de criticas desde el mundo del fútbol, pero el seleccionador Vittorio Pozzo zanjó rápidamente la polémica:
Italia puso toda la maquinaria estatal al servicios del equipo nacional. Conseguir el Mundial 1934 era una cuestión de estado y tenían que ganarlo como fuera.
Para el Mundial 1934 se inscribieron 32 selecciones, de las cuales solo participaron la mitad. Incluso el organizador debía jugar una ronda previa.
La fase de clasificación les emparejó con Grecia. El partido de ida se disputó en Milán y se resolvió con un 4-0 a favor de la anfitriona.
Los helenos renunciaron a jugar la vuelta, alegando la imposibilidad de remontar. Por si esto no oliera suficientemente mal, Italia donó 400.000$ a la Federación Griega para la construcción de su sede en Atenas. La «azzurra» ya estaba en “su” Copa del Mundo.
Otra de sus estratagemas favoritas fue la presión y el acoso sistemático a los árbitros. Mediante estas practicas consiguió ciertas ayudas arbitrales en momentos clave.
Goles rivales anulados. Faltas en contra no sancionadas y goles ilegales que no debieron subir al marcador se dieron por válidos para la anfitriona.
Violencia extrema
Los arbitrajes caseros fueron la tónica general. Algunas federaciones llegaron a sancionar a sus colegiados por su falta de imparcialidad. La suiza sancionó de por vida a Macet el colegiado que dirigió la eliminatoria de cuartos entre la anfitriona y España.
El cruce frente a España fue sin duda la actuación arbitral más sangrante, por la dureza de los italianos y la connivencia del colegiado. El encuentro se bautizó como La Batalla de Florencia.
Mussolini no dudaba en ejercer presión personalmente. La noche anterior a la semifinal frente al Wunderteam austríaco invitó a cenar al colegiado al palacio presidencial.
La presión italiana alcanzaba a todos. La sufrieron los colegiados, pero también muchos futbolistas rivales fueron amenazados.
La conversación entre Giorgio Vaccaro presidente de la Federación Italiana y Mussolini es un claro ejemplo de los métodos de Il Duce para “motivar” a su equipo.
Mussolini le dijo a Vaccaro: “No se como lo hará, pero Italia debe ganar ese campeonato”. Vaccaro contestó cortesmente con un: “Haremos todo lo posible”. Mussolini le replicó: “No me ha entendido bien general, Italia debe ganar el Mundial, es una orden”.
Presión extrema
Para la final frente a Checoslovaquia, se designó al mismo colegiado que había pitado la semifinal. El sueco Elkind, quien días atrás había cenado con Mussolini.
El dictador italiano hizo fabricar una réplica del trofeo Jules Rimet, pero de 6 veces su tamaño. Fundido en bronce era tan grande y pesado que no podía ser transportado ni mucho menos levantado por una sola persona.
El día antes de la final Il Duce dio una arenga a sus jugadores: “Buena suerte para mañana muchachos, ganen, si no, crash” sonido que acompañó imitando el movimiento de la guillotina.
La primera parte finalizó con empate sin goles. Mussolini decidió bajar al vestuario durante el descanso a recordar sus órdenes a Vittorio Pozzo: “Espero que gane, pero que Dios lo ayude si llega a fracasar”.
Todo hizo presagiar la debacle cuando los checoslovacos se adelantaron en el minuto 76 por mediación de Puc, pero los italianos consiguieron empatar en el tiempo reglamentario y llevarse en el título en el descuento. El árbitro añadió 5 minutos y pitó en cuanto la «azzurra» marcó el 2-1.
Por el bien de los miembros del equipo todo salió a gusto de Benito Mussolini. Jules Rimet se alegró de que así fuera, porque según sus palabras, no sabía cómo transportar aquel descomunal trofeo.
El día de la marmota
Luis “Doble Ancho” Monti, rememoró sus peores pesadillas del Mundial de 1930 y dejó para la posteridad su famosa frase:
Ya como campeones el Il Duce organizó una recepción con los futbolistas en el Palazzo Venezia para condecorar a todos los miembros del equipo con la medalla al valor atlético.
Se les había dicho que pensaran algún regalo que quisieran pedir al líder fascista como gratificación, algunos habían pesando en un pase de trenes italianos o cosas similares.
Después de una larga espera, Achille Starace les comunicó que Mussolini no iba a recibirles, pero que podían pedir una gratificación. Al preguntar si habían pensado algo, el zaguero Eraldo Monzeglio por su cuenta y riesgo aseguró que solo querían una foto firmada por Mussolini.
Aquella foto nunca llego. Tiempo después les llegó por correo otra instantánea del líder fascista Achille Starace, eso sí, sin firma. Para haber matado a Monzeglio…