El 26 de enero de 1997 en el difícil arranque de la “era post-Cruyff” el Camp Nou asistió a un hecho insólito. Los locales vencieron 6-0 al Rayo Vallecano, pero sufrieron una sonora pitada de un público insatisfecho por el juego desplegado sobre el verde.
Y eso que todo empezó con un clima festivo. En los prolegómenos del encuentro Miguel Induráin recibió la insignia de oro y brillantes del FC Barcelona y Ronaldo Nazario ofreció su FIFA World Player a la afición.
Además a los 13 minutos los azulgrana se adelantaron gracias a un testarazo de Luis Enrique y seis después Sergi logró el segundo con un soberbio derechazo desde 35 metros que se coló por la escuadra de “Koke” Contreras.
Poco después una desafortunada jugada para los vallecanos provocó que su guardameta se marcase el tercero en propia puerta. Pasada la media hora el ciclón Ronaldo se sumó a la fiesta con un gol repleto de potencia y calidad en la definición, aunque no debió subir al marcador pues el brasileño en un lance de la jugada se llevó el balón con la mano.
Música de viento
Antes del descanso el “9” anotó el quinto desde el punto de penalti. Y ya con la “manita” en el electrónico el Barça salió a sestear en la segunda mitad. Algo que no gustó nada al respetable del coliseo azulgrana.
Pese al mal juego, las ocasiones llegaban casi por inercia con un rival que ya había tirado la toalla. En el 74’ Pizzi, que había saltado al césped sustituyendo a Ronaldo poco antes, logró el sexto aprovechando un rechace del portero.
Pese a la goleada el público despidió con una sonora pitada a su equipo, ante la mirada atónita del entrenador local Bobby Robson que no daba crédito al que sigue siendo uno de los episodios más surrealistas jamás vistos en Can Barça.
Los goles no convencían a una afición que añoraba un juego más atractivo, sin valorar la tremenda efectividad realizadora que exhibió aquel equipo, que batió su récord realizador en el campeonato doméstico con 102 dianas, que no fueron suficientes para lograr el título (el único que se les escapó aquel año), que cayó en manos de su eterno rival.
Pese a levantar tres trofeos (Supercopa de España, Recopa de Europa y Copa del Rey), Bobby Robson estaba sentenciado a mitad de curso y decidido su relevo, Louis Van Gaal, en busca de reeditar viejos éxitos con un técnico tulipán en el banquillo.