Perú y Argentina peleaban por un puesto en los Juegos Olímpicos de Tokio que se iban a disputar en la capital de Japón pocos meses después.
La blanquirroja marchaba tercera en una clasificación dominada por la albiceleste. Los locales necesitaban al menos el empate para seguir teniendo opciones.
Aquella luctuosa tarde el fútbol dejó de ser una fiesta para mostrarnos su cara más oscura.
El gol de la muerte
A escasos minutos para el final los visitantes vencían por la mínima, con un tanto conseguido por Néstor Manfredi en la primera parte.
Víctor “Kilo” Lobatón logró el empate, pero el colegiado uruguayo Ángel Eduardo Pazos lo invalidó al considerar que había cometido falta sobre un zaguero argentino.
El juego continuó durante algunos minutos, pero los ánimos estaban muy caldeados. Un famoso barra brava de la época conocido como “El Negro Bomba” saltó al campo para agredir al árbitro, que decidió pitar el final del encuentro .
Comenzó una refriega multitudinaria entre ambas hinchadas en las gradas del Estadio Nacional del Perú, al mismo tiempo que una lluvia de objetos de todo tipo caía sobre terreno de juego.
La policía (erróneamente) en su intento por parar la batalla campal decidió soltar a los perros primero y lanzar gases lacrimógenos después. Otra decisión equivocada resultó fatal. Cerraron las puertas de la tribuna norte.
Gran cantidad de gente huyendo de la zona de conflicto quedó atrapada sin escapatoria. 328 personas murieron y más de 500 resultaron heridas. Una masacre que nunca debió ocurrir.
Se acusó al Gobierno de la época de intentar ocultar la tragedia. La misma noche del 24 de mayo se escaparon 25 presos del Palacio de Justicia.
Las malas lenguas cuentan que fue una estrategia de los dirigentes para enterrar cadáveres en una fosa común y así “reducir” el número oficial de víctimas. Nunca ha podido confirmarse la veracidad de tal afirmación,
Continúa la violencia
Los incidentes no cesaron ahí. La violencia se extendió por toda la ciudad. Algunos de los espectadores del Estadio Nacional del Perú que salieron ilesos dieron rienda suelta a su ira por las calles de Lima.
Se sucedieron los saqueos y actos vandálicos durante toda la noche. Atacaron comisarías de policía, quemaron coches y se destrozó todo tipo de mobiliario urbano.
Uno de los efectos inmediatos a la tragedia del Estadio Nacional del Perú fue reducir su capacidad de 53.000 a 45.000 espectadores y mejorar unos sistemas de seguridad y evacuación que a todas luces estaban obsoletos.
Jorge Azambuja, el comandante que ordenó el lanzamiento de gases lacrimógenos y al que casi todo el mundo culpaba de la tragedia, fue condenado a 30 meses de cárcel.
El resultado del encuentro a nadie importaba ya. Se suspendió el Preolímpico, concediendo la clasificación a Argentina que comandaba la tabla.
La segunda plaza se decidió el 7 de junio de 1964 en un encuentro disputado en Maracaná en el que Brasil venció 4-0 a Perú.
Lamentablemente todos conocemos algunas tragedias en campos repartidos por todo el mundo, Hillsborough, Heysel, El Monumental, pero ninguna de ellas supera las cifras de lo sucedido en el Estadio Nacional del Perú aquel triste 24 de mayo de 1964.
Uno de los pasillos de este estadio se convirtió en morgue improvisada tras la tragedia. Los empleados del recinto cuentan haber vivido más de un fenómeno paranormal: voces, discusiones, golpes e incluso apariciones que no hacen más que extender la leyenda negra de este estadio..