Muchos de sus méritos están en tela de juicio o incluso han sido anulados al entenderse que estaban manipulados e incluso amañados
Otros como la Copa de Europa del 1986 son incuestionables y no dejan lugar a dudas de lo grande que fue este equipo, escepticismos aparte.
Para muchos la racha de imbatibilidad de 104 partidos es fruto de la manipulación que sufría el fútbol rumano de la época. Sólo la punta del iceberg de un sistema corrupto.
A nadie se le escapa que el auge del fútbol rumano surgió al amparo del régimen de los Ceaucescu y terminó tan abruptamente como su mandato.
¡Ojo! Sus méritos continentales, como el triunfo de 1986, la semifinal de 1988 o la final alcanzada un año después no pueden ponerse en tela de juicio, ya que, la influencia del régimen era nula en esas esferas.
Sirva de ejemplo que el mayor logro a nivel de clubes de todo bloque comunista había sido la final de la Copa de Europa que perdió el Partizán de Belgrado ante al Real Madrid en 1966.
La revolución de los «Rojos y Azules»
El Steaua fue un campeón inesperado. Aquel equipo casi desconocido, con una plantilla compuesta integralmente por jugadores rumanos y dirigido por otro compatriota, Emeric Jenei, fue un digno heredero del Ajax de Rinus Michels en lo que a juego se refiere.
Cuando se presentó en la final se veía como algo exótico, más si cabe cuando su rival el FC Barcelona, prácticamente ejercía como local en la ciudad de Sevilla. Casi nadie contaba con el equipo rumano.
El Sánchez Pizjuán fue abarrotado por multitud de seguidores culés creyéndose muy superiores al modesto equipo de Bucarest. Nada más lejos de la realidad.
Los rumanos, a casi 4000 km de Sevilla, apenas desplazaron unos 1000 aficionados, entre miembros del ejército y destacados cargos del Gobierno. Cuentan que casi un tercio de esos “aficionados” nunca regresó a Rumanía.
Para sorpresa de todos ganaron aquella final en tierra «hostil», pero no todo estaba en contra de los rumanos, a su llegada al hotel fueron recibidos como héroes por los empleados y algunos inesperados seguidores locales.
Incrédulos, preguntaron el motivo por el que los españoles celebraban su victoria. La respuesta fue muy sencilla, eran aficionados del Real Madrid.
El «Héroe de Sevilla»
También se dice que Ramón Mendoza presidente del Real Madrid regaló un mercedes al guardameta rumano Helmuth Duckadam, rebautizado como el «Héroe de Sevilla», tras parar todos los lanzamientos de los culés en la tanda de penaltis.
Aquella tarde de gloria fue el último partido para el guardameta que con 27 años que tuvo que retirarse tras estar a punto de perder un brazo.
Existe dos versiones sobre la lesión que llevó a la retirada de Duckadam. La primera afirma que el hijo del dictador Ceaucescu se encaprichó del nuevo coche del portero y éste se negó a regalárselo.
Como castigo recibió unos cuantos martillazos en la mano, fracturándole varios huesos hasta casi tener que llegar a la amputación.
La otra versión cuenta que el trombo que sufrió vino provocado por la gran cantidad de pinchazos que recibió en ese brazo, ya que, siempre se especuló que los jugadores recibían habitualmente transfusiones de sangre adulterada con sustancias dopantes.
El tema del doping siempre ha perseguido a los deportistas del bloque oriental y los futbolistas rumanos no iban a ser menos. Nunca sabremos si se trata de propaganda occidental o realmente era una práctica habitual.
El fútbol como arma propagandística
Nicolae Ceaucescu nunca tuvo especial interés por el fútbol, pero como muchos otros dictadores lo supo utilizar como herramienta propagandística.
En el bloque del Este era habitual que los clubes estuviesen vinculados a un gremio, sector profesional o fábrica.
En el caso de Rumanía el Steaua de Bucarest era el equipo del ejército, que controlaba el club, además de ser su principal cantera de jugadores para el equipo.
Su mayor rival siempre fue el Dinamo de Bucarest, equipo dirigido por el equivalente al Ministerio del Interior y, como parte de este de la Securitate, policía secreta rumana a imagen y semejanza de la STASI o el KGB.
La Securitate, y por ende el Dinamo de Bucarest, gozaban a su vez de la influencia de Elena Ceaucescu, mujer del dictador y vicepresidenta del régimen, que controlaba la policía secreta.
Aunque oficialmente no lo era, Valentin Ceaucescu, hijo de Nicolae, hacía las veces de presidente del club, mientras que su tío y hermano del dictador, Ilie, con rango de teniente general del ejército era otra figura muy influyente en el club.
Los poderes fácticos estaban muy enraizados en los clubes más poderosos del futbol rumano y esto obviamente les granjeó cierto favoritismo.
Suele decirse que el Steaua se aprovechaba del servicio militar, cuando los jóvenes se encontraban bajo su esfera de influencia, para atraer a sus filas a jugadores rivales.
De la misma forma se cuenta que el Dinamo utilizaba la Securitate para extorsionar a sus rivales mediante detenciones arbitrarias.
Corrupción en el fútbol rumano
En cuanto al tema de alterar competiciones existe un amplio historial en el fútbol rumano. Solo tres veces en la historia la Bota de Oro que acredita como máximo goleador del continente ha viajado a Rumanía.
En las dos primeras ocasiones fue para Dudu Georgescu, en 1975 y 1977, con 33 y 47 goles respectivamente.
El talentoso delantero del Dinamo de Bucarest que sonó incluso como posible Balón de Oro y que a día de hoy sigue siendo el máximo goleador de la Liga rumana es toda una institución del fútbol dacio.
Para algunos el mejor jugador rumano de la historia, pero seguramente desconocido a nivel internacional porque realizó toda su carrera en su país natal.
En ambos casos no se encuentran evidencias de ninguna alteración para lograr dicho galardón. Era un gigante entre enanos que podría haber rendido a gran nivel en una liga mucho más competitiva.
La tercera Bota de Oro generó más que suspicacias. Durante la temporada 86-87 Rodion Cămătaru, también del Dinamo de Bucarest, anotó 44 goles en 33 partidos. Simplemente brutal.
El delantero rumano sospechosamente anotó 20 goles en los últimos 6 partidos de Liga. Una sucesión de dobletes y hat-tricks difíciles de creer cuando en esos encuentros su equipo tan sólo consiguió una victoria, dos empates y tres derrotas.
Se puede apreciar la pasividad de los defensas en las imágenes de la época, justificada según las malas lenguas por las amistosas recomendaciones de la Securitate, ya que, el régimen creía que era una gran campaña propagandística conseguir este tipo de distinciones.
Los guarismos de Cămătaru en las siguientes temporadas no dejan lugar a dudas y apuntaban directamente al fraude. Finalmente fue despojado del galardón en favor del austriaco Toni Polster que había anotado 39 goles.
Un club privilegiado
Por último el caso en 1989, Dorin Mateuţ, de nuevo el delantero del Dinamo, anotó la friolera de 46 goles.
Para rizar más el rizo, esta vez no se conformaron con la Bota de Oro y su compatriota y jugador del Victoria de Bucarest, Marcel Coraș, sumó 36 dianas.
Curiosamente sus cifras goleadoras eran notablemente inferiores tanto en las temporadas anteriores, como en las que sucedieron al premio.
Otro caso tan curioso como casposo lo protagonizó el FC Olt Scornicești. Un expediente X en toda regla. Este modesto club de la ciudad natal de Ceaucescu, tuvo el favor del dictador durante años.
Su meteórico ascenso hasta alcanzar la máxima categoría desde el futbol regional rumano fue un auténtico amaño. Una vez en la élite potenciaron al equipo a base de cesiones tanto del Dinamo como del Steaua de forma que siempre lograba salvar la categoría.
Por otra parte, ningún equipo se atrevía a endosarle una severa derrota no fuese que el mandamás sintiera que se humillaba a sus paisanos.
Hasta los grandes de la Liga solían dejarse puntos frente al Olt como un pequeño gesto hacia líder supremo.
El mayor escándalo del fútbol rumano
En 1988 se enfrentaron en la final de la Copa de Rumanía los dos pesos pesados. Un «Derbi eterno» entre Dinamo y Steaua que terminó como el rosario de la Aurora.
A falta de 3 minutos para finalizar el tiempo reglamentario, el marcador reflejaba 1-1 con con goles de Lacatus y Raducioiu, cuando Gica Hagi filtró un balón en profundidad para que Balint adelantase al equipo del ejército, poniendo media copa en sus manos.
Mientras Balint celebraba el 2-1 para el Steaua, sus compañeros Stoica y Bumbescu se comían al juez de línea que había levantado el banderín señalando fuera de juego.
El colegiado anuló el gol. Acto seguido se montó una tangana monumental con los jugadores zarandeando al arbitro y sus asistentes. Las imágenes fueron censuradas por la televisión rumana.
Entonces Valentin Ceaucescu, desde el palco, ordena a “su” equipo meterse en el vestuario. Los jugadores cumplieron a rajatabla la orden del mandamás del club ante la mirada incrédula de los jugadores del Dinamo.
Sorprendentemente, Ioan Andone, defensa del Dinamo, respondió sacándose el miembro y agitándolo mientras miraba fijamente al palco presidencial. Un gesto tan heroico como inconsciente.
Ya en el vestuario miembros de la Federación trataron de hacer entrar en razón a los jugadores para que volviesen al campo, pero Valentin Ceaucesco fue tajante: “Nadie vuelve al campo”
¡Aquí mando yo!
Finalmente el árbitro dio por finalizado el encuentro proclamándose vencedor el Dinamo de Bucarest por abandono del rival.
Transcurrió un tiempo de espera en el que nadie se atrevía a entregar el trofeo temiendo las posibles consecuencias. Los propios jugadores cogieron la Copa comenzando su celebración sobre el césped. El clima era de crispación total.
Al día siguiente la Federación se reunió con los representantes de ambos clubes. No hubo acuerdo alguno y el presidente de la Federación ratificó la decisión arbitral y el 3-0 para el Dinamo.
La cosa no terminó ahí, horas después un comunicado del consejo de deportes rumano declaraba vencedor al Steaua, obligando al Dinamo a devolver la copa y condenando al trio arbitral a un año de inhabilitación.
Ioan Andone también fue condenado a un año de inhabilitación por sus gestos obscenos al palco. Siempre se sospechó que la resolución final vino del palacio presidencial…
Un nuevo rumbo
Con la caída del régimen de los Ceaucescu muchas de estas injusticias en el fútbol rumano fueron enmendadas. Toni Polster recuperó la fraudulenta Bota de Oro concedida a Cămătaru.
El FC Olt Scornicești fue descendido de categoría y acusado de cierto favoritismo por el régimen. Misma acusación y mismo castigo sufrió el Victoria de Bucarest, escisión/filial del Dinamo.
Los dos grandes se marcharon de rositas por miedo a posibles disturbios por la gran masa social que sigue tanto a Steaua como Dinamo.
En cuanto a la Copa del 88 finalmente quedó desierta. Se iniciaron negociaciones para devolvérsela al Dinamo, pero nunca se llegó a un acuerdo por lo que finalmente no hubo campeón esa temporda
Así acabó la etapa más gloriosa y, en gran medida la más bochornosa del fútbol rumano, cuyos clubes regresaron prácticamente al anonimato tras dejar de verse favorecidos por las instituciones.
No así la selección, que con una gran camada de jugadores regresó tras dos décadas de ausencia a la Copa del Mundo en Italia ’90 y, cuatro años más tarde en Estados Unidos logró su mejor clasificación alcanzando los cuartos de final, tras dejar por el camino a favoritas como Argentina y Colombia.