El Titikaka, dividido entre Perú y Bolivia, alberga en sus frías aguas un buen puñado de islas, entre ellas la llamada hoy isla de la Luna.
Esta isla boliviana, antaño conocida como Koati, albergó un centro religioso que se remonta a la época de preincaica de Tihuanaco.
Este enclave hoy tan turística por su pasado religioso, esconde una historia mucho mas mundana y cruenta.
De infierno a paraíso turístico
Durante la Guerra del Chaco(1932-1935) alguien vio que en aquel bellísimo enclave se daban las condiciones perfectas para un campo de reclusión.
Koati es fruto de la fusión de dos palabras en Aymaras, Koa(planta) y Ati(loma).
Construido por los propios presos paraguayos albergó durante años la cárcel más temible del país.
Dada su geografía las aguas hacían de muros y los presos vivían sin vigilancia en el interior de la isla.
Allí convivían presos comunes y políticos, aunque se dice que algunos nunca llegaban a desembarcar.
En ocasiones se les facilitaba víveres, pero lo habitual era la subsistencia por sus propios medos.
Existe la leyenda que dice que algunos reos eran lanzados al agua durante el trayecto atados de pies y manos.
Poco a poco la prisión fue cayendo en el olvido y para los 50 quedó en desuso.
El golpe militar
Dos décadas después, Hugo Banzer Suarez se proclamó presidente de Bolivia mediante el golpe militar de 1971.
Una de sus primeras medidas fue la ilegalización de los partidos de izquierdas y la persecución de sus afines.
Ante tal saturación de los penales se reabrió la antigua cárcel de Koati, un lugar perfecto para encerrar “comunistas” y disidentes.
Koati era el lugar perfecto para mantener aislado a esos elementos subversivos del estado, comunistas, periodistas, abogados sindicalistas, etc.
La isla, de apenas 1 km2, se encuentra en el extremo sureste del lago, a unos 4km de tierra firma.
Los aproximadamente 80 reclusos estaban controlados por 25 guardias y un gobernador, el coronel Burgoa.
La vida allí no era fácil, además de las inclemencias meteorológicas, los reos eran sometidos a torturas, abusos y maltratos continuamente.
A pesar de la mala vida los presos tenían momentos de asueto y el fútbol se convirtió en el principal método de distracción.
Los reclusos jugaban incluso mezclados con los guardias en equipos mixtos.
Burgoa creyó tener absolutamente controlada la situación, dando por imposible cualquier tipo fuga.
No era posible escapar a nado y únicamente había en Koati la lancha del gobernador y algunos botes a remo o vela.
Fuertemente vigiladas e insuficientes para una fuga masiva.
Una cárcel a medida
La incomunicación y la cercanía de bases militares hacían imposible cualquier plan de rescate.
Además, el alcaide había infiltrado una decena de militares como presos, los llamados «buzos», que alertaban sobre cualquier plan antes de producirse.
Tal sensación de control pronto se tradujo en relajación y hasta empezaron a jugar partidos de fútbol frente a otros equipos de la región a cambio de dinero.
Se hacía la mejor selección entre reos y guardias para salir a competir por Copacabana, Sampaya, Santa Anita, Tiquina y otras poblaciones cercanas.
Al más puro estilo Evasión o Victoria, los presos pretendieron utilizar el fútbol como distracción y escapar.
En una de esas salidas robarían las armas a sus captores y huirían, pero los soplones siempre desbarataron el plan.
Al poco tiempo, un oficial de la guardia, de ideología de izquierdas, “chivó” a los presos los nombres de los soplones y otra información para hacer posible el plan.
El primer plan era provocar un incendio en la cocina y robar las armas en medio del alboroto.
Pero el plan no salió bien, la intensa lluvia provocó cambios organizativos y las vestimentas poco habituales de los prisiones despertaron las sospechas de los guardias.
El liberador fútbol
El día 2 de noviembre, día de todos los santos en Bolivia la gente suele ir a honrar a sus muertos al cementerio.
Daba la casualidad que el resto de islas de la zona no tienen cementerio por lo que la isla de Koati alberga el cementerio de la región.
Ese día 2 de noviembre de 1971 algunos campesinos de los alrededores se acercaron al cementerio local.
Los lugareños llegaron en siete pequeñas embarcaciones de remos a las costas de Koati.
Así nació el nuevo plan de fuga; los presos retaron a un partido de fútbol a los guardias, apostándose dinero o enseres, lo mas valiosos que pudieron juntar.
Confiados, los carceleros aceptaron y el partido se concretó para después de comer.
Durante el partido los presos ganaban 2-1 cuando el preso Francisco Caldera recibió el balón en la frontal presto para disparar.
Caldera disparó fuerte, muy por encima del arco y el balón sobrevoló el muro y fue a parar a la oficina del gobernador.
Esa era la señal, el plan había comenzado y todo el mundo debía cumplir con su cometido.
Cuatro reclusos fueron a buscar el balón y entraron en la oficina de Burgoa.
Con un cuchillo en el cuello tomaron a Burgoa como rehén y lo sacaron del despacho al grito de: “Banzer ha caído, que viva la libertad”
La mayoría de los guardias estaban desarmados jugando el partido y fueron reducidos por la turba.
algunos carceleros, los que habían hecho guardia la noche anterior, dormían y no tuvieron tiempo de reaccionar.
Los pocos que hacían guardia en ese momento, no tuvieron más remedio que deponer las armas.
Los presos ahora estaban armados, tenían a Burgoa como rehén y fácilmente se hicieron con las embarcaciones a punta de pistola.
Encerraron a los guardias, buzos incluidos en sus celdas y salieron de la isla.
Se dividieron en las siete embarcaciones, los organizadores fueron en la lancha motora llevando con ellos al gobernador, el resto en los seis botes.
Entonces surgió otro imprevisto, el olaje no permitía avanzar a los botes.
Hubo que esperar a la puesta de sol, a que las aguas se calmasen.
Su primera idea era huir hasta Puno, al otro lado del lago, en el lado peruano.
Pero las pequeñas embarcaciones no podrían recorrer los casi 100km de distancia, y menos a remo.
Finalmente se siguió la lógica, irían hasta Sampaya, el trayecto más corto.
Remando hacía la libertad
Protegidos por la noche y campo a través, caminarían dirección Copacabana hasta Yunguyo, ya en Perú, a unos 25km.
En la isla los guardias habían encendido grandes hogueras para llamar la atención de los cuarteles cercanos, Tiquina y Copacabana.
La aviación boliviana comenzó la búsqueda desde el aire, lo que complicó el trayecto aún más.
Cada grupo debía llegar a Yunguyo por su propios medios, atravesando el monte a pie.
Sin conocer el terreno y de noche, algunos recurrieron a lugareños como guías forzosos a punta de pistola.
Tras caminar toda la noche 67 presos llegaron a Perú para después ser acogidos como refugiados en Cuba.
Otros cuatro fueron capturados y un quinto se entregó en Copacabana, del que algunos dicen que sería un guardia infiltrado.
Esta es la historia de como el fútbol propició la fuga de la cárcel de Coati, el Alcatraz del Altiplano.
