El que fuera primer gran club de la RDA fue el gran damnificado por la creación del Dinamo de Berlín, al que tuvo que «donar» su maravillosa plantilla prácticamente al completo.
Después del expolio, los restos del club sajón, con un equipo circunstancias formado por suplentes y juveniles, descendió hasta la 4ª División.
No fue hasta 1962 cuando volvió a la máxima categoría de la DDR-Oberliga y, poco a poco fue recuperando su nivel.
Tocar fondo para coger impulso
En la década 1970, la mejor de su historia, levantó 7 títulos entre Copa (1971 y 1977) y Oberliga (1971, 1973, 1976, 1977 y 1978), con un papel medianamente relevante en competiciones europeas.
Se convirtió en el gran rival de aquel Dinamo de Berlín creado artificialmente y aquella rivalidad le transformó en el enemigo predilecto de Erich Mielke y su Stasi.
En su idea de instrumentalización propagandística no tenía cabida que el mejor equipo del país no estuviera en la capital, pero el testarudo Dinamo Dresde aguantaba todos los ataques y torturas a las se veía sometido y volvía una y otra vez a esa posición preferencial.
Perseguidos por la Stasi
Pese a la arbitrariedad del sistema fue capaz de competir y en ocasiones hasta ganar algunos meritorios títulos, que conociendo las preferencias del régimen tomaron aun más valor.
La persecución fue constante y los agravios inimaginables durante casi 40 años, captando incluso a jugadores o empleados del club como informadores para la Stasi. Una práctica que, por otra parte, era común en todos los círculos de la sociedad.
De esta forma pretendían localizar y eliminar a cualquier elemento subversivo, contrario al Estado o la causa socialista.
Ponían especial atención a la fuga de jugadores, ya que, al ser figuras mediáticas su huida al lado occidental tenía mucha más repercusión que la de un ciudadano anónimo.
Uno de los casos más sonados fue el de Eduard Geyer, leyenda del Dinamo Dresde entre 1968 y 1975 y posteriormente entrenador de este club sajón en tres etapas.
El enemigo en casa
El 15 de septiembre de 1971 se enfrentaron en Ámsterdam al Ajax de Johan Cruyff en la ida de los dieciseisavos de final de la Copa de Europa.
Los «ajacied» encarrilaron la eliminatoria ganando 2-0 y esa misma noche Geyer junto a otros dos compañeros y varios jugadores del Ajax salieron de fiesta por aquella ciudad capitalista de la perversión.
Se rumoreó que la propia Stasi organizó aquella escapada nocturna para poner a prueba a los miembros de la expedición alemana. Una práctica muy habitual entre los servicios secretos del bloque comunista.
Tras la caía del Muro de Berlín afloraron infinidad de casos de gente relevante, de cualquier procedencia, a la que les habían tendido trampas similares.
El cebo podía ser desde bellas señoritas a jóvenes mancebos, que seducían al objetivo y le arrastraban hasta una habitación de hotel, donde sus instintos más primarios o sus secretos más íntimos se convertían en pruebas de «vergonzante» comportamiento.
Estas eran utilizada para chantajear y captar nuevos informadores. Siguiendo su modus operandi, días después de la fiesta en Ámsterdam Geyer recibió la visita de unos agentes de la Stasi.
Conocedores de los hechos le coaccionaron para que se convirtiera en informador o su carrera deportiva o incluso su vida terminarían dramáticamente, .
Este férreo control sobre los jugadores era fundamental para los servicios de inteligencia, ya que, eran gente popular que influía en la opinión pública y, para bien o para mal, esto afectaba a la imagen del Estado.
Con el miedo en el cuerpo
Muy sonado fue el caso de tres jugadores del Dinamo Dresde, Peter Kotte, Matthias Müller y Gerd Weber. En 1981 el FC Colonia contactó con ellos con la intención de hacerse con sus servicios.
Los tres futbolistas debían encontrar la forma de llegar a Alemania Occidental y una vez allí se formalizaría su fichaje.
Antes de llegar a ejecutar su plan fueron delatados, siendo encarcelados e inhabilitados de por vida para la práctica del fútbol.
Los tentáculos de la Stasi llegaban a todas partes, llegó a contar con más de 90.000 agentes y uno 190.000 informadores, sobre una población de unos 15 millones de habitantes.
Esto supuso un duro golpe para el Dinamo Dresde, pero también para la selección, que tuvo que prescindir de tres jugadores imprescindibles para sus intereses.
¿Gesta o tongo?
Esa no fue la única vez que tuvo que Erich Mielke tuvo que elegir entre los intereses de su club y los de la propia RDA.
En cuartos de final de la Recopa 1985-1986, se vieron las caras Dinamo Dresde y Bayer Uerdingen, club de Alemania Federal, que protagonizó la mayor remontada en la historia de las competiciones europeas.
En Sajonia «Los Sapos» se impusieron 2-0 dando muestras de su superioridad. La primera parte de la vuelta fue un reflejo del partido de ida y los orientales ganaban 1-3 al descanso.
El entrenador de aquel Dinamo Dresde era Klaus Sammer, padre del mítico Matthias Sammer, que con menos de 20 años ya despuntaba en aquel equipo.
Sammer tuvo que retirarse lesionado, al igual que el portero titular Bernd Jakubowski que se dolió del hombro tras un choque fortuito con un rival.
La renta de 5-1 hacía presagiar que la eliminatoria estaba resuelta. Nadie daba un duro por el equipo local e incluso parte de la afición abandonó el estadio. No podían estar más equivocados.
Primero el fútbol, después el Estado
Según el testimonio de algunos jugadores, tras tomar una bebida que les ofreció un fisioterapeuta del Bayer Uerdingen, empezaron a encontrarse mal. Aseguraron sufrir desorientación y una falta repentina de energía.
En apenas media hora los locales marcaron 6 goles para darle la vuelta a la eliminatoria con el 7-3 final. Digno de estudio fue la actuación del guardameta suplente del Dinamo Dresde Jens Ramme, considerado cooperador necesario e incluso cómplice de aquella «conspiración» que terminó en debacle para su equipo.
Nunca se aclaró lo sucedido, pero pocos en Dresde dudan de las injerencias de Mielke, que fue en contra de su propia doctrina. Toda victoria sobre Alemania Federal era utilizada como herramienta propagandística, pero en aquella ocasión prefirió castigar a aquellos que se negaban a seguir sus directrices, pese a que su acción perjudicara la imagen de la RDA.
Podría decirse que Mielke seguía a pies juntillas la famosa frase de Bill Shankly: