A comienzos del siglo XX la forma de concebir el fútbol en Brasil era muy distinta al concepto que se tiene de este deporte en la actualidad. Era un pasatiempo para las élites blancas.
Los jugadores negros tenían prohibido jugar junto a los blancos. Pero nuestro mulato de ojos verdes iba a cambiar la historia del fútbol brasileño.
Tal fue su impacto que su mera presencia hizo que uno de los clubes más importantes del país, Vasco de Gama, eliminase las barreras contra los jugadores negros. Un escándalo. Los otros equipos no querían jugar contra ellos.
En 1923 el equipo de Rio de Janeiro ganó el Campeonato Carioca gracias al buen hacer de sus jugadores negros. Fue toda una revolución.
Con la disputa de la primera Copa del Mundo en 1930 comenzaba la obsesión de los cariocas por ser los mejores. A aquel torneo llevaron un equipo sólo compuesto por blancos. No pasaron de la primera fase.
Desde ese preciso instante terminó el estigma contra los jugadores negros, casi todos de clase baja. Las ganas de ganar eran mucho más fuertes que el racismo imperante en la sociedad.
El Tigre desbocado
A Arthur Friedenreich, mestizo de padre alemán y madre brasileña se le atribuyen 1.329 goles (la FIFA le reconoce 550). Cierto es que el sistema de registro y las estadísticas no eran tan fidedignas como en nuestros días.
Más de los que haya marcado cualquier otro futbolista en la historia. Pelé, al que muchos consideran el mejor, marcó 1.284 goles (767 oficiales).
Nació el 18 de julio de 1892 y se crió en el humilde barrio de Bexiga, donde se le podía ver correteando detrás de una pelota de trapo desde la más tierna infancia.
Su carrera duró la friolera de 26 años y jugó en 11 clubes. Una mente creativa a la que se le atribuye la invención del tiro con efecto. Algo casi imposible de demostrar.
Todo comenzó en 1909 en el Germania, un club formado por inmigrantes alemanes al que accedió gracias a su padre. Durante estos primeros años, pese a su calidad y, por más declaraciones patrióticas que hiciera, su color no le permitía jugar en el combinado nacional.
Arthur Friedenreich, apodado El Tigre por su increíble capacidad física practicaba como profesional el juego de la calle. Eso que los cariocas conocen como “ginga”, un compendio de habilidades técnicas, aparentemente anárquicas sobre el terreno de juego.
Ayudó a ganar 7 Campeonatos Paulistas (6 con Paulistano y 1 con Sao Paulo). En 9 ocasiones fue el máximo goleador del torneo. Los que le vieron jugar siempre han asegurado que era raro el partido en el que no marcase.
De sus botas salió la volea que sirvió para derrotar a Uruguay en la interminable final de la Copa América de 1919. El primer título internacional para Brasil. Ese día el fútbol se convirtió en el deporte nacional.
Tres años más tarde repitieron. En esa ocasión derrotando a Paraguay. Pasarían 27 años hasta que los carioca volviesen a levantar el trofeo.
La primera estrella negra del firmamento
Nunca lo tuvo fácil. Le costó sangre sudor y lágrimas ser aceptado en un deporte ideado para blancos pudientes.
Tanto que cubría su pelo rizado con una malla o se aplicaba cantidades ingentes de gomina. También utilizaba polvo de arroz para parecer bronceado y ocultar su verdadera tonalidad de piel.
El máximo goleador de la historia del fútbol se retiró con 43 años y en su carrera sólo tenía un objetivo. Disfrutar del fútbol y hacer disfrutar a los que le veían jugar.
En 1925 los brasileños hicieron su primera gira por Europa. Derrotaron en París a “Les Bleus” por 7 a 2. En un total de 9 partidos Friedenreich anotó 11 goles que le valieron el apodo de “El rey del fútbol”.
Más allá de la oficialidad o la cifra exacta de sus goles. Es junto al peruano Valeriano López y el argentino Bernabé Ferreyra, los únicos que promedian más de un gol por partido.
Se dice que nunca falló un penalti. Pero su mayor batalla la ganó fuera del campo. Sus goles y cabriolas sirvieron para poner un granito de arena en pro de erradicar el racismo y la xenofobia en Brasil.
Nunca jugó al fútbol para ganar dinero. Dos meses después de su muerte sonaron las campanas en todo Brasil por el gol 1.000 de Pelé.
Su precursor, Arthur Friedenreich, puede que haya caído en el olvido, pero los más viejos del lugar le siguen conociendo como Pelé antes que Pelé.