A los 15 años dejó la escuela y empezó su coqueteo con las drogas. Con tan solo 16, ya había pasado por la cárcel y, se casó con una mujer negra. Imaginaos el impacto en la cerrada mentalidad inglesa de los 70.
Con un aspecto que recordaba (y mucho) al bueno de George Best, el único propósito de Robin Friday fue jugar al fútbol y disfrutar a raudales del tercer tiempo junto a sus compañeros. Pinta va, pinta viene.
Canalla en estado puro
Pese a padecer asma, era el más rápido con los pies y sobre todo con la mente. Se estrenó en la cantera del Queens Park Rangers. Tras pasar por el Chelsea firmó por el Reading, pero sus fiestas le pasaron factura en el terreno de juego y tuvo que tomar (una difícil) decisión.
Irreverente como siempre, renunció al profesionalismo. Cuentan las malas lenguas que eligió un equipo de la cuarta división porque era el que tenía el estadio más cerca de su bar favorito.
Una vez celebró un gol haciendo la “v” con los dedos, uno de los mayores signos de desprecio para los ingleses y en otra ocasión, ni corto ni perezoso le plantó un beso en los morros a un policía. En un partido saltó diez minutos tarde al campo porque estaba bebiendo en el bar del campo, aunque eso no le impidió lograr el tanto de la victoria.
Talento desperdiciado
Pese a todos sus excesos fue venerado por los hinchas, que veían en él la esperanza del resurgimiento de una clase trabajadora cuya ilusión parecía limitada a ver a su equipo alzarse con la victoria.
Tras unas vacaciones de verano no se presentó a los entrenamientos porque estaba viviendo en una comuna hippie. Su último equipo fue el Cardiff City, donde colgó las botas con apenas 25 años. Uno de los mayores talentos que se perdió el fútbol.
Alternó actuaciones colosales con partidos lamentables en los que jugó completamente borracho. Capaz de lo mejor y de lo peor, en una ocasión el técnico tuvo que bajarle al filial porque no paraba de lesionar compañeros en los entrenamientos. Pese a su talento, nunca llegó a jugar en la primera categoría de la Football League, aunque tampoco pareció importarle demasiado.
Fiel a sí mismo. En su último partido fue expulsado tras propinarle una patada en la cara a un rival que no paraba de hacerle faltas. Con un enfado monumental se retiró del campo para ir al vestuario de los oponentes y defecar en la mochila de su oponente.
Alejado del fútbol comenzó a trabajar como asfaltador en Londres y rechazó la petición de los aficionados del Reading para volver a los terrenos de juego porque el entrenador le obligaba a sacrificarse por el equipo.
Murió el 22 de diciembre de 1990 por una sobredosis de heroína y es que la desordenada vida de Robin Friday no terminó una vez se alejó de los terrenos de juego y al parecer pasó sus últimos meses rodeado de la gente menos recomendable.