Su elegancia y plasticidad chocaba frontalmente con su complexión física, nada habitual en jugadores de esa estatura y corpulencia.
Zidane al contrario de lo que pueda parecer no era un jugador muy barroco o que se adornase en exceso, pero a pesar de ser un futbolista «práctico» la belleza de sus movimientos le hacían parecer un malabarista.
Su tremenda calidad le permitía realizar regates o controles de gran belleza, aunque estos nunca eran cara a la galería, siempre tenían un sentido dentro del juego.
La noche de Reyes de 2002 dejó unos de sus goles más icónicos vestido de blanco, salvando la maravillosa volea de Glasgow.
Este tipo de goles con un recital de amagos y regates donde se va abriendo camino hasta poder disparar a puerta fueron una de las señas de identidad del galo.
En su carrera cuenta con varios muy similares, tan suyos como la denominada «ruleta marsellesa»
Aquella noche el Real Madrid se adelantó ante el Deportivo de La Coruña con un gol de Morientes. Los gallegos empataron poco después gracias a un lanzamiento de penalti de Makaay y Zizou puso de nuevo por delante a los blancos con esta maravilla a los 9 minutos de juego que puso al Santiago Bernabéu en pie.
El encuentro finalizó 3-1 con un gol más obra de Raúl.
Los blanquiazules se vengaron poco después en la final de la Copa del Rey, que coincidió con el centenario del club merengue.