Ya sabéis, aquel del penalti fallado por Djukic, la excesiva alegría de González celebrando su parada, las sospechas de primas a terceros y el título que volaba “milagrosamente” por tercer año consecutivo a Can Barça.
El Deportivo de la Coruña se hizo fuerte en la derrota y no tardó en reponerse. Se plantó por primera vez en su historia en la final de la Copa del Rey de 1995.
Caprichos del destino aquella final que se iba a disputar en el Santiago Bernabéu seria también frente el Valencia CF.
Los blanquiazules realizaron un torneo prácticamente inmaculado. Sólo perdieron un partido y por la mínima frente al Sporting de Gijón en la vuelta de semifinales.
Por el camino también dejaron a UE Lleida y Athletic Club, cediendo únicamente un empate y encajando tan sólo un gol.
El Valencia CF, más acostumbrado a este tipo de partidos, contaban por entonces con cinco títulos en sus vitrinas y en otras 9 ocasiones habían alcanzado la final.
Los che iban a pelear por el título tras realizar un recorrido idéntico al Deportivo de la Coruña, con un empate y una derrota como bagaje en contra y, habiendo dejado en la cuneta a Real Madrid, RCD Mallorca y Albacete Balompié.
La venganza se sirve en plato frío
No era una final cualquiera. A la ilusión de los blanquiazules por ser el primer equipo galleo en levantar un título, se le unía la sed de venganza por la herida abierta en Riazor el 14 de mayo de 1994
Esta doble motivación convertía al equipo de moda en España, el Súper Dépor, en un más que firme candidato a vencer en la final que se iba a disputar en el Santiago Bernabéu.
Las premonitorias palabras de Paco Liaño, todavía en shock por la dolorosa forma de perder la Liga, no iban a tardar en cumplirse. Es lo que tiene el fútbol. Siempre da una segunda oportunidad.
Su homólogo en el Valencia CF era González, suplente habitual de Sempere. La expulsión del ilicitano le concedió la titularidad. Paró un penalti en la penúltima jornada frente al Real Valladolid y el archiconocido lanzamiento de Djukic.
Ese mismo año no le renovaron el contrato y abandonó la entidad valencianista. Más de una década después varios jugadores reconocieron que cobraron 50 millones de pesetas por empatar en Riazor.
En aquella época las primas a terceros estaban prohibidas y desde 2010 están tipificadas como un delito en el Código Penal. A su salida de Riazor el autobús del Valencia fue apedreado. Los había tristes, pero también exaltados.
Los valencianistas visitaron de nuevo el coliseo blanquiazul en la jornada 8 de la siguiente Liga y el recibimiento no pudo ser más hostil. La afición coruñesa les «regaló» una lluvia de billetes falsos.
Había nacido una enconada rivalidad tras aquel amargo empate. Solo fueron los primeros episodios de la hostilidad entre herculinos y ches.
Pasados por agua
También hubo lluvia, pero no precisamente de billetes el 24 de junio de 1995 en el Santiago Bernabéu.
Los blanquiazules seguían con una dinámica muy positiva. Habían peleado la Liga al Real Madrid hasta la antepenúltima jornada en la que precisamente cayeron en el coliseo blanco.
El Valencia por su parte, pese a hacer una buena campaña en Copa, en el campeonato doméstico fue muy irregular y quedó en tierra de nadie. Su única opción de jugar en Europa el año siguiente era ganar la final.
La contienda arrancó muy intensa. Un duelo de poder a poder con ocasiones para ambos bandos. En el minuto 35 Manjarín aprovechó un fallo de Giner para llevarse la pelota y batir con un disparo cruzado a Zubizarreta.
Durante toda la primera parte llovió suavemente sobre Madrid, pero al regresó de los vestuarios se fue tornando en un aguacero que hacía prácticamente imposible la práctica del fútbol.
Se sucedieron los resbalones y caídas. El juego fluido era inviable y el balón se quedaba estancado cada dos por tres en los charcos. Pese al empeño de los futbolistas, el espectáculo bajó muchos enteros.
Fruto de la clase de Predrag Mijatovic a veinte minutos para el final llegó el empate tras el lanzamiento de una falta directa.
Agua y granizo caían por doquier. De una forma tan salvaje que en el 79’ el colegiado García-Aranda mandó a los jugadores a la caseta. Poco después salió por un túnel completamente inundado para suspender el encuentro.
El oportunismo decanta la balanza
Tres días después se reanudó la final. Ahora sí con el campo en perfectas condiciones. Las emociones no tardaron en llegar.
Con menos de dos minutos disputados Manjarín colgó el balón, Alfredo Santaelena aprovechó la indecisión de Paco Camarasa, controló con el pecho y salvó con la cabeza la salida de Zubizarreta.
Se desató el delirio blanquiazul. El primer título de su historia estaba a minutos de hacerse realidad. Casi lo evita de nuevo Mijatovic con un potente lanzamiento de falta que se marchó rozando el poste.
Pero esta vez la suerte sí estaba del lado herculino. Habían amarrado la Copa con las dos manos y nadie podía arrebatársela.
Curioso es el caso de Alfredo. En su dilatada carrera conquistó en tres ocasiones la Copa del Rey. Antes de esta había logrado dos de forma consecutiva con el Atlético de Madrid.
El centrocampista no fue titular en ninguna de las finales, pero en dos de ellas marcó el gol de la victoria. En 1991 lo logró en la prórroga ante el RCD Mallorca y cuatro años más tarde hizo lo propio para inscribir con letras de oro al Deportivo de La Coruña en el palmarés del torneo.
Siete años después los blanquiazules ganaron su segunda y hasta el momento última Copa del Rey. El famoso Centenariazo. También lo hicieron en el Santiago Bernabéu, pero por especial que fuese este nuevo título, no hay sabor igual al de la primera vez.
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