Los soviéticos no se lo pusieron fácil a una “verdeamarela” siempre favorita y que contaba con una de las mejores generaciones de su historia.
La URSS intentaba recuperar el lustre de antaño y para ello contaba con futbolistas de la talla de Oleg Blokhin o uno de los mejores guardametas de la época Rinat Dasáyev, al que comparaban con toda una leyenda como Lev Yashin.
Andriy Bal adelantó al “Ejército Rojo” en el 34’ y, pese a las ocasiones y el buen juego de los brasileños el empate no llegaba.
Lo logró Sócrates en el 78’ con un potente disparo desde fuera del área y a dos minutos para el pitido final el gol de Éder llevó el delirio a una grada, que apoyaba mayoritariamente a los brasileños.
Un «ovni» en el Pizjuán
Tras aquel golazo, el periodista Alfredo Relaño en su crónica aseguró: «Dasáyev no estaba preparado para detener ovnis que suben y bajan súbitamente».
Éder enganchó una tremenda volea desde más allá de la corona del área que dibujó un efecto ante el que el meta soviético no pudo hacer más que la estatua.
En una votación realizada por la FIFA el gol de Éder fue elegido como el segundo mejor en la historia de la Copa del Mundo, por detrás de la espectacular tijera de Negrete ante Bulgaria en la edición de 1986.
Aunque sorprenda, el conocido como “Gol del Siglo” logrado por Diego Armando Maradona en el Estadio Azteca, no alcanzó la gran final, pero ya sabéis que todo esto es muy subjetivo.
Solo dos golazos pudieron tumbar a una URSS que volvía a dar muestras de ser un bloque sólido, que podía aspirar a cotas mayores, aunque no pudo pasar de la segunda fase de grupos donde se encontró a otro excelente combinado, la Polonia de Zbigniew Boniek y Grzegorz Lato.
Los brasileños también cayeron en dicha ronda ante la «azzurra«, a la postre campeona. Estos dos partidos fueron sin duda los dos mejores de aquella edición del torneo de selecciones más prestigioso.