Es la segunda Copa del Mundo de la historia con menos sedes. En él pudimos ver por primera vez un esférico sin gajos, pero si el Mundial de Chile es especialmente recordado por algo, es por su violencia.
No queremos hablar de la lesión de Pelé, ni de «su» Brasil campeón, gracias a la actuación de un Garrincha antológico. Vamos a recordar una parte más oscura de la Copa del Mundo.
Si bien es cierto, que el fútbol de aquella época era mucho más duro que el actual, en esta Copa del Mundo se vio su máxima expresión. Se suele decir que tuvo alguna influencia en la posterior introducción del sistema de tarjetas. Aunque no llegó hasta el Mundial de México 70.
Uno de los partidos que más aportó para que dicho Mundial ganase este dudoso honor fue el enfrentamiento de la fase de grupos entre la URSS y Yugoslavia.
En aquel encuentro se ponían de manifiesto dos estilos antagónicos. El juego colectivo soviético y la magia balcánica. Finalizó con la victoria del combinado soviético por 2-0, pero el resultado no fue lo más sonado del duelo.
Más allá del fútbol
La rivalidad entre ambas selecciones tiene un origen político. Comenzó con las desavenencias dogmáticas entre Stalin y Tito, sus líderes, que degeneró en un enfrentamiento con declaraciones cruzadas y la posterior ruptura de relaciones entre estos dos estados comunistas.
En la faceta deportiva, la rivalidad se había avivado tras su enfrentamiento en la final de la Eurocopa de 1960. En aquel partido los balcánicos se adelantaron al filo del descanso. Los soviéticos empataron en la segunda parte y ya en la prórroga lograron imponerse por 2-1.
Ambas selecciones saltaban al campo espoleadas por sus conflictos históricos y la sed de venganza mutua. A los pocos minutos el delantero yugoslavo Muhamed Mujic sufría una entrada que le ocasionó un corte en el tobillo. Lejos de amedrentarse decidió tomarse la justicia por su mano.
El defensa soviético Eduard Dubinski jugaba un balón sin peligro cerca de su área, cuando recibió una malintencionada y violenta entrada de Mujic. Esta salvaje acción fracturó la tibia y el peroné de Dubinski, que no pudo ni abandonar el terreno de juego por su propio pie.
Aquella terrorífica acción quedo impune. El árbitro no pitó ni falta. Fueron los propios compañeros de Mujic y el entrenador yugoslavo, quienes le obligaron a abandonar el terreno de juego abochornados por la acción de su capitán.
Este sería el último partido como internacional del jugador bosnio, ya que, posteriormente sería apartado para siempre por la federación yugoslava.
Lejos de calmarse las aguas el encuentro se convirtió en una batalla campal con heridos por ambos bandos. Aquella tarde se sucedieron las agresiones, los hachazos y los codazos más típicos de los combates de muay thai.
Violencia gratuita
Además de los dos anteriores, el parte médico dejó al delantero soviético Metreveli con 12 puntos en una ceja, al ruso Ponedélnik con un tobillo contusionado y al croata Željko Matuš con fractura del tabique nasal.
El diario chileno «El Siglo» diría de los yugoslavos que «dieron leña de forma desmedida» o que «habían repartido patadas a granel».
Por desgracia las consecuencias de aquel encuentro fueron mucho más graves. Dubinski volvió a jugar cuando se recuperó de la fractura pero no volvió a alcanzar su nivel previo a la lesión.
El otrora gran defensa soviético, se arrastró por varios equipos sin pena ni gloria hasta cumplir los 33 años, cuando le diagnosticaron un sarcoma en la pierna, fruto de la mala recuperación de la fractura.
El tratamiento oncológico le obligo a pasar varias veces por el quirófano, hasta tener que amputarle la maltrecha pierna. Por si fuera poco haber perdido una pierna, tras la intervención sufrió una infección de la que nunca se recuperó y que terminó costándole la vida en 1969.
Esta es la versión oficial, pero algunas fuentes discordantes niegan la vinculación del sarcoma a la fractura sufrida, alegando que no está probado científicamente que exista relación y que pesa mucho más la carga genética que el traumatismo.
Seguramente Mujic nunca pensó que aquel calentón y su patada criminal podrían costarle la vida a un compañero de profesión y rival aquel día.
No fue el único partido con un elevado nivel de violencia en el Mundial de Chile 1962. El más conocido fue bautizado como «La batalla de Santiago» con el equipo anfitrión y la «azzurra» como contendientes. Esa es otra historia de violencia con patadas a granel.