Desde su primer enfrentamiento, allá por 1902 nos han dejado partidos memorables con infinidad de anécdotas dignas de pasar a los anales de la historia.
Pero esto del Clásico no siempre fue así, de hecho, ahora nos referimos como el “Viejo Clásico” al partido de máxima rivalidad de antaño, Real Madrid vs Athletic Club, puesto que entonces se trataba de los dos equipos más laureados del territorio.
Una de las fechas más recordadas en la historia de esta rivalidad es la final de Copa del Generalísimo de 1968.
Desde la llegada de Di Stefano a Chamartín se había producido un cambio de tendencia, convirtiéndose el Real Madrid en el equipo a batir. Monopolizaban casi todos los títulos, reduciendo los éxitos de sus rivales a cifras casi testimoniales.
En el caso del Barcelona, únicamente había levantado dos Copas del Rey en lo que iba de década.
El Santiago Bernabéu albergaría la final de la Copa en la que los blancos, vigentes campeones de Liga, eran claros favoritos.
Por aquel entonces la designación arbitral obedecía a las preferencias de los clubes, que tenían algo similar a un listado de colegiados preferentes. Incluso se podía vetar a colegiados. Como se entere Sergio Ramos con la que tiene montada con Hernández Hernández…
Con la mosca detrás de la oreja
Para aquel encuentro se designó a Antonio Rigo, del colegio balear y primero en la lista de preferencias del FC Barcelona. Sin empezar el encuentro la polémica y las suspicacias estaban servidas. Rigo fue recusado por 9 equipos a lo largo de su carrera.
Para alimentar más si cabe los rumores acerca de sus preferencias, había pitado a los culés en la ida y la vuelta de la semifinal de ese mismo torneo frente al Atlético de Madrid, convirtiéndose en protagonista accidental, por haber favorecido, según fuentes de la época, “escandalosamente” a los blaugrana.
La eliminatoria se decantó del lado catalán tras anular un gol legal al rojiblanco Enrique Collar y conceder un penalti más que dudoso a los blaugrana.
El partido parecía marcharse a la prórroga con el 2-1 campeando en el marcador. El colegiado concedió un descuento excesivo, tiempo que aprovecharon los culés para certificar su pase a la final marcando el 3-1.
Con estos antecedentes el Real Madrid solicitó sin éxito que se designara otro colegiado. Mientras que los culés habían solicitado con idéntico resultado el cambio de sede.
El día de autos
Aquel 11 de julio de 1968, las gradas del Santiago Bernabéu estaban abarrotadas, en su mayoría por seguidores del Real Madrid, dada la distancia y el día del partido, un jueves.
Fue un encuentro bronco desde el primer minuto, en el que la tensión ya la violencia con la que se emplearon los futbolistas fue «in crescendo«.
A los 6 minutos, el zaguero blanco Zunzunegui introducía accidentalmente el balón en su portería al intentar despejar un centro de Charly Rexach adelantando al conjunto culé.
A los pocos minutos «Chus» Pereda impacta con su pierna muy arriba en José Luís dejándolo KO durante algunos instantes. La grada enfurecía por momentos
Instantes más tarde, Serena recibía una dura e innecesaria entrada del blaugrana Gallego, cuando el balón ya había salido del rectángulo de juego. Rigo, que ya había señalado saque de banda, le perdonaba la expulsión.
Con el Barcelona metido atrás y el Madrid a la desesperada, Serena se interna en el área y Eladio le derriba por detrás pero el trencilla no concede la pena máxima.
De nuevo Gallego se tornó en protagonista llevándose por delante a Pirri, que rueda por el suelo como una croqueta sufriendo una luxación de hombro. El centrocampista blanco tuvo que ser atendido en la banda durante ocho minutos.
Otro penalti no señalado a Amancio enfureció tanto a los aficionados merengues que el graderío se convirtió en un mar de pañuelos.
Mar de cristal
Con cada uno de los errores arbitrales la indignación iba creciendo más y más. Los silbidos dieron paso a los pañuelos y estos al lanzamientos de objetos, hasta culminar en una copiosa lluvia de botellas. De ahí el sobrenombre que se le puso a esta final.
El encuentro terminó 1-0 a favor del Barcelona y con el pitido final llegó punto más tenso de la velada. La indignada parroquia merengue continuó con el lanzamiento masivo de objetos al terreno de juegos.
El proyectil estrella, las botellas, ya fueran de plástico o de cristal, poco les importaba. El colegiado tuvo que abandonar el terreno a la carrera evitando ser alcanzado. Abandonó la ciudad en un coche camuflado y escoltado por la Policía.
Para la posteridad queda la imagen de José Antonio Zaldúa sobre el césped cubierto de botellas, recogiendo el trofeo de manos de Franco.
Los culés reclamaron una sanción al Real Madrid por el lanzamiento de objetos, pero la Federación exculpó al Real Madrid por considerar que no era responsable de la organización de aquel encuentro.
Sobre la final de las botellas, Narcís Carreras, presidente del Barça en aquel momento, contó una anécdota que dicha hoy levantaría más de una ampolla.
La esposa del entonces ministro de la Gobernación le dijo a Bernabéu: «Don Santiago, hemos perdido, ¡qué desgracia!», su marido, Camilo Alonso Vega, le indicó que felicitase al presidente culé, que presenciaba la escena.
Ella respondió diciendo: «Claro, claro, le felicito… Porque… Barcelona es España… ¿Verdad? a lo que Carreras respondió un «¡senyora… no fotem!», que le salió del alma.
Enemigo público número uno
Aquel lanzamiento masivo de botellas hizo que cambiase la legislación en el fútbol español, prohibiendo la entrada de botellas de vidrio a los estadios de fútbol.
Ese partido perseguiría durante el resto de su vida al colegiado Antonio Rigo. Se dijo que había recibido del Barcelona, en concepto de pago por sus servicios, un chalet y un negocio en Palma. Acusaciones que nunca se probaron.
En 1975 a Antonio Rigo se le relacionó con la compra de partidos en una trama dirigida por el también colegiado Antonio Camacho. Tras el escándalo, fue apartado del arbitraje, aunque tampoco hubo sanción oficial. Desde Barcelona se achacó este «neverazo» a la presión ejercida por el Real Madrid.
