En el Wankdorfstadion se midieron Alemania Occidental y la Hungría bautizada como El Equipo de Oro, que aún ostenta el récord de goles anotados en una única edición del torneo (27)
Practicaban un fútbol excelso. Llevaban invictos 31 partidos. Habían sido la primera selección en derrotar a Inglaterra en Wenbley (3-6). Golearon a los alemanes 8-3 en la primera fase. La victoria húngara se daba por segura.
Los Magiares Mágicos eran favoritos, pero el fútbol es así. Imprevisible. En aquella lluviosa tarde iba a florecer la ilusión para el pueblo alemán. Primero fue el milagro futbolístico. Después el milagro económico.
Habían asistido a la destrucción de su país durante la Segunda Guerra Mundial y 9 años después tenían un país dividido y aún por reconstruir. Aquel triunfo de Alemania subió su autoestima y se convirtió en el motor de la regeneración.
El conjunto magiar se había plantado en la final goleada tras goleada (9-0 a Corea del Sur, 8-3 a Alemania, 4-2 a Brasil e idéntico resultado frente a Uruguay, en un encuentro en el que Hohberg desafió a la lógica regresando de la muerte.
La selección alemana cayó frente a Hungría, pero doblegó con holgura al resto de rivales que se cruzaron en su camino: 7-2 a Turquía, 2-0 a Yugoslavia y 6-1 a Austria. Se medían los dos mejores conjuntos del campeonato.
Fútbol de muchos quilates
60.000 personas desafiaron al aguacero para asistir a uno de los mayores espectáculos futbolísticos de la historia, con dos equipos peleando por su primera Copa del Mundo.
De un lado los húngaros con un once repleto de talento: Grosics, Bozsik, lantos, Buzansky, Zakarias, Lorant, Toth, Puskas, Hidegkuti, Kocsis, Czibor.
Por su parte los alemanes desafiaron a los favoritos con Turek, Posipal, Kohlmeyer, Eckel, Liebrich, Mai, Rahn, Morlock, Ottmar Walter, Fritz Walter y Schafer.
Si algún espectador llegó tarde a su localidad se perdió un inicio espectacular. En el minuto 8 Hungría vencía 2-0 con goles de Ferenc Puskas (fue duda hasta el último momento por problemas en el tobillo) y Zoltan Czibor.
“Cañoncito” aprovechó un balón suelto en el área para abrir el marcador en el minuto 6. Dos más tarde, fallo garrafal del meta alemán y el “Pájaro Loco” no desaprovecha el regalo.
Todo hacía presagiar una nueva goleada como la de la primera fase, pero ahí estaban los germanos para cambiar la historia. En un arranque de coraje. En apenas 10 minutos igualaron la contienda.
En el 10’ Max Morlock aprovechó una indecisión de la zaga húngara para recortar distancias. 8 minutos más tarde Helmut Rahn empataba con un remate en el área pequeña tras la salida de un córner. Empezaba un nuevo partido.
El milagro
Hungría sacó a relucir todo su arsenal ofensivo, generando ocasión tras ocasión, pero la zaga teutona, el meta Toni Turek y los postes les negaron el gol.
Los alemanes pese a estar más centrados en no encajar, no renunciaron al ataque y tuvieron varias oportunidades de adelantarse. Ese gol llegaría a falta de 6 minutos para el pitido final.
Hans Schafer se interna por la banda izquierda. Centra el balón al corazón del área. Rechaza la defensa húngara. El balón cae en la frontal a los pies de Helmut Rahn. Recorta con la derecha. “Der Boss” dispara con la zurda. Seco. A ras de suelo. La pelota besa las mallas. Los alemanes han obrado el milagro.
Con el partido agonizando Puskas hizo el empate a 3, pero el colegiado inglés William Ling anuló el tanto por fuera de juego. Los húngaros eran mejores. Ganaron los alemanes.
Su regreso a casa en tren estuvo a la altura de la hazaña conseguida. Recibidos entre vítores en cada estación hasta llegar a su destino, Múnich, donde les esperaban 400.000 personas.
Fue tal el fervor que el canciller Konrad Adenauer tuvo que lanzar un mensaje de sosiego, temeroso de que resucitasen viejos fantasmas nacionalistas.
Benditos tacos
Hubo un héroe con el que nadie contaba a priori. Adolf Dassler. Su invento, botas con tacos intercambiables, catapultó hacia el éxito tanto a la Die Mannschaft como a su empresa, Adidas.
Desde muy joven Adi cosía a mano calzado para atletismo en la fábrica en la que trabajaba su padre.
Montó un negocio junto a su hermano Rudolf. El primero se centraba en la creación y el segundo en la comercialización del producto. Tras la Segunda Guerra Mundial acusaron a Rudolf de apoyar el régimen nazi y fue juzgado por los Aliados.
Cierto es que durante el conflicto la fábrica de los Dassler se convirtió en un taller militar. Los hermanos fueron incapaces de limar asperezas y separaron sus caminos para siempre.
De esta escisión nació Puma en 1948 y Adidas en 1949. La segunda firmó el contrato para realizar las botas de la selección nacional. Más ligeras que las utilizadas por cualquier otro equipo.
Los tacos intercambiables dotaron a los futbolistas teutones de un mejor agarre en el resbaladizo césped del Wankdorfstadion. Una ventaja que resultó determinante en la culminación de el milagro de Berna.
A los húngaros por el contrario el terreno les fue cargando las piernas con el paso de los minutos y esta pesadez se trasladó a sus cabezas. El juego ya no fluía como antes. El engranaje dejó de funcionar. El Equipo de Oro se quedaba sin la ansiada Copa.
¿Dopaje?
Tiempo después de la final se supo que los jugadores alemanes durante el descanso se inyectaron vitamina C para mejorar su rendimiento por prescripción del doctor del equipo Franz Loogen.
El hombre encargado de la limpieza advirtió de la presencia de dichos viales en el vestuario. Un reciente estudio de una universidad alemana indica que aquellas ampollas podían contener pervitina, una droga que ayuda a aumentar la capacidad física y mental.
Fue consumida por los soldados alemanes durante la Segunda Guerra Mundial para aumentar su resistencia física en batalla.
No se puede confirmar el dopaje, de lo que sí hay certeza es que ocho jugadores padecieron hepatitis y 2 cirrosis tras el torneo, debido a la falta de higiene de las agujas.
Sea como fuere, desde aquel 4 de julio de 1954 Berna es un lugar de peregrinaje obligatorio para los alemanes aficionados al fútbol. Donde un día estuvo el estadio ahora luce el marcador original con el resultado y la hora exacta a la que Helmut Rahn anotó el gol de la victoria.
Hubo dos húngaros que tuvieron doble castigo en este estadio. En 1954 perdieron la final de la Copa del Mundo y 7 años más tarde con el FC Barcelona la Copa de Europa. Czibor y Kocsis estuvieron presentes en la conocida como “final de los postes cuadrados”.
El milagro de Berna marcó el inicio del exitoso curriculum de la selección teutona. 4 Mundiales y 3 Eurocopas. Un ejemplo de fortaleza mental y entrega. Pese a que no pueden ganar siempre como dijo Lineker, no escatiman ni un ápice de esfuerzo para conseguirlo.
Un comentario
Cada quien es cada cual.