Aquella temporada 87-88 había comenzado con el inglés Terry Venables en el banquillo y 4 jornadas después había sido sustituido por Luis Aragonés.
Poco antes de que Núñez cumpliera 10 años al frente del club, la entidad vivía una dramática crisis deportiva. Para estabilizar la situación se buscaba un entrenador que sirviera como piedra angular del nuevo proyecto deportivo.
A los malos resultados deportivos, se le unía que el Real Madrid ganaría aquella Liga con 23 puntos de ventaja sobre el Barcelona (6º posición).
A la mala racha en lo deportivo había que añadir la guerra total entre plantilla y directiva, que alcanzaría su punto más tenso en conocido como Motín del Hesperia, del que prometo hablar en otra ocasión.
Inicialmente sonó Javier Clemente, finalista de la UEFA con el Espanyol y entrenador de moda. Llegó a recomendar varios fichajes a Núñez. Algunos de ellos se materializaron: López Rekarte, Julio Salinas, Beguiristain, Bakero o Unzué.
Lo que no llegó a buen puerto fue la contratación del técnico vasco, ya que, no gozaba de muy buen cartel entre el aficionado culé y Núñez con la vista puesta en las siguientes elecciones se lanzó a la contratación del otrora estrella blaugrana.
Cambiando la historia culé
Las negociaciones se hicieron públicas incluso antes de haberse cerrado, llegando a los medios incluso las condiciones del contrato, 2 años a cambio de 1,5 millones de dólares. Pese a la situación aquel equipo con un Zapatones conocedor de que ya no contaban con él, ganó Copa del Rey.
No puede decirse que el aterrizaje de Johan en el banquillo del Camp Nou fuera precisamente tranquilo. Se sumaba el jaleo institucional, la deslealtad del club hacia Luis Aragonés, la guerra entre directiva y plantilla y los malos resultados deportivos. El Barça era un polvorín.
Por si esto fuera poco “El Flaco” arrastraba de su etapa como jugador problemas con Hacienda, el propio Joan Gaspart se había comprometido a mediar.
Además se cuestionaba la validez del carné holandés de entrenador de Cruyff. Esto se pudo solventar con la inestimable ayuda de su viejo amigo Carlos Rexach, con titulación en vigor.
Se acabó el amor
De sobra es sabido que, a pesar de estos comienzos difíciles aquel idílico amor entre Núñez y Cruyff daría sus frutos, haciendo del FC Barcelona un club ganador que perduraría mucho más allá de aquellos años de vino y rosas.
Aquel romance entre Josep Lluis Núñez y Johan se fue deteriorando con el paso de los años. Por medio quedaron un buen puñado de títulos, Copa del Rey, 4 Ligas, 3 Supercopas de España, una Copa de Europa, una Supercopa de Europa y una Recopa.
Su labor fundamental fue hacer de aquel club un aspirante a todas las competiciones todos los años. En definitiva, uno de los grandes.
Durante esos 8 años, Johan impuso su filosofía y eso iba mucho más allá del terreno de juego. Exigía un control absoluto de todo lo que rodeaba al equipo. La cantera. Los fichajes. Los viajes. Los entrenamientos. Todo estaba bajo su control.
Su excentricidades chocaron en innumerables ocasiones con el ego del presidente Núñez, que fue devorado por su criatura, al menos mientras los éxitos le otorgaban inmunidad. Cruyff era intocable en Can Barça.
Las dos últimas temporadas reportaron apenas una Supercopa de España a las vitrinas del Camp Nou y aquello que antaño habría hecho salir a la parroquia culé a las calles, no saciaba a una afición acostumbrada a éxitos de mayor enjundia.
Las relaciones entre Núñez y Cruyff se habían ido deteriorando hasta romperse definitivamente. No se dirigían la palabra.
Traición al «profeta»
El 19 de mayo de 1996 Joan Gaspart se reunía con Johan Cruyff para comunicarle que Bobby Robson le sucedía en el cargo. La «Era Cruyff» había llegado a su fin.
Del mismo modo que negociaron con él, a espaldas de Luis Aragonés, habían negociado con el técnico inglés.
Según desveló el diario Sport, Cruyff preguntó a Gaspart porque no iba “el enano” a despedirle, refiriéndose a Núñez y le dijo a Gaspart que era un pelele y que no era nadie para cesarle.
En ese preciso instante comenzaba la guerra Núñez-Cruyff que haría temblar los cimientos del barcelonismo con cada cruce de declaraciones.
Cruyff se quejó amargamente del trato recibido dedicándole lindezas a su ex jefe tales como: dictador, envidioso o dañino, incluso dijo que no tenía alma.
Núñez no tardo en contraatacar, acusándole de insubordinación, de retirarle la palabra o de ocultarle información y vendérsela a la prensa.
Acusó al técnico de organizar partidos amistosos para lucrarse o de nepotismo, por el trato de favor que recibían sus familiares en el club, haciendo referencia al guardameta Angoy (su yerno) y a Jordi Cruyff, su hijo, ambos miembros del primer equipo.
Restaban dos partidos que tendría que dirigir el que fuera ayudante del holandés, el bueno de Charly Rexach. Aquella “traición” de su mano derecha nunca sería perdonada por Johan.
Cruyff no volvió a dirigir a ningún equipo. El fútbol no suele tener memoria, pero el barcelonismo nunca olvidará al que tanto les dio.
Aquel que hizo tanto ruido al entrar como al salir, pero al que perdonarían cualquier cosa por llevarles donde les llevó.