Al fin y al cabo daba el pistoletazo de salida a la temporada futbolística. A pesar de no gustarme el formato, me lo tragaba siempre.
Con el lío de los horarios de los partidos de Liga, tenemos el enésimo enfrentamiento entre Federación y la Liga, o lo que es lo mismo, Tebas vs Rubiales.
Cualquier motivo es bueno para montar un lío y lo de la Supercopa es un tema clásico de disputa entre ambas instituciones.
La RFEF acusa a la Liga de mirar más por los ingresos televisivos que por los socios de los clubes que van al campo… Mismo motivo por el que se enfrentaron cuando intentó llevarse partidos de la Liga a EE.UU.
Como casi casi todo desde hace algunos años. Es una cuestión económica. La Supercopa la organiza la RFEF y no va renunciar a esa inyección económica que suponen esos partidos. Otra muestra de la chapuza infecta que es la Supercopa.
¿Una final a doble partido? ¿Pero esto que es la final de la Copa de Europa del 74?
De chapuza en chapuza
Cuando parecía que se disputaría a partido único, ahora la Federación monta su chiringuito de la Supercopa en el extranjero para llenar la caja.
La Supercopa, que ahora será en enero de 2020 en algún remoto país en busca de recaudación, dejará de ser un torneo veraniego para ser una pachanga navideña. Me recuerda a los partidos de empresa.
Eso sí, ahora habrá cuatro participantes, entre los finalistas de Copa y primero y segundo clasificado en Liga. Ahora tenemos un circo de tres pistas…
Me reitero, cuando el dinero prima sobre el espectáculo mal asunto y cuando prima más un teleaficionado saudí que el forofo de toda la vida que va al estadio, peor todavía…
La Supercopa de España, trofeo que se creó en 1982, empezó disputándose en otoño, eso sí siempre a doble partido. En los 90 se pasó al mes de agosto y siguiendo la lógica se adjudicaba directamente si un equipo conquistaba el «Doblete«.
En 1995 esto cambia. Tras proclamarse campeones de Liga y Copa en la temporada 95-96 los colchoneros debían enfrentarse al subcampeón, el FC Barcelona.
Aquí empieza el lío. Esa pachanga veraniega que se juega entre el campeón de Liga y campeón de Copa. Si, si, entre campeones…
¿Entonces? Como ya dijera en alguna ocasión el ex vicepresidente del Barça Joan Gaspart, ¿No sería lógico que si ganas las dos competiciones te dieran el título?
Yo firmo debajo, aunque hay que decir que lo dijo en la temporada 97-98 tras ser campeón de las dos competiciones y perder contra el subcampeón de Copa, el Mallorca, en la Supercopa de España.
Un ciclón brasileño en «La Peineta»
Esta Supercopa es especialmente atípica porque ninguno de los dos encuentros se disputaron en los estadios de sus participantes. En ambos casos, el pésimo estado del césped fue el motivo del cambio de sede.
Primero «los indios» visitaron el Olímpico de Montjuic, donde los culés, como locales, se impusieron por 5-2. Es el Barcelona entrenado por Sir Bobby Robson, donde aquel conflictivo portugués de Setúbal aún no había ganado nada y era simplemente el asistente del míster. Algunos en la ciudad condal prefieren llamarlo traductor.
Aquella noche fue el debut de Ronaldo. El original. Asombró al planeta futbolero con aquella preciosa elástica.
La vuelta sería la primera vez que el Barcelona jugó en «La Peineta», el actual Wanda Metropolitano. Esto lo digo por todos los medios que repitieron erróneamente una y otra vez la temporada pasada que era la primera visita de los culés a dicho estadio.
Un estadio pequeño y frío, al solo asistieron unos 800 aficionados. No era del gusto de ninguno de los dos entrenadores, ni de nadie. Por cierto, Ronaldo y Giovanni se perdieron la vuelta por ir con Brasil.
Como anécdota diré que el Atleti comenzó la Liga exiliado, esta vez jugando en el Santiago Bernabéu, continuando ese baile de sedes que tan extraño se nos hace hoy.
He de reconocer que no recordaba el día que el Rayo Vallecano también jugó exiliado un día en el Estadio de la Comunidad de Madrid, pero así es, venció 2-0 la Numancia en 1997.
Del resultado de aquella Supercopa del 96 no voy a desvelar nada. Así vemos el resumen con más emoción…
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