Futbolistas con botas negras. Colegiados de negro. Camisetas sin nombre a la espalda. Victorias a dos puntos. La promoción por la permanencia. Paro, que se nos desborda la nostalgia.
Hay algo que no ha cambiado y posiblemente nunca lo haga. La rivalidad. Aumenta exponencialmente si el rival cohabita en la misma ciudad.
Tras un lustro sin catar las mieles del éxito en el torneo doméstico. El Real Madrid, dirigido por Molowny, Beenhakker y Toshack más tarde, encadenó cinco títulos consecutivos.
Una magnífica generación de futbolistas conocida como la «Quinta del Buitre” coronada con un delantero estratosférico, Hugo Sánchez, que había borrado las rayas rojas de su camiseta. Una “traición” que el rival capitalino nunca iba a perdonar.
En la ribera del Manzanares, con Gil al timón (que grandes y surrealistas momentos pasamos con Jesús y Ramón en la zona noble de sus respectivos clubes), sobrevivían con un palmarés bastante más exiguo. Salvo una Copa no cataron otro título durante toda la década de los 80.
Pero cuando se juega un derbi no hay mañana. No cuentas los títulos. La rivalidad lo puede todo. Lo que si cuenta, a veces, es el ayer, para revivir viejas rencillas que sirvan de acicate para ensañarse con el rival.
La afrenta
Gordillo, Hierro, Michel, Parra y Ruggeri formaban el conocido como “clan de Las Rozas”. Siempre iban en el mismo coche por la carretera de A Coruña hasta esta ciudad del noreste de Madrid.
Tenían fama de gamberretes. Una de sus trastadas fue un día de abril de 1990. Unos dicen que sucedió en un semáforo, otros que se cruzaron en un atasco El caso es que se encontraron con un conductor que les resultaba familiar. Pizo Gómez.
El centrocampista guipuzcoano era un fijo en el equipo de Clemente, aunque no destacaba por su exquisito trato del balón. El técnico vasco llegó a declarar: “Juegan Pizo y 10 más”.
La cuadrilla de futbolistas comenzó a burlarse al grito de “Pizo eres mi ídolo. Pizo eres el mejor”, en claro tono de mofa.
Se cuenta que sonaron otros improperios que los protagonistas no quisieron desvelar. Días después había derbi madrileño. Los madridistas llegaban con su quinto título consecutivo bajo el brazo. Todo les iba rodado.
Entre el jolgorio generalizado de los blancos, cada vez que Michel o Gordillo se cruzaban en el césped con Pizo Gómez o éste fallaba un pase le obsequiaban con su locuacidad:
El medio eibarrés iba como potro desbocado y comenzó a entrar con violencia a los jugadores merengues. Estos sorteaban hábilmente todas sus embestidas.
Al finalizar el encuentro la prensa a pie de campo preguntó a Pizo Gómez, que confirmó el incidente en la N-VI.
Poca broma
Los madridistas seguían con su sorna y al ser interpelados por las declaraciones de Pizo respondieron entre risas que éste podía vender su vida a las revistas del corazón.
Ellos seguían de broma pero la tensión iba “in crescendo”. La 90-91 fue la última campaña de Pizo Gómez a orillas del Manzanares. En la jornada 18 había otro derbi madrileño en el Bernabéu.
La situación era muy diferente respecto a la campaña anterior. El Atleti perseguía al implacable “Dream Team” de Cruyff, mientras que los blancos estaban lejos del liderato.
Los colchoneros no dieron opción a los locales. 0-3 en el electrónico. La crisis en Chamartín no hacía más que comenzar. Aquel año el banquillo blanco tuvo hasta cuatro inquilinos, Toshack, Di Stéfano, Grosso y Antic.
El Madrid estaba desquiciado. Sanchís y Maqueda se marcharon al vestuario antes de tiempo. Michel tampoco pudo reprimir la rabia ante el éxtasis rojiblanco.
En el minuto 70 entró con violencia a la rodilla del medio eibarrés y éste no pudo esquivarle. Resultado. Lesión en la tibia derecha que le mantuvo tres meses en el dique seco.
«Hay que vengar a Pizo Gómez»
Pizo Gómez ahora jugaba en el Espanyol, pero iba a tener un protagonismo, que ni él mismo esperaba en la final de la Copa del Rey de 1992.
Merengues y colchoneros querían salvar la temporada conquistando el último título en juego.
Luis Aragonés era el técnico rojiblanco y, tenía la estrategia en la cabeza para vencer al eterno rival. Así se lo hizo saber a la estrella de su equipo.
9 de la mañana del 27 de junio de 1992 en un hotel de Madrid. Luis irrumpe en la habitación de Paulo Futre a voz en grito:
El delantero luso se quedó atónito ante lo sucedido, pero las palabras del Sabio de Hortaleza surtieron efecto.
Apenas 12 horas después los colchoneros levantaban la Copa. Un excelente libre directo ejecutado por Schuster y un trallazo de Futre que se coló por la escuadra de su archienemigo Buyo, daban el título a los colchoneros. Venganza consumada.