Camino a la final de la Copa del Mundo de 1990 el portero Sergio Goycochea fue uno de los grandes héroes de la selección argentina con dos grandes actuaciones en las tandas de penaltis de octavos y cuartos de final frente a Yugoslavia y Italia, atajando cuatro lanzamientos.
Las cábalas han acompañado a los futbolistas a lo largo de la historia, pero la que el meta de la albiceleste inició en Italia ’90 seguramente sea la más escatológica jamás vista sobre un terreno de juego.
Fruto de una necesidad fisiológica sobre el césped del Artemio Franchi el 30 de junio de 1990 nació un ritual que Sergio Goycochea mantuvo el resto de su carrera.
La necesidad que se convirtió en ritual
Aquel día Yugoslavia y Argentina igualaron sin goles en los cuartos de final de la Copa del Mundo. El electrónico no se movió durante la prórroga por lo que hubo que recurrir a la tanda de penaltis para dilucidar el primer semifinalista del torneo.
Justo antes del comienzo de los lanzamientos el portero se vio apremiado por la necesidad de hacer pis. Aquel día hizo muchísimo calor en Florencia y como consecuencia había bebido mucho agua durante el partido.
Sus compañeros lo rodearon y él miccionó junto a la portería. Todo muy discreto. Sea como fuere, ni el propio protagonista sabía que acababa de nacer una tradición.
Goycochea paró los lanzamientos de Brnovic y Hadzibegic dando el pase a su selección. Tres días después en Nápoles, cuando vio que el partido también se iba a la muerte súbita Bilardo ordenó que bebiese más agua para que el portero de nuevo orinase sobre el césped.
Esta vez atajó los disparos de Donadoni y Serena para meter a su país en su segunda final consecutiva, en la que, cosas del destino, cayeron tras un lanzamiento de Andreas Brehme desde los once metros.
Pero la cosa no terminó ahí. El ritual de mear antes de cada tanda acompañó a Goyco, apodado desde entonces “el anti-penal”, hasta que colgó los guantes a finales de los 90.
Alfio “Coco” Basile, otro gran estratega de las cábalas, le obligó a hacerlo de nuevo en febrero de 1993 durante la final de la Copa Artemio Franchi, en la que los argentinos derrotaron en la tanda de penaltis a Dinamarca, vigente campeona de Europa.
Meses más tarde se repitió la historia en la Copa América, en la que superaron a Brasil y Colombia en sendas tandas de penaltis, proclamándose a la postre campeones y con Goycochea como mejor jugador del torneo.