A la hinchada de “La Loba” le costó mucho recuperarse de la oportunidad perdida para alcanzar la gloria europea, pero su capitán, Agostino Di Bartolomei, jamás lo superó.
Poco después de la final abandonó el club de su vida tras 12 años de servicio. Siguió jugando hasta 1990 en AC Milan, Cesena y Salernitana, donde colgó las botas en 1990, pero ya no volvió a ser el mismo.
Ayudó al equipo de sus amores a conquistar el segundo Scudetto de su historia en 1983 (41 años después del primero) y sumó tres Copas de Italia, en una de las etapas más prolíficas en la historia de la entidad romanista, pero toda aquella gloria no sirvió para apaciguar el dolor causado por aquella cruel tanda de penaltis.
Es el mejor ejemplo de la dualidad del fútbol. La gloria para los vencedores y la pesadumbre para los derrotados, separada por apenas once metros. Una moneda al aire que cae del lado de aquel que está más acertado o tiene más suerte según se mire.
La gloria esquiva a “La Loba”
Aquella Roma dirigida por Nils Liedholm, integrante de la mítica delantera sueca del AC Milan bautizada como Gre-No-Li, contaba con un auténtico equipazo con cracks de primer nivel como Carlos Ancelotti, Bruno Conti, Francesco Graziani, Falcao, Toninho Cerezo o el ídolo local Agostino Di Bartolomei.
Empezó jugando como volante, destacando por su gran visión de juego, potente disparo, elegancia en la conducción, un desplazamiento de larga distancia fuera de lo común e infalible a balón parado, pero el técnico sueco decidió reconvertirle en líbero para dar cabida en la medular a la dupla brasileña y sacar jugado el balón desde la zaga.
También le entregó el brazalete, convirtiéndose así en el primer capitán romano en la historia del club. Tenía madera de líder y sus compañeros le reconocían como tal sin necesidad de alzar la voz.
Pelearon hasta el final con la Juventus por una Serie A que se les escapó por dos puntos a comienzos del aquel mes de mayo de 1984, pero ahora estaban ante la oportunidad de sus vidas. Conquistar la Copa de Europa delante de los suyos ¿Puede haber algo más bonito para un futbolista?
Frente a ellos tenían al Liverpool que había levantado la “orejona” tres veces entre 1977 y 1981. Con la excelente dupla Ian Rush y Kenny Dalglish en punta de lanza. Casi nada.
El partido de su vida
La cosa se les puso cuesta arriba cuando los “Reds” se adelantaron por medio de Phil Neal en el minuto 13. Al filo del descanso empató Roberto Pruzzo y el marcador no se volvió a mover, dando paso a la primera final del torneo decidida en una tanda de penaltis.
Agostino Di Bartolomei, como buen capitán, dio un paso adelante y anotó el primero sin dudar, pero no fue suficiente. Conti y Graziani sucumbieron ante “Spaguetti Legs” Grobbelaar y el título puso rumbo a Merseyside.
El capitán tuvo una fuerte discusión en las entrañas del Olímpico de Roma con Falcao por no haberse “atrevido” a ejecutar uno de los lanzamientos. En la previa del choque dijo que aquel era el partido de su vida. Su último encuentro con la Roma no tuvo el final esperado.
Para más desgracia el ídolo se vio obligado a poner rumbo a Milán. El nuevo técnico Sven-Göran Eriksson quería introducir savia nueva en el equipo y le consideraba muy lento para su estilo de juego. Pese al apoyo de sus incondicionales hinchas, el capitán padecía una tristeza inconsolable. Le habían echado del club que llevaba en su corazón.
El ídolo desterrado
Cosas del destino en la jornada 5 abrió el marcador para su nuevo equipo en San Siro ante la Roma y lo celebró con toda la rabia que llevaba dentro.
En su regreso al Olímpico de Roma como “rossoneri” tuvo más que palabras con algunos de sus antiguos compañeros y fue abucheado por la grada que tanto le adoró. Ese rechazo terminó de hundir en el pozo a Di Bartolomei.
Terminó su carrera en la Salernitana en 1990, club en el que también se convirtió en icono tras lograr el gol del ascenso a Serie B. En el pequeño pueblo de Castellabate del que era original su mujer decidió retirarse a la espera de una llamada. La de la Roma. Esa que nunca llegó.
Mientras esperaba regresar al club de sus amores se embarcó en varios proyectos, entre ellos una escuela de fútbol para los más jóvenes. Las malas lenguas contaron que tenía problemas económicos. Su familia y amigos siempre lo han negado.
Comentó en la RAI la Copa del Mundo de 199o, donde le rebautizaron como “El mejor futbolista italiano que nunca jugó con Italia” y seguidamente desapareció del foco mediático.
El trágico 30 de mayo de 1994. Una década después de la final perdida contra el Liverpool, Agostino Di Bartolomei se quitó la vida de un disparo en el corazón. Ese que quedó maltrecho por no poder dar la gloria europea a su equipo. Los que le conocieron aseguran que la elección de la fecha no fue casualidad.
En su bolsillo se encontró una escueta nota con el mensaje: “Me siento encerrado en un agujero”. Junto a ella había tres fotos, de su familia, de un santo y de la Curva Sud de la Roma.
Hoy uno de los campos de entrenamiento “giallorossi” en Trigoria lleva su nombre. El ídolo del que la Roma se olvidó en vida.