Ese mismo escenario contempló doce años antes como un jeque paró un partido e hizo retractarse a un colegiado sobre un gol anotado en el duelo entre Francia y Kuwait, pero lo vivido aquella tarde primaveral afectaba mucho más de lleno a los presentes.
Los locales necesitaban un punto para asegurarse disputar la promoción de permanencia, al igual que a los vigueses el empate les servía para mantenerse un año más en Primera División ¿Qué hacer? Por descontado. Empatar.

Este partido lo vamos a empatar
Fue un partido de guante blanco. Lo más insulso sobre la faz de la tierra. Un entrenamiento en el que estaba prohibido chutar a portería y en el que hasta el árbitro se aburrió como una ostra. No hubo ni faltas.
Solo hubo un córner por cada bando. Eso fue lo más parecido al peligro en aquel tedioso Valladolid vs Celta. Fueron 90 minutos de pases horizontales, parecían tener alergia a pisar el campo contrario.
Los escasos aficionados presentes en el estadio. La mayoría debió olerse el tongazo. Al menos se lo tomaron con sorna y entonaron cánticos como ¡¡Que se besen, que se besen!! o ¡¡Este partido lo vamos a empatar!!
Todos menos una señora que tras el encuentro irrumpió en la sala de prensa, mientras comparecía el técnico celeste “Txetxu” Rojo, para mostrar su descontento con lo visto sobre el césped y exigir que le devolviesen el dinero de la entrada.

Tampoco puede hablarse de amaño. Más bien fue un pacto tácito de no agresión. Al fin y al cabo ambos equipos saltaron al césped. No hubo maletines, ni sobornos, aunque la lógica nos diga que lo habían acordado de antemano, realmente no hubo nada ilegal aquel día en Zorrilla.
Cosas del destino los pucelanos lograron salvarse tras golear al CD Toledo en el partido de vuelta de la promoción. La siguiente campaña terminaron penúltimos, pero de nuevo los celestes se cruzaron en su camino para salvarles del descenso.
Debido a la polémica surgida con Sevilla FC y Celta de Vigo por los avales, ese año se amplió el cupo de equipos en la famosa “Liga de 22”, haciendo posible la segunda racha más larga de los vallisoletanos (11 años) en la máxima categoría del fútbol español, que se alargó hasta 2004.