En más de un siglo de enfrentamientos han dejado mil anécdotas, jugadas y goles para el recuerdo.
Hoy vamos a rememorar una de las situaciones más surrealistas vividas sobre un terreno de juego, que se produjo en el último encuentro mundialista entre ambas selecciones.
Fue un 24 de junio de 1990 en el Stadio delle Alpi cuando ambos contendientes saltaron al campo por un puesto en los cuartos de final del Mundial disputado en Italia.
Argentina era la vigente campeona y contaba entre sus filas con el gran héroe del 86, Diego Armando Maradona, pero la albiceleste había pasado de una forma más que dubitativa la fase de grupos.
Por su parte, Brasil tenía un plantillón, era la campeona de América y había superado sus tres duelos con solvencia. Los carioca eran claros favoritos en el encuentro.
El partido se saldó con victoria para los argentinos. La jugada de “El Pelusa”, que sorteó camisetas amarillas sin parar, quedó culminada con una magistral asistencia para dejar a Caniggia sólo ante Taffarel.
El Hijo del Viento salvó la salida del meta de la “canarinha” y marcó. Corría el minuto 80. El marcador no se volvería a mover.
Todo vale para ganar
Desde 1983 dirigía a la albiceleste Bilardo. Criado futbolísticamente en el “equipo más tramposo de la historia”, el Estudiantes de la Plata de los años 60.
Su lema siempre ha sido de lo más maquiavélico. En el fútbol solo vale ganar y, para conseguirlo debes utilizar todas las “armas” que tengas a tu alcance. Ya sea táctica, técnica o el otro fútbol, el de los bajos fondos.
Durante su etapa en el Deportivo de Cali colombiano, su homónimo de Boca Juniors, “Toto” Lorenzo, obligaba a los camareros del hotel a abrir las botellas de agua delante suya porque no se fiaba lo más mínimo de Bilardo.
Poco después le pillaron in fraganti intentando colarse en el entrenamiento del equipo bonaerense. A la mañana siguiente las zonas del campo por las que se movían los jugadores xeneize más técnicos aparecieron encharcadas. No había llovido.
En la fase de grupos del Mundial de 1986 Argentina se medía en la segunda jornada a la vigente campeona, Italia.
Bilardo tenía el plan en la cabeza y se lo trasladó a sus pupilos. Durante el partido habría bidones con tapones de diferente color. Unos con agua normal, los otros contendrían Rohypnol, un somnífero.
Los jugadores sólo tenían que dejar esos bidones especiales cerca del banquillo de la “azzurra”, para que las altas temperaturas del país azteca y el esfuerzo les obligasen a beber esa sustancia.
Jorge Valdano llevó la voz cantante para oponerse a semejante treta. La mayoría de sus compañeros le secundaron y el míster no pudo llevar a cabo su estratagema.
El bidón de Branco
Cuatro años después, Bilardo seguía en el cargo y Valdano ya no se podía interponer en sus maléficos planes.
A los 39 minutos Ricardo Rocha comete una falta. Las elevadas temperaturas congregan a futbolistas de ambos equipos entorno al masajista de la albiceleste, al que conocen como Galíndez por su parecido con el legendario boxeador argentino, que llega con los bidones fresquitos.
Eran de diferentes colores. Ricardo Giusti ofrece uno a Branco, que lo coge y bebe. A partir de ahí el zaguero carioca tuvo náuseas, mareos y estuvo deambulando por el campo el resto del encuentro.
Las sospechas del bueno de Branco se dispararon cuando vio que sus rivales cuchicheaban mirando el bidón de agua del que había bebido. Lo tenía claro, le habían drogado. Brasil pidió una investigación, pero esta nunca se llevó a cabo.
Desde aquel preciso instante los argentinos se afanaron en negar que el agua estuviese adulterada. 15 años más tarde en el programa “La noche del diez”, Maradona respondía a una pregunta de su gran rival, Pelé, que deja poco lugar a la interpretación: