Turín. 2 equipos conviven en la capital del Piamonte. El más laureado de Italia y el Torino, un club marcado por la tragedia.
En 1949 el desastre aéreo de Superga nos robó a una de las mejores generaciones de futbolistas italianos de la historia. Il Grande Torino. 10 de ellos eran titulares en la “azzurra”, un hito sin precedentes.
6 años antes había nacido en Como, la preciosa ciudad de Lombardia, Luigi Meroni, un hombre predestinado a reinar en el Calcio.
¿Sabéis cómo se llamaba el piloto que Fiat G.212 que se estrelló contra la Basílica de Superga? La crueldad del destino pone los pelos de punta. Efectivamente. Gigi Meroni. Aunque no tenía ningún parentesco con nuestro protagonista.
Nacido para reinar
Su primer equipo fue el Libertad, un pequeño club dirigido por un párroco. Allí destacó por su habilidad con un balón en los pies y en 1961 comenzó a jugar con el equipo de su ciudad, Calcio Como.
Una temporadas después da el salto de el salto a la Serie A, y, no a un cualquiera, al Genoa CFC. El club más antiguo del fútbol italiano, que acumuló sus grandes logros en las dos primeras décadas del siglo XX.
Gigi Meroni pasó dos temporadas en la región de Liguria. No terminaba de entrar en el equipo, pero en las oportunidades que tuvo pudo enamorar con su calidad a la afición “rossoblu”.
El empresario Orfeo Pianelli se hizo con al presidencia del Torino con el objetivo de devolver al equipo la gloria alcanzada en el pasado. Para lograrlo contrató en 1964 a Gigi Meroni.
Fue el elegido para liderar el ambicioso proyecto “Granata”. En aquella plantilla dirigida por el legendario Nereo Rocco, figuraban futbolistas como Enzo Bearzot o el español Joaquin Peiró.
Por aquella época, el quinto Beatle, George Best, deslumbraba en el césped y hacía sonrojar a propios y extraños con su lujuriosa vida extradeportiva. De Gigi Meroni decían que era el Best italiano.
La cultura de los Beatles estaba muy presente en su forma de vestir y peinarse. Era un hombre bohemio, extrovertido, le podías ver paseando con su mascota, una gallina por las calles de Turín.
Un futbolista atípico con un profundo sentido artístico (era pintor y poeta). Un referente de la sociedad italiana, que ganaba adeptos allá por donde pasaba.
Entre ellos un joven, Attilio Romero. Ninguno de los dos lo sabía, pero poco después la fatalidad iba a gastarles una broma macabra.
Los “Granata” regresan a la élite
En la 62-63 llegaron a la final de la Copa de Italia. El Atalanta les derrotó por 3 a 1, y, levantó el primer y hasta la fecha único título que figura en su palmarés.
La siguiente temporada volvieron a alcanzar la final de Copa, en esta ocasión perdieron por la mínima en el partido de desempate frente al AS Roma. Los “granata” volvían a Europa, concretamente a la Recopa de Europa.
Llegaron hasta las semifinales. La ida en Turín se saldó con 2 a 0 para los locales. En el partido de vuelta el 1860 Múnich ganó por 3 a 1.
El partido de desempate también fue para los alemanes (2-0), que accedieron a la gran final.
Esa campaña, 64-65, se codearon con los grandes de la Serie A durante todo el año, quedando finalmente en tercera posición. De nuevo jugarían en Europa. En esta ocasión la Copa de Ferias, pero esta vez cayeron a las primeras de cambio frente al Leeds.
El Toro había vuelto y con un líder indiscutible sobre el césped. Gigi Meroni. Allí se sentía importante y liberado de toda presión externa sacaba a relucir todo su potencial.
Cada semana los aficionados turineses podían disfrutar de toda su magia. Regates vertiginosos y pases de milimétrica precisión a sus compañeros. Todo esto llamó la atención de Edmondo Fabbri, el seleccionador italiano por aquel entonces.
Le impuso como condición para convocarle que se cortase el pelo. Meroni se negó. Su pelo era intocable. Finalmente el técnico tuvo que ceder y convocó al centrocampista para el Mundial de 1966, de infausto recuerdo para la “azzurra”.
Un triste final
Sus tres campañas en el Torino devolvieron la ilusión a los aficionados y el equipo volvió a pasearse por Europa un cuarto de siglo después. La Juventus quería hacerse con sus servicios en 1967, por la nada desdeñable cifra de 500 millones de liras.
La afición del Toro se lanzó a las calle, para echar atrás un fichaje que la directiva veía con muy buenos ojos.
Gigi Meroni se quedó y el equipo arrancó la temporada 67-68 como un tiro. 3 victorias y un empate en cuatro jornadas.
Así llegamos a la fatídica fecha. 15 de octubre de 1967. Tras una brillante victoria por 4-2 frente a la Sampdoria los jugadores se retiran al hotel de concentración.
Fabrizio Poletti y Gigi Meroni deciden ir a por un helado. Pero al cruzar la calle el segundo de ellos es atropellado y poco después muere en el hospital.
Atención al giro del destino. Le arrolló el Fiat 124 Coupé de Attilio Romero. Su fan número uno. 33 años más tarde se convertiría en presidente del club de sus amores.
En su ansia por devolver la gloria al club de sus amores gastó hasta lo que no tenía, dejando al club al borde de la bancarrota. Trágica conexión.
Una semana más tarde tenían derbi en casa del eterno rival. Vencieron por 0 a 4, con un hat trick de su gran amigo Néstor Combin. El cuarto tanto lo marcó Alberto Carelli, que ese día lucía el eterno “7” de Gigi Meroni.
El final de aquella trágica temporada para el Toro terminó con una alegría para aliviar levemente la depresión en la que había vuelto a caer el club. 19 años después volvieron a alzar un título. Fue la Copa de Italia que ganaron sin perder un solo encuentro.
Este club marcado por la fatalidad vio como la magia de otro de otro de sus iconos, Gigi Meroni, se esfumaba ante sus ojos mientras asistían impotentes a una nueva tragedia. Lamentablemente la mariposa granate dejaba de volar.