En 1928 la FIFA decidió organizar un torneo de selecciones a nivel mundial que se disputaría durante el verano de 1930.
Contra todo pronóstico, Jules Rimet desestimó todas las candidaturas del Viejo Continente decantándose por Uruguay, ya que, el país anfitrión corría con todos los gastos organizativos y estaba construyendo un gran estadio para conmemorar los 100 años de su constitución.
Además de estas cuestiones económicas, Uruguay era la potencia futbolística del momento, Medalla de Oro en los Juegos Olímpicos de 1924 y 1928.
La designación de una sede sudamericana sentó a cuerno quemado en Europa. Ese malestar se manifestó en una cascada de renuncias entre las selecciones europeas.

José Nasazzi, capitán de Uruguay saludando al árbitro y a Nolo Ferreira (Fuente: consent.yahoo.com)