Hasta esa fecha el equipo culé había conquistado dos Copas de Ferias en la época de Kubala y otra en la temporada 65-66, pero no eran títulos oficiales, ya que, al torneo eran invitados los equipos que albergaran ferias de muestras internacionales.
La institución pasaba por una etapa complicada, la temporada anterior se había logrado la Copa del Rey, pero Johan Cruyff con su marcha había dejado huérfana a la afición culé y los títulos escaseaban.
Entre los barcelonistas todavía escocían las recientes finales europeas perdidas. La de Copa de Europa de 1961 en Berna, conocida como “la final de los postes cuadrados” en la que sucumbieron ante el Benfica de Bela Guttmann.
Un poco más reciente estaba la Recopa de Europa de la 1968-1969, en el mismo escenario de la final que hoy hablamos. El St. Jakob Park de Basilea. El Barça cayó por 3 a 2 ante un sorprendente Slovan Bratislava.
Suiza es un país muy especial para todos los culés. Winterthur es la ciudad natal de Hans-Max Gamper, santo y seña del club azulgrana, fundador y primer presidente de la entidad.
A poco más de una hora por carretera queda Basilea, la ciudad donde comenzaron las gestas europeas del Barça.
Además entre las distintas teorías sobre el origen del color blaugrana de la equipación se encuentra la de que tomaron los colores que lucía el equipo de dicha ciudad, cuya zamarra había vestido Gamper en sus años mozos.
Pocas luces y muchas sombras
Rinus Michels y Johan Cruyff salieron del equipo. Palabras mayores. Un recién llegado Nuñez se decantó por Hans Krankl, al que se le caían los goles en Austria (160 tantos en 201 partidos en el Rapid de Viena), para hacer olvidar a El Flaco.
También llegó al club un joven de 19 años del Alcoy con cierto aire a Bruce Lee. Exacto, el rápido y estiloso Lobo Carrasco, que pronto iba a encandilar a la parroquia culé.
La dirección deportiva quedó en manos de Lucien Müller, que había tenido cierto éxito en su país, y, había logrado los ascensos de Castellón y Burgos en nuestra Liga.
El técnico francés apenas duró 27 partidos en el cargo. Dejó al equipo en séptimo lugar en la tabla a 9 puntos del Real Madrid, que terminó llevándose aquella Liga.
En la Copa del Rey tampoco les había ido mucho mejor. Cayeron contra el Valencia en octavos de final desperdiciando una renta de 4-1 en el partido de ida en el Camp Nou.
Joaquim Rifé, que se había retirado apenas 3 años antes, y, que había sido compañero de casi todos los jugadores de la plantilla, fue el designado para ocupar el banquillo culé.
Ni un partido fácil
Quitando la ronda de dieciseisavos de final en la que derrotaron al Shakhtar Donetsk por un global de 5-1, llegaron a la final sufriendo en todas las eliminatorias.
En octavos les tocó el RSC Anderlecht, vigente campeón del torneo y un equipo muy potente en la época. En la ida los belgas superaron 3 a 0 al equipo catalán en el Constant Vanden Stock. Dos semanas después tendrían que hacer la machada para no quedar eliminados.
Tenían los dos pies fuera del torneo, pero un excepcional Artola (paró todas las acometidas belgas) y el Camp Nou de las grandes noches llevaron en volandas al equipo. Krankl abrió el marcador en el 8’, Heredia acercaba el objetivo en el 44’.
Tras mucho sufrir Rafael Zuvíria mandaba a la prórroga el encuentro. Artola paraba el primero. El segundo lanzamiento belga se iba al poste. Los tiradores culés marcaron todos. Estaban en cuartos.
En la ronda siguiente se enfrentaban a otro rocoso rival, el Ipswich Town de Bobby Robson, que dos temporadas después alzaría de forma brillante la Copa de la UEFA.
De nuevo en la ida los culés perdieron fuera de casa (esta vez “sólo” 2-1). El gol marcado por Esteban Vigo en Portman Road iba a valer su peso en oro. El Camp Nou dictaría sentencia una vez más.
Fue un 21 de marzo de 1979. El equipo culé salió literalmente a comerse a los ingleses. Tuvieron multitud de ocasiones para adelantarse en el marcador, pero sólo acertó a marcar en la meta contraria “Tarzán” Migueli con un testarazo ajustado al palo.
Sólo quedaban dos partidos para alcanzar la final de Basilea. El rival era otro belga, pero esta vez más desconocido, KSK Beveren. Rexach de penalti puso en ventaja a los locales en un áspero partido.
La vuelta fue de nuevo durísima. El equipo supo sufrir. Artola paró todo lo que le tiraron. Otro penalti, esta vez anotado por Hans Krankl en el 88’ daba la tranquilidad y el pase. Sólo quedaba un escalón para la gloria. Pero era el más difícil.
Basilea, capital culé
Había ganas de títulos. La afición ansiaba conquistar por fin el viejo continente. Tanto que 35.000 aficionados cubrieron los más de 1.000 kilómetros, algunos en avión, la mayoría por carretera que separan Barcelona y Basilea. La prensa alemana alemana y suiza aseguró que era la mayor movilización de gente desde la Segunda Guerra Mundial.
Basilea fue un punto de inflexión. Los jugadores sabían que no podían fallar. La mayor movilización de culés de la historia no podía caer en saco rota. Era la hora de la verdad
La plantilla que abrió la senda para los triunfos europeos en Can Barça mezclaba veteranos con jóvenes talentos. Muchos de ellos estaban ante su última gran oportunidad.
Un mes antes despidieron al entrenador que les había metido en la final, por la mala dinámica en Liga. El Barça por aquel entonces no era, ni mucho menos, un club ganador. Pero la ilusión se palpaba en el ambiente.
A diez días de la final Migueli, en el derbi frente al Espanyol, se lesionó en el brazo. Sería infiltrado para la gran final, pero en el minuto 90 la anestesia dejó de hacer efecto y el fornido defensor tuvo que aguantar el dolor durante toda la prórroga.
Krankl fue expulsado durante el partido. Salió del Camp Nou junto a su mujer y sufrió un grave accidente de coche en la Diagonal. Él salió ileso, pero su mujer quedó herida de gravedad y se debatía entre la vida y la muerte.
Cuando los médicos aseguraron al valeroso delantero austríaco que estaba fuera de peligro, él accedió a las súplicas de sus compañeros para que acudiese junto a ellos a la final.
La expedición se refugió en un tranquilo hotel a las afueras de Basilea para aislarse del jolgorio de lo aficionados. Allí llegó la noticia de que ese sería el último partido de Johan Neeskens como blaugrana. El vestuario se quedó derrumbado por momentos.
Un partido legendario
En la previa del partido se acumulaban las adversidades, pero se acercaba la fecha y tenían que centrarse en una única cosa. Ganar.
Los jugadores aseguran que al saltar al campo se les puso la piel de gallina y se conjuraron para no fallar a aquella gente. La ciudad de su rival, Düsseldorf, estaba a la mitad de distancia que Barcelona, pero los culés ocupaban tres cuartas partes del St. Jakob Park.
Hoy no está en su mejor momento, pero el Fortuna Düsseldorf es uno de los clubes con más solera del país teutón, que por aquella época conquistó dos Copas de Alemania consecutivas.
Sánchez aprovechaba una excelente asistencia de Rexach para abrir el marcador en el minuto 5. Poco duró la alegría. Tres minutos más tarde Artola repele un disparo, pero el rechace lo aprovecha Thomas Allofs para hacer el empate.
Lobo Carrasco en una espectacular internada por la banda izquierda fuerza un penalti. El encargado del lanzamiento era Charly Rexach. Nunca fallaba. Ese día sí. Al golpear impactó con el suelo. Su disparo manso y raso lo paró con facilidad el meta alemán.
En el 34’ Asensi aprovechó un balón suelto en el área para poner en ventaja a su equipo. Al filo del descanso los alemanes volverían a empatar por mediación Wolfgang Seel en un error de la zaga culé.
Se llegaba al descanso y sólo había una cosa clara. Para ganar se iba a sufrir. Mucho. El segundo tiempo fue un intercambio de golpes, pero nadie logró perforar la meta contraria.
La hora de los elegidos
En el minuto 103 Charly Rexach con un duro disparo se resarcía del error anterior estableciendo el 3-2. Tras marcar quedó acalambrado sobre el césped y le tuvieron que levantar sus compañeros.
Ocho minutos después Carrasco realizó una maniobra magistral para dejar solo frente al portero a Krankl. El austríaco no falló. 4-2.
Parecía que todo estaba hecho, pero era una generación acostumbrada a pasarlo mal y esta final no iba a ser una excepción. En el 114 de nuevo Seel acortaba distancias.
Los alemanes achuchaban y el tiempo parecía no avanzar. Los 6 minutos restantes hasta el pitido final del colegiado húngaro Károly Palotai se les hicieron interminables. Pero todo llega. Por fin. Campeones
Una mezcla de jugadores de la casa y extranjeros de gran nivel que habían sufrido mucho. Muchos de ellos se retiraron poco después. En Basilea pudieron darse el homenaje y concederle a la afición lo que tantas veces se les había negado.