Para las nuevas generaciones Raymond Kopaszewski es un auténtico desconocido. Sonará algo más si decimos Raymond Kopa, aunque solo los más viejos del lugar saben de la trascendencia que tuvo para el fútbol.
«El Pequeño Napoleón» fue sin duda el primer gran jugador francés y el precursor del marketing dentro de este deporte.
Icono galo
El primero con repercusión internacional y gran inspiración de los Platini, Papin o Zidane.
De origen humilde, hijo de emigrantes polacos, tuvo que trabajar en la mina desde bien pequeño. Empujando vagonetas de carbón perdió el dedo índice de su mano izquierda, lo que le dejó una pensión de por vida. Esos orígenes marcaron su carácter y visión del mundo empresarial.
En el fútbol también destacó pronto, primero en su localidad natal y seguidamente en el Angers. Su juego se basaba en el regate eléctrico, el amago y la finta, algo muy acorde a su agilidad y estatura.
Tras su fichaje por el Stade de Reims acabó bastante asqueado con el sistema. Fue en ese momento cuando conoció el denominado “derecho de retención”, por el cual el Angers era dueño y señor de sus derechos, como un siervo de la gleba pertenecía al señor feudal en el medievo.
Pagando los platos rotos
Las consecuencias del traspaso fueron muy negativas para él. Su nuevo club abonó una cantidad importante en concepto de traspaso, pero su ficha tras no se correspondió con su calidad e importancia.
En España tuvieron noticias de Kopa por primera vez en 1955, cuando visitó Chamartín con la selección gala, que se impuso 1-2 a la española con goles del que la prensa bautizó como “El pequeño Napoleón”.
Sus rapidísimos regates encandilaron al público que quedó prendado de aquel menudo jugador. Con apenas 24 años era el líder del equipo más importante de su país en aquel momento y precursor del llamado “fútbol champagne”
En 1956 disputó la primera final de la Copa de Europa frente al Real Madrid. Aquel partido cambió su vida. Bernabéu se encapricho del jugador y como de costumbre no se equivocó.
Los blancos pagaron la friolera de 52 millones de francos para hacerse con sus servicios y, poco después de aquella final Kopa vistió de blanco.
En esta ocasión Kopa no se dejó engañar. Sabía que en España el «derecho de retención» no afectaba a los extranjeros y que al cumplirse los 3 años de su contrato podría marcharse libre.
De este modo podría percibir lo que hoy llaman “prima de fichaje”, pero sobe todo le otorgaba la posibilidad de negociar un mejor salario al no tener que afrontar el club de destino un hipotético traspaso.
En el Real Madrid jugó 3 años, conquistando 6 títulos: tres Copas de Europa, dos Ligas y una Copa Latina.
Su reconocimiento, económico y social fue acorde a su calidad y aportación al equipo. Además en 1959 con el Balón de Oro bajo el brazo Santiago Bernabéu le propuso renovar por 5 temporadas mejorando aún más sus condiciones.
La sartén por el mango
Kopa siempre había sido la estrella, pero en Madrid, aunque con gran protagonismo, vivía a la sombra de Di Stéfano, quien, por cierto, le desplazó a una banda, ya que, Don Alfredo ocupaba la zona central del ataque, el que era su hábitat natural.
También pesó mucho la opinión de su mujer, que quería volver a Francia. Allí su imagen se había visto algo afectada tras su fichaje por el conjunto blanco, llegándole a tildar de “pesetero” e incluso de traidor a la patria y, eso aún le escocía.
El principal problema para su regreso era el dinero. Su salario en el Real Madrid, aun sin la mejora, era tres veces el que había percibido en su país. Anderlecht y Milan también se interesaron por él, pero declinó ambas propuestas, pues en esos clubes no podían permitirse el caché de un jugador de tal envergadura.
A pesar de ser el mejor club galo del momento, el Stade de Reims, tampoco podía hacer frente a las pretensiones económicas del jugador.
Sin renunciar a nada
Entonces a alguien se le «encendió la bombilla». No solo el equipo de fútbol tenía interés en el regreso de Kopa. El club se “asoció” con varias empresas interesadas en financiar la operación.
¿Cómo? Pues con una herramienta que hoy es muy habitual, pero entonces era toda una novedad, los derechos de imagen.
El jugador se convertiría en imagen de las marcas y publicitaría sus productos a cambio de una remuneración que complementaría su salario. Así nacieron la soda, la ropa deportiva o las botas Kopa.
Una vez más la opinión púbica francesa se dividió en dos. De un lado los puristas, amantes del amateurismo, al estilo británico, que criticaban el profesionalismo, no digamos ya esta “herejía” y, los que veían en todo esto un futuro muy prometedor.
La idea funcionó tan bien que Kopa creo su propia empresa de lo que hoy llamamos “marketing”.
Un órdago al sistema
A los dos años de su regreso a Francia generó un enorme escándalo mediático. El 4 de julio de 1963 hizo unas declaraciones en la prensa criticando el orden mundial imperante en el fútbol.
No perdió la oportunidad de reivindicar sus viejas pretensiones e hizo que se tambaleasen los cimientos del fútbol. La Federación Francesa le exigió una rectificación inmediata, a la que por supuesto se negó, costándole una sanción de seis meses que de facto terminó con su carrera deportiva.
No volvió a vestir la camiseta de la selección y el Stade de Reims, que había intentado convencerle, descendió durante su castigo.
Fue la semilla de lo que más tarde se convirtió en el sindicato de futbolistas en Francia. Su imagen se vio restaurada durante las protestas de mayo de 1968, año en el jugó su último partido a los 37 años y colgó definitivamente las botas.
Del díscolo, traidor y pesetero empujado al ostracismo por el establishment, a ser reconocido como Caballero de la Legión de Honor.
Sus últimos años estuvieron marcados por las dificultades económicas, incluso viéndose obligado a subastar trofeos y recuerdos de sus años como futbolista.
Raymond Kopa, leyenda y precursor del marketing en el fútbol nos dejó el 3 de marzo de 2017.