Fidelidad a unos colores o amor a un escudo son conceptos muy manidos en el argot futbolístico, pero cada vez más en desuso.
Si nos referimos a la adoración por un futbolista hasta algo cercano a lo místico, a todos se nos viene a la cabeza Maradona.
Pero hay una pequeña ciudad de algo más de 230.000 habitantes en la que reina otro “Dios” del fútbol.
Todo su casco histórico fue destruido durante los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial. Desde su puerto partió en 1912 el malogrado Titanic.
Sus gentes son profundamente religiosas, devoción que trasladaban antes a The Dell y ahora al St. Mary’s Stadium, para animar enfervorecidamente a sus “Santos” vestidos de rojiblanco.
Si viajas por los alrededores de esta ciudad portuaria al sudeste de Inglaterra encontrarás multitud de carteles con el siguiente mensaje:
“Welcome to Southampton, you’re entering the country from Le God”
Nació en 1968 en Guernsey, una dependencia de la Corona británica ubicada en el Canal de la Mancha, circunstancia que le permitió jugar con los “Pross”.
Lamentablemente no contó con la confianza de los seleccionadores, sólo disputó 8 encuentros internacionales y se quedó a las puertas de la Eurocopa celebrada en su país y del Mundial de 1998.
Todo lo contrario sucedió en su club, el Southampton. Allí es un mito, una leyenda viva.
One Club Man
No tenía un físico portentoso, quizá ni siquiera mucha pinta de futbolista. Un tipo desgarbado y en ocasiones algo entrado en kilos. Pero tenía algo que se echa de menos en la actualidad, magia.
Tenía el desparpajo y la capacidad para hacer con los pies aquello que se le pasaba por la cabeza, y, eso no hay sistema táctico, ni férrea defensa que lo pare.
Ahora ejerce como coach. Si la oratoria de Matt Le Tissier es «sólo» similar a la calidad que tenía en los pies, se debe de meter en el bolsillo a los espectadores en un santiamén. En las 16 temporadas que permaneció en el Southampton coincidió con otras estrellas del fútbol inglés como Alan Shearer. Ellos en algún momento decidieron emprender otro camino. Él permaneció fiel a su lema: Con el punto de soberbia que caracteriza a todos los genios, era capaz de pasearse por el campo durante casi todo el encuentro, para solucionar la papeleta con una asistencia milimétrica o un zarpazo inapelable a la escuadra. No era una diestra. Era un guante. Darle un balón en las proximidades de la frontal era sinónimo de gol. Así los aficionados comenzaron a llamarle Le God, aunque a él dijera que le pegaba más, “Matt Le Fat” (Matt El Gordo). ¿Cómo respondió a tanta devoción el bueno de Matt? Fidelidad infinita a los colores, y, no fue precisamente por la falta de ofertas para marcharse. Desde el punto de penalti era infalible, anoto 49 de 50. Sólo un joven galés del Nottingham Forest, Mark Crossley, fue capaz de detenerle. Sin restarle mérito al portero en aquella ocasión el disparo de Matt no fue lo bueno que acostumbraba. Un hombre campechano dedicado a lo que mejor sabía hacer, para nuestro deleite. Jugó 528 partidos y marcó más de 200 goles, pero su carrera no se mide en cifras, se mide en obras de arte Con 33 años se retiró, la espalda y la rodilla dijeron basta. El partido homenaje en mayo de 2002 fue una oda a toda su carrera, lo disputaron sus dos únicos equipos, Southampton e Inglaterra. No ganó ningún título. No pasa nada. El fútbol está muy por encima de eso. Le God llenó de alegría el corazón de todos los seguidores del Southampton y de millones de aficionados al fútbol ¿Hay algo más grande que eso? Southampton es el reino de “Le God”, un territorio para un único “Dios” futbolístico, Matt Le Tissier.
Un tipo corriente con magia en las botas
Un comentario
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