En casi cualquier ámbito, Inglaterra ha pecado siempre de un profundo chovinismo, un irrefrenable “complejo de superioridad” del que pocas veces han podido desprenderse.
Lo cierto es que a pesar de haber inventado este deporte hace décadas que se quedaron atrás y dejaron de ser un referente, al menos a nivel de selecciones.
No así en su Liga, que, si no es la mejor, está entre las dos o tres mejores del mundo.
Desde el nacimiento de este deporte y durante muchos años ocuparon un lugar preferente en el escalafón mundial, estatus que lograron mantener durante décadas a pesar de la falta de títulos internacionales.
Fueron junto a Escocia el primer combinado nacional en disputar un encuentro internacional. El conocido popularmente como «Auld Enemy«.
Los «Pross» dominaron el fútbol desde su aparición hasta la década de 1920, cuando fueron perdiendo paulatinamente protagonismo en favor de otros combinados.
Ganaron los dos primeras medallas de oro de esta disciplina en los Juegos Olímpicos (1908, 1912), hito que no han vuelto ha lograr hasta el momento.
En los albores del fútbol prácticamente solo jugaban ellos, pero su superioridad se fue disipando en cuanto el resto del mundo empezó a darle patadas al balón. España fue la primera selección no británica que logró vencerles en 1929.
Como de costumbre dieron la espalda al resto del mundo y no participaron en los mundiales de Uruguay 1930, Italia 1934 y Francia 1938, para después dar una pobre imagen en 1950, despidiéndose del torneo tras el legendario gol de Zarra.
La caída del Imperio
Si hay una fecha que marca el fin de su reinado, es sin duda su doble enfrentamiento con Hungría en 1953.
Su halo de superioridad se desvaneció definitivamente con sendas derrotas, por 3-6 en Wembley (la primera ante un combinado no británico en suelo inglés) y, 7-1 en Budapest, tras exigir la revancha. Su trono futbolístico se desmoronaba al igual que el Imperio británico.
Para ser justos, no podemos obviar un hecho fundamental que marcó a la selección de Inglaterra en aquella época. La tragedia aérea de Múnich.
La mejor generación de jugadores ingleses de todos los tiempos, los conocidos como «Busby Babes«, se perdió en gran medida en el accidente aéreo que sufrió el Manchester United en 1958.
Aquella catástrofe sesgó la vida de 8 futbolistas, todos menores de 28 años, algunos de ellos, llamados a formar parte de una selección inglesa llamada a marcar época.
Fue entonces cuando los ingleses hicieron de la necesidad una virtud y, gracias a ese carácter ególatra lograron reponerse del aquellos duros golpes. Si algo saben hacer los ingleses es vender su producto, son los ases del marketing.
Si habían logrado aplazar el reconocimiento mundial de su declive durante más de dos décadas, nada era imposible.
Ilusiones renovadas
Con motivo del centenario de la Asociación Inglesa de Fútbol en 1963, organizaron un encuentro para conmemorar tal efeméride
Los orgullosos ingleses se enfrentaron en Wembley a un combinado de estrellas del resto del mundo.
Por si a alguien se le ha escapado, galeses, escoceses, norirlandeses y demás británicos eran parte del resto del mundo.
Aquel 24 de octubre de 1963 Inglaterra volvió a acaparar todos los focos y, al menos durante 90 minutos Londres volvió a ser la capital mundial del fútbol.
Los ingleses, fieles a su estilo, organizaron un evento en el que el resto del mundo rendía pleitesía a los inventores del fútbol, o al menos esa era su idea inicial. El evento levantó una expectación sin precedentes.
No solo volaron las más de 100.000 entradas de las taquillas, además fue televisado en prácticamente todo el Viejo Continente, algo poco común en la época.
La selección inglesa se vistió de gala para la ocasión y como no podía ser de otra forma, Alf Ramsey alineó a “sus mejores espadas”: Gordon Banks, Armfield, Norman, Wilson; Milne, Bobby Moore; Payne, Greaves, Smith, Eastham y Bobby Charlton.
El firmamento futbolístico
En representación del resto del mundo estaba lo mejor de lo mejor, salvo la significativa ausencia de Pelé, al que el Santos no permitió asistir y los italianos, que no quisieron acudir a la cita.
La portería fue para uno de los mejores de la historia, si no el mejor, Lev Yashin “La Araña Negra”. El soviético es el único guardameta con un Balón de Oro en su haber.
Como único representante brasileño estuvo Djalma Santos, en defensa junto a los checoslovacos Pluskal, Popluhar, subcampeones del mundo en 1962.
En el medio Josef Masopust, formando dupla con el germano Karl-Heinz Schnellinger. Por las bandas el francés Raymond Kopa y Denis Law, en representación de la vecina Escocia
El ataque lo completó un trio mágico, Don Alfredo Di Stéfano, que hacías las veces de capitán, “ La Pantera Negra” Eusebio, dos veces campeón de Europa y Paco Gento, otro de los grandes emblemas del Real Madrid.
Secundado aquel espectacular once titular estuvieron en el banquillo el portero yugoslavo Soskic, campeón de Europa en 1960, el chileno Eyzaguirre, otro escocés Jim Baxter, el magiar Ferenc Puskas y el teutón Uwe Seeler.
Esta constelación de estrellas fueron dirigidas por Fernando Riera, técnico de la gran Chile de 1962 y del Benfica subcampeón de Europa, heredero de Bela Guttman.
Este partido tenía muy poco de amistoso. Inglaterra veía la oportunidad de recuperar el lustre perdido con el paso de los años. En Wembley estaba en juego más que la honra.
Di Stéfano declaró que aquel encuentro sería el broche de oro a su carrera deportiva, aunque siguió jugando un par de años después del partido en las filas del RCD Espanyol.
«El Partido del Siglo»
Era prácticamente imposible que ante semejante tinglado saliese todo bien a la primera. A pocos días del partido, con todos los jugadores ya concentrados, comenzaron los problemas. Por algo los ingleses conducen por la izquierda, el revés que el resto de los mortales.
Los ingleses se negaban a que hubiera cambios, alegando que en los partidos internacionales solo se permitía un cambio al descanso y otro en caso de lesión del portero.
La FIFA argumentó que para algo habían llevado 16 jugadores hasta Londres y que lo importante era el espectáculo. Lanzaron un ultimátum. Sin cambios no habría partido.
La selección del resto del mundo se llevó el gato al agua y de paso dio a Inglaterra la excusa perfecta en caso de derrota. Ellos intentarían la proeza únicamente con 11 futbolistas.
Una vez se dejaron de monsergas y el balón echó a rodar, los ingleses dominaron la primera parte de principio a fin.
Hicieron valer su condición de bloque, se conocían y las piezas encajaban mucho mejor, que en una selección plagada de estrellas, pero que nunca habían jugado juntos y, que apenas dejaban destellos de calidad sobre el césped, pero no funcionaban como equipo.
Solo un estratosférico Lev Yashin consiguió mantener el 0-0 inicial hasta el descanso.
Una victoria de prestigio
En la segunda mitad Soskic ocupó el lugar del guardameta soviético, Puskas relevó a Eusebio, Eyzaguirre a Djalma, Baxter a Masopust y Seeler a Kopa. En el 66′ (coincidencias de la vida, cifra que coincide con su única Copa del Mundo) los ingleses abrieron el marcador.
Soskic despejó un disparo de Greaves, que este recogió y dejó en bandeja para que Payne subiera el 1-0.
En el minuto 82, Puskas dejó solo a Denis Law que logró la igualada tras regatear a Gordon Banks. Todo parecía encaminado al empate hasta que Jimmy Greaves dio la victoria a Inglaterra a pase de Bobby Charlton a tres minutos del final.
El resultado fue justo, los ingleses fueron mejores y solo los palos y hasta un gol anulado a Greaves habían salvado al combinado del resto del mundo de la debacle.
Los de «Los Tres Leones» salieron muy reforzados de este partido y vieron reverdecer su confianza, que a la postre fue fundamental para alzarse con el Mundial de 1966.
Aun hoy es el único trofeo que exhiben en sus vitrinas, pero batacazo tras batacazo, a uno por torneo, siguen presumiendo desde su trono imaginario.
