Sólo cuatro días antes del desastre total el «Dream Team» barcelonés había conquistado su cuarto título liguero consecutivo. Sí, el del famoso penalti fallado por Djukic.
Fueron por detrás del Súper Dépor desde la jornada 14, pero realizaron una segunda vuelta casi inmaculada, dándole la vuelta a la tortilla en el último partido
Tras más de un siglo de existencia habían conquistado su primer entorchado europeo en 1992 con el gol de Koeman y estaban a las puertas de otro majestuoso doblete. Eran favoritos y se sentían superiores.
Estaban con la soga al cuello, pero se habían repuesto e iban con la moral a tope para la final de Atenas. El rival, era un martillo pilón. El Milan de Fabio Capello. 15 días antes habían conquistado su tercer Scudetto consecutivo, y, desde entonces estaban centrados en la final.
Un pecado. La soberbia
Los “rossoneri” llegaban resentidos, habían perdido la final en 1993 frente a un sorprendente Olympique de Marsella y también sucumbirían en 1995 contra otra maravillosa generación de futbolista del Ajax. Pero en 1994 no, esa temporada iban a arrasar. Esa Copa de Europa era para ellos.
No pensaban lo mismo en Can Barça por aquél entonces. Su entrenador. El grandísimo Johan Cruyff dijo en una entrevista lo siguiente:
Caras le salieron las declaraciones a «El Flaco». A saber cuántas veces se las puso Capello a sus jugadores en el vestuario. Encima se empeñó en no sacar a Laudrup, con el que andaba reñido. Bien es cierto que al bueno de Marcel le tenían como un “trotón. Incluso tildaron de loco a Berlusconi cuando lo fichó, pero no era ni mucho menos un zote. Los 11 milanistas salieron a comerse el césped y pasó lo que pasó. “O Baixinho” había llegado esa misma temporada a la ciudad condal, por una cantidad hoy irrisoria para el mundo del fútbol, 450 millones de pesetas. Todo para resarcirse de la debacle frente a CSKA un año antes. Venía de ser el máximo goleador de la Copa de Europa en un año glorioso con el PSV y en su primera temporada fue pichichi de la Liga española con 30 goles. En Atenas ni la olió. El Milán llegaba con dos bajas de peso en el centro de la zaga, Baresi y Costacurta. Casi nada. Los sustitutos fueron el veterano Galli y Paolo Maldini, que comenzó a forjar su leyenda en este partido. Yo apenas contaba ocho primaveras. Este es mi primer recuerdo futbolístico, junto al codazo que le propinó Tassotti a Luis Enrique unos meses más tarde. Una tragedia. Todavía me duele. El partido ya empezó con un aura extraña para los culés. El Milán era local en el Olímpico de Atenas, pero decidieron saltar al verde con la zamarra blanca. Por aquello de incomodar al rival. El preludio de la que se avecinaba. La presión asfixiante de los italianos no dejaba trenzar su juego de pases a los pupilos de Cruyff. Además un inspiradísimo Savicevic desgarró una y otra vez la zaga blaugrana sin piedad alguna. El plan de los chicos de Capello era claro, robar y salir como gacelas. Lo bordaron. En el 22′ Massaro adelantaba a los suyos, tras un jugadón de Savicevic. Con los culés sin poder de reacción llegó el segundo del ariete lombardo al filo del descanso. En la reanudación fue aún pero para los blaugrana, fallo garrafal de Nadal, que regala el balón a Savicevic, para que el futbolista balcánico ejecute una vaselina antológica. Era el mundo al revés. El Milán, jugando un fútbol excelso y los barcelonistas empleándose con dureza para frenar las acometidas del rival. Así se llegó al clímax de la final. En el 59’ Marcel Desailly culmina su venganza particular. Se interna con fuerza en el área y bate con el interior a Zubizarreta. El éxtasis milanista. Quedaba media hora. Los italianos intentaron tímidamente conseguir el quinto. El «Dream Team» era un títere en manos de los chicos de Capello. Ni se acercaron a la meta de Rossi. El Olimpo era para el AC Milan, mientras su presidente ganaba las elecciones al Senado en el país transalpino. Doble premio. El «Dream Team» comenzaba a desintegrarse. Era el principio del fin. Comenzaba la “Operación Acrópolis” Pesos pesados como Zubizarreta (lo supo en el avión de vuelta a Barcelona), Laudrup, Goikoetxea, Estebaranz, Salinas y Juan Carlos abandonaban la disciplina blaugrana. Se terminaba un ciclo victorioso. Venían años difíciles, pero al menos quedaba la huella indeleble del genio holandés. Un estilo de juego diseñado para alcanzar el éxito. La semilla de los «Dream Team» que estaban por venir.
Debacle culé. Éxtasis milanista
El principio del fin
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