El fútbol es un deporte que se rige por modas, rachas o etapas, y ahora seguramente estamos viviendo un cambio de ciclo en el fútbol continental.
Me explico, cuando el campeonato doméstico de un país es fuerte, sus equipos y selección destacan en las competiciones internacionales. Así ocurrió con los británicos de finales de los 70 hasta mediados de los 80, prueba de ello es que desde 1977 hasta 1984 solo hay un campeón de Europa que no lo fuera.
En este caso, el cambio vino propiciado por la exclusión de los clubes ingleses de las competiciones europeas, según la FIFA responsables de la tragedia de Heysel. El castigo duró desde 1985 hasta la 1990-1991. Esto evidentemente tuvo un impacto negativo en su competición y en su competitividad, pero de esto ya hablaremos en otra ocasión.
La final del año anterior 1984, enfrentaba al Liverpool, que contaba ya con 3 entorchados (1977, 1978 y 1981) de las 5 que tienen hoy día, con la Roma.
Alcanzando la gloria
La final se disputaba en el Olímpico de Roma, pero el conjunto romano, como a día de hoy, no contaba con ningún trofeo de la antigua Copa de Europa en sus vitrinas. Aunque cabe recordar, que hasta la fecha ningún equipo que disputara la final de esta competición en su estadio había caído derrotado.
La primera parte acabó con 1-1. Neal adelantada a los ingleses en el 13′ y Pruzzo había empatado en el en el 42′. El marcador no se movería hasta el final la prórroga. Por vez primera una final de Copa de Europa llegaba a los penaltis.
En la tanda cobró protagonismo el hasta entonces actor secundario «Red«. un desconocido Grobbelaar, portero natural de Sudáfrica internacional por Zimbaue y eterno suplente que viviría ahí sus momentos más felices como profesional.
Como muestra el vídeo, Grobbelaar hace todo lo posible por distraer a los lanzadores, muerde la red de la portería y realiza un histriónico baile… A pesar de no detener ningún lanzamiento consigue su objetivo. Bruno Conti lanza fuera y Graziani lanza al larguero convirtiendo en héroe al cancerbero.
Con esta Copa de Europa, se echaba el cierre a aquellos maravillosos años del fútbol británico. Prometo entrar en esto con más detalle en en otra ocasión, ya que el tema tiene miga.
En aquel Liverpool, jugaba el hoy comentarista deportivo, de acento inconfundible, Michael Robinson. Original de Leicester, nunca jugo con los “Foxes”, tras pasar por Preston North End, Manchester City y sobre todo el Brighton & Hove Albion, donde se alzó a la fama.
No sin mi copa
Fichó por los «Reds» a cambio de 250.000 libras. Sin duda una temporada mágica para el delantero (1983-1984), en la que levantó la Copa de la Liga, la Liga y la Copa de Europa. Un triplete al alcance de muy pocos.
El propio Michael Robinson desveló algunas anécdotas de la final en cuestión, como la que envuelve al último lanzamiento pool. Era sabido que el portero romano, Franco Tancredi, estudiaba los lanzamientos de penalti de los jugadores rivales, algo poco común en la época. Todos estaban muy nerviosos y muchos no querían lanzar en la tanda, incluido el propio Robinson.
No fue el caso del defensa Alan Kennedy, que insistía en lanzar a pesar de las reticencias de sus compañeros, pues no era precisamente un especialista en la materia. Finalmente accedieron alegando que a Kennedy no podía haberlo estudiado porque no le dejaban tirar ni en las pachangas.
Por cierto, aunque no os suene de nada este “héroe accidental” tiene el honor de ser el primer jugador en marcar en dos finales de Copa de Europa, esta y frente al Real Madrid en 1981.
Robinson también contó que se iban pasando la copa por clanes de escoceses, irlandeses, casados, etc. A él le tocó en el aeropuerto de Fiumicino. Al llegar al avión alguien le preguntó por el trofeo, entonces se dio cuenta que lo había olvidado en el Duty Free comprando tabaco para su madre. Se dice que se dio la mejor carrera de su vida.
Desembarco en España
Poco después fichó por el Queens Park Rangers y permaneciendo allí hasta comenzar su aventura española.
En 1987 recaló en Club Atlético Osasuna, aquel club modesto de nombre impronunciable para los angloparlantes. El club luchaba por no descender y realizó un gran esfuerzo económico, 24 millones de las antiguas pesetas.
Se cuenta que tuvo ofertas de otros clubes como Pisa o Genoa por ejemplo, pero que pero la eliminación del Glasgow Rangers a manos de los «rojillos» en la UEFA de la 85-86 acabó por convencerlo.
Él mismo, contó alguna anécdota sobre su fichaje. Entre ellas una muy famosa por un anuncio de TV, en la que su mujer comenzó a buscar casa sin éxito en aquella ciudad que tanto le costaba pronunciar, por lo que le llamó exaltada advirtiéndole que les habían engañado. Osasuna no existía.
La llegada a Pamplona vino propiciada por una concatenación de casualidades. El «Vasco» Aguirre, se había fracturado tibia y peroné una temporada antes en un choque con Ablanedo II. Su puesto lo ocupó el danés Michael Pedersen, que no había cuajado muy allá, por lo que se decidió buscar un sustituto de garantías. Por cierto, para más inri, el nórdico era el único angloparlante del club.
Al llegar a Pamplona, le advirtieron sobre sus problemas en la rodilla izquierda, cosa que le impactó porque la habitual de los quirófanos había sido siempre la derecha por lo que espetó a los médicos que esa era «la buena».
Siempre achacó a los servicios médicos de Osasuna la mala recuperación de ésta, por una intervención, supuestamente innecesaria, de la que nunca se recuperaría totalmente.
Un tipo entrañable
Otra gran barrera fue la religión, ya que él, al contrario que los españoles, no era muy creyente. Al contarle a su padre como era el equipo, le dijo que no eran muy buenos y por eso rezaban antes de los partidos.
En una ocasión en la catedral de Murcia preguntó qué era eso. Un compañero le contestó que era «la hostia» a lo que el respondió «ah, la hostia puta», frase más repetida en la plantilla tras cualquier error.
A pesar de su carácter agradable y dicharachero como futbolista era un tipo muy profesional y muy exigente consigo mismo y con los que le rodeaban. Se cuenta que una vez falló un control al recibir un saque de banda y tal fue el enfado consigo mismo, que entrenó ese mismo movimiento una y otra vez.
Mil y una anécdotas
Como internacional, se decidió por Irlanda, tierra de su abuelo materno, siguiendo el consejo de un ex entrenador, al no ser convocado por los ingleses. Vistió esa camiseta en 24 ocasiones. Con la selección también tuvo alguna historia curiosa.
Como cuando se quedaron encerrados solos en un hotel de Gdansk en plena huelga, o cuando al no clasificarse para el mundial, organizaron una gira sudamericana (1982). El vuelo hacía escala en Buenos Aires en plena guerra de las Malvinas y las autoridades quisieron identificar a todos los ingleses.
La mayor parte de los jugadores eran ingleses de nacimiento, aunque llevaran esos pasaportes irlandeses en gaelico, que complicaron más si cabe la cuestión. El resto de la expedición les esperó tomando cervezas durante las 14 horas que duró aquel encierro en el avión.
En Brasil fue aun peor. Les apedrearon el autocar, se quedaron sin dinero para el hotel y la vuelta tuvo que ser por mediación del Inter de Milán, propietario de Lyam Brady, que negoció un doble enfrentamiento con Trinidad y Tobago para recaudar fondos y poder volver.
Para darle mucho ánimo he elegido un gran gol suyo, de la etapa en el Queens Park Rangers, en un enfrentamiento de FA Cup frente al Chelsea.