Su vida bien podría servir para hacer el guión de una película, porque a lo largo de sus 20 años de carrera demostró ser un maestro del engaño.
Su caso no es como el de Ali Dia, el supuesto primo de George Weah, del que unos cuantos minutos de juego bastaron para que en Southampton se diesen cuenta de que les habían dado gato por liebre.
Carlos Herique Raposo nació en Río Pardo (Brasil) el 2 de julio de 1963. Si me preguntáis cuál era su oficio no sabría qué decir, pero desde luego, futbolista no fue. Por casualidad hizo de este deporte su forma de vida, vistiendo la camiseta de nueve equipos en Brasil, Francia, México y Estados Unidos.
Posiblemente lo más acertado sería decir que fue un gran actor o un buen relaciones públicas.
Desde muy joven le apodaron el «Kaiser», cuentan que por su parecido físico con Franz Beckenbauer, ya que, sus maneras con el balón no tuvieron nada que ver. Otra versión relaciona dicho apelativo con la aparición de una cerveza del mismo nombre en la década de 1980.
Hay fuentes que aseguran que Carlos Henrique Raposo jugó en las categorías inferiores del Botafogo, pero no hay una sola prueba al respecto.
Creando el personaje
En 1986 consiguió que su amigo Mauricio de Oliveira Anastácio, jugador del Botafogo, recomendase su fichaje al club carioca.
El gancho fue que había formado parte del Club Atlético Independiente campeón de la Libertadores en 1984.
Efectivamente en aquel equipo argentino junto a los Bochini, Giusti o Burruchaga había un Carlos Enrique, sin H, que también nació en 1963, pero en Buenos Aires.
Gracias a aquella treta firmó su primer contrato profesional. Su currículum ficticio no hacía más que engordar. No llegó a debutar. Fingió una lesión y evitó tener que jugar y ser descubierto.
En palabras del propio Carlos Henrique Raposo en el documental «Kaiser» muchos clubes no reconocen que le tuvieron en sus filas por el desprestigio que supondría para la entidad, al mismo tiempo que asegura haber jugador en los cuatro grandes de Río de Janeiro, Flamengo, Fluminense, Vasco da Gama y Botafogo.
Raposo frecuentaba las discotecas donde acudían los jugadores de los grandes clubes de Río de Janeiro. Allí se hacía pasar por una de las estrellas del momento, Renato Gaúcho, para tener sexo con mujeres.
En la noche entabló amistad con varios futbolistas que le ayudaron a mantener su «hechizo». Sin haber disputado un solo minuto con Botafogo necesitó tirar de contactos una vez más.
Nada como tener padrino
Se hizo amigo de una de las estrellas del momento, Renato Gaúcho, que recomendó su fichaje a Flamengo. Volvió a emplear la misma estrategia: contrato corto y a prueba.
Al llegar a su nuevo equipo alegaba que llevaba tiempo sin jugar y que necesitaba un plan de adaptación, se empleaba a fondo físicamente y antes de tener que tocar balón fingía una lesión. Así una vez tras otra. Una decena de clubes cayeron en la trampa del Kaiser.
Aún no existían las resonancias magnéticas por lo que podía justificar fácilmente aquellas dolencias. Unas cuantas semanas de fisioterapia y una vez «recuperado» recaía para mantener vivo su exitoso negocio.
Además, tenía un amigo dentista que en un momento dado aportó un parte médico para corroborar la causa de esas recurrentes lesiones.
¿Por qué todo el mundo ayudaba a este tipo? Kaiser siempre ha sido un tipo simpático y carismático, que se ganaba el corazón de sus compañeros y, más importante para su estilo de vida, de los directivos.
Algunos fueron partícipes de las artimañas, no le pasaban el balón en los entrenamientos para ayudarle a mantener a buen recaudo su secreto. Mientras tanto y, pese a no haber debutado, su fama en Brasil no paraba de crecer.
Cuentan que Carlos Henrique Raposo solía pagar de su bolsillo algunas habitaciones en el hotel de concentración, donde montaba fiestas repletas de bellas muchachas con las que agasajaba a sus compañeros.
Actor de método
Cuentan que durante su etapa en Flamengo, llegaba al entrenamiento con un teléfono móvil enorme y se dejaba ver hablando en francés e inglés fingiendo estar negociando su contrato con algún presidente de un gran club europeo
Los compañeros se dieron cuenta que no dominaba el idioma, simplemente juntaba algunas palabras sin mucho sentido, además no podía haber nadie al otro lado del teléfono porque era de juguete.
También tenía amistades entre los periodistas, gente que no publicaba una mala palabra sobre él. Dentro de todas las incógnitas que rodean su vida, también cuentan que pagó algún que otro reportaje para que exaltasen su virtudes futbolísticas.
Como los vendedores de crecepelo en el Viejo Oeste, cambiaba de ciudad antes de ser descubierto. Ese fue siempre su modus operandi.
Su siguiente aventura en el fútbol le llevó al Puebla FC de México y de allí a El Paso Patriots estadounidense, sin llegar a debutar en ninguno de los dos, por supuesto.
No existía Youtube y todo era mucho más arcaico en el fútbol, por lo que no era extraño fichar a un jugador por recomendaciones o informes de algún conocido, sin haber visto como tocaba un balón o haber oído hablar de él.
En España, no hace tanto tiempo, son famosos los casos del «Pato» Sosa, recomendado al Atlético de Madrid por el director de cine José Luís Garci, o el de Edwin Congo por el Real Madrid a través de la misiva de un aficionado.
Toma el dinero y corre
El «Kaiser» Raposo regresó a Río en 1989 para fichar, por el modesto Bangu, cuyo presidente, Castor de Andrade, era un mafioso local de pistola en cinto y fama de tipo duro e irascible. No era alguien a quien tomar el pelo.
Cuentan Marcelo Henrique durante su estancia en el Bangu padeció una larga lesión y de Andrade decidió pegar un tiro cerca de su pie y al verle correr exclamó ¡Ya te has recuperado!
Una tarde Bangu caía 2-0 frente a Coritiba, el entrenador mandó a calentar a Carlos Henrique Raposo. Era una orden directa del máximo mandatario.
Él era el «futbolista» que nunca quería jugar y si le obligaban a debutar se descubriría el engaño poniendo en peligro su vida.
Durante el calentamiento en la banda Raposo se lo apostó todo a una arriesgada jugada. Desde la grada le insultaron y él decidió entrar al trapo. Saltó la valla y se lió a mamporros con algunos aficionados.
Terminó expulsado, cumpliendo su objetivo de no entrar en el terreno de juego. En el vestuario el presidente enfurecido le pidió explicaciones y Raposo, una vez más, interpretó una escena merecedora de un Óscar.
Aquella temeridad recibió una recompensa inesperada, Castor de Andrade le renovó 6 meses más. Poco después continuó con su show, esta vez al otro lado del charco, fichando por el Gazélec Ajaccio, aunque los hay que aseguran que jamás puso un pie en Córcega.
Muchos clubes, pocos minutos y ningún gol
Una vez más tuvo que tirar de ingenio para mantener su engaño a salvo. A la presentación acudió un buen puñado de aficionados. Sobre el césped había balones para que el flamante fichaje deleitase a los presentes con trucos propios de los cracks brasileños.
Ni corto ni perezoso el «Kaiser» se acercó a la grada para besar la bandera de Córcega, acto que la hinchada agradeció enfervorecida. Ante tal algarabía aprovechó la oportunidad para lanzar todos y cada uno de los balones que había sobre el césped al público.
Una vez más el mayor estafador del fútbol consiguió mantener vivo el embuste, una constante en una carrera que se alargó durante más de dos décadas.
Otra de sus estratagemas para ganarse el favor del público su se veía obligado a jugar era fingir una lesión y cojear durante algún tiempo sobre el terreno de juego, intentando mostrar un falso compromiso con el club.
A lo largo de su vida compartió vestuario con grandes jugadores como Ricardo Rocha, Edmundo, Renato Gaúcho, Romario, Branco, Bebeto y Carlos Alberto Torres.
Mientras algunos intentan olvidar haber caído en la trampa, él recuerda orgulloso su prolífica carrera. Toda esa vida de lujo mantenida a base de engaños quedó atrás, Carlos Henrique Raposo perdió la vista y ya lejos del foco mediático lucha por subsistir en Brasil.