Nieto del duque de Edimburgo, su pasión por el fútbol nació durante un viaje por Escocia. Fue presidente de la Federación de Fútbol de su país y como fanático de este deporte, una de sus primeras medidas fue exigir a la FIFA la inclusión de su selección en la primera Copa del Mundo.
Se puso el “mono” de entrenador y subió a sus chicos al Conte Verde para realizar la travesía hasta tierras uruguayas. Fue una decisión curiosa, mientras la mayoría de combinados europeos boicotearon aquel Mundial él puso todo su empeño para poder ir.
Obsesión por el Mundial
De su bolsillo corrieron todos los gastos del viaje y logró por las bravas que los futbolistas seleccionados tuviesen un permiso en el trabajo (la mayoría lo hacía en la petrolera Anglo-Persian Oil Company) para poder disputar el torneo con la promesa de que conservarían el puesto a su regreso.
Exhaustos por el viaje y tras las mareantes sesiones de entrenamiento sobre la cubierta del barco en pleno Atlántico, los “Tricolorii” no tuvieron un gran papel en tierras uruguayas.
Arrancaron con victoria el 14 de julio ante Perú (3-1), pero no pudieron superar a la anfitriona, con la que cayeron 4-0, una semana después, quedando eliminados a las primeras de cambio.
Volvieron a Rumanía con la cabeza alta y haciendo feliz a su monarca, Carol II, el único rey entrenador en la historia del fútbol. Con los años se fue radicalizando y su mandato se asemejó al de un dictador. Hasta el punto de abolir la Constitución en 1938 y apoyar a Hitler durante la Segunda Guerra Mundial, pese a que el nazismo les consideraba una raza inferior.
Existen documentos que acreditan su estancia en Uruguay, pero al parecer sobre su lecho de muerte en Portugal el rey aseguró que su mayor frustración fue no poder estar presente en el Mundial, por lo que casi todo lo contado anteriormente formaría parte de la leyenda.