Aunque es menos común, también hay ricachones que hacen justo lo contrario, ponen su fortuna al servicio del fútbol, pero no nos engañemos, no son mecenas que de manera altruista invierten a fondo perdido. Normalmente hay intereses detrás de estas «ayudas».
En su mayoría gente excéntrica que «ama» el fútbol y que trata de conseguir sus metas a través de él.
El tirano libio
Muamar el Gadafi lideró la revolución que derrocó a la monarquía y proclamo la República Árabe Libia en 1969. El excéntrico dictador gobernó su país con mano de hierro hasta su derrocamiento y ejecución en 2011, durante los movimientos de la Primavera Árabe.
A pesar de autoproclamarse líder y guía del pueblo libio, expolió sus recursos para enriquecerse durante más de cuatro décadas de dictadura, llegando a acumular una fortuna en Suiza de 87.000 millones de dólares, sobre todo por la gestión de la novena reserva petrolífera del mundo.
Gadafi siempre fue un tipo excéntrico y el dinero no hizo más que acrecentar sus rarezas. Su egolatría y ansias de notoriedad internacional le llevaron a financiar cualquier conato de “revolución” que surgiera en el último confín del mundo.
Este hobby, no solo le llevo a gastar una cantidad ingente de dinero sin resultado alguno, también le confirió una larga lista de enemigos entre las mayores potencias mundiales.
Su guardia personal estaba compuesta exclusivamente por jóvenes y bellas mujeres libias. El dictador las elegía personalmente y suele decirse que se trataba más de un harén con uniforme militar que un cuerpo del ejército.
Si el sueño de Gadafi era alcanzar fama internacional y convertirse en un referente político, costase lo que costase, los de sus vástagos no se quedaron atrás. Los descendientes de Gadafi, en especial uno de ellos, no heredaron su desinterés por el fútbol.
Del palacio al césped
Su tercer hijo, Al-Saadi el Gadafi, es un autentico apasionado del balompié y, como otros muchos niños soñaba con ser futbolista. La diferencia entre la mayoría de pequeños y Al-Saadi es que tenía como padre a uno de los dictadores más ricos del planeta.
Hizo sus pinitos en el mundo del fútbol como presidente de la Federación Libia de fútbol. Pero su ambición no acabó ahí. A los 27 años, como una «joven promesa», debutó con el Al-Ahly Sporting Club, club del que era capitán y mandamás en la sombra.
Suyas fueron las decisiones de contratar al atleta Ben Johnson como preparador físico, a Diego Armando Maradona como asesor personal y a Carlos Bilardo como seleccionador de Libia.
Cuando jugaba en el Al Bayda, una incomprensible decisión arbitral favoreció a su equipo frente al Bengasi, los aficionados de este último invadieron el campo y quemaron la sede de la Federación pidiendo su dimisión.
Gadafi dimitió, pero no sin prohibir al equipo participar en cualquier competición y demoler su estadio. Además fue restituido por su padre como presidente de la Federación.
Poco después se enfrentó de nuevo al equipo refundado de Bengasi y cuando estos vencían 1-0 el árbitro volvió a sacarse de la chistera dos penaltis que dieron la victoria a los de Al-Saadi.
Los jugadores de Bengasi decidieron abandonar el terreno de juego, pero la policía se lo impidió, obligándoles a volver.
Al acabar aquella temporada a punto estuvo de firmar por el Birkirkara FC, club maltés que disputó la ronda previa de la Champions League 2000-2001.
Soñar a cualquier precio
Al-Saadi tenía varias ambiciosas metas en el fútbol; jugar en una gran Liga, ser internacional y jugar un gran torneo o disputar la Copa de Europa.
A comienzos del siglo XXI fichó por el Al-Ittihad, del que también fue presidente. En aquella época mientras los chavales de mi generación jugábamos al PC Fútbol, los hijos de dictadores se hacían con el mando de equipos de fútbol, como Nicu Ceaucescu.
Al-Saadi hacía y deshacía como le venía en gana con el club: alineaciones, cambios, entrenamientos…etc. Pero pronto gestionar un equipo libio no colmaba sus aspiraciones y decidió comprar el 7,5% de las acciones de la Juventus.
Dicha compra tenía como fin último poder jugar con los bianconeri, pero el técnico se negó en rotundo, aunque tuvo que tragar con que entrenase junto al equipo.
Gracias a esta transacción consiguió que la Supercopa de Italia de 2002 se disputase en Trípoli.
Fruto de aquellas relaciones surgió el sponsor de Tamoil, petrolera con vinculada a Libia y los Gadafi, para la Juventus.
Pero todo esto no era suficiente y con el dinero como castigo siguió explorando otros caminos para jugar en un club de la Serie A. Así el siguiente paso fue adquirir el 33% de las acciones de la modesta Triestina y, estuvo a punto de hacerse con la Lazio.
A golpe de talonario consiguió ficha en la primera plantilla del Perugia, aunque lo de debutar fue otro cantar. En octubre de 2003 surgió un imprevisto con el que no contaba, sin haber jugado ni un minuto, dio positivo por norandrosterona y fue sancionado 3 meses. Ese mismo alquiló el Camp Nou por 300.000 euros para jugar un amistoso contra la primera plantilla del equipo azulgrana.
Su ansiado debut que tanto (dinero) le costó llegó en mayo de 2004, precisamente ante “su” Juve, en un partido en el que el Perugia se impuso 1-0. Su aportación fue mínima y apenas toco el balón en nueve ocasiones.
Con el mismo entrenador, Cosmi, llegó a Udine, donde acumuló 15 minutos a su historial como futbolista, esta vez frente al Cagliari.
Su último viaje fue a Génova, para «vestir» los colores de la Sampdoria, aunque en eta ocasión no llegó a debutar. En 2007 colgó las botas y regresó a casa. El sueño de la Serie A había terminado.
La Primavera Árabe le hizo perder todos sus privilegios y de la noche a la mañana cambió los lujos por las peores cárceles de Libia. Desde septiembre de 2021 vive junto a su familia en Estambul, donde consiguió asilo político.