Hubo un tiempo en el que la selección española no se clasificaba con tanta facilidad para los torneos internacionales.
Especialmente trágica fu sido la década de los 50, donde no nos clasificamos para los mundiales del ’54, ni del ’58. Por los mismos derroteros transitábamos en los años 70.
No se consiguió la clasificación para México ’70 ni para Alemania ’74. Yugoslavia y España terminaron la fase de clasificación empatadas a puntos y con la misma diferencia de goles.
El boleto para el torneo que se iba a disputar en Alemania se decidió en un partido de desempate en el Waldstadion de Frankfurt, sede que acogería el partido inaugural de la Copa del Mundo.
España era una selección bastante corriente, con un equipo en transición. Sin salir del todo una generación y sin terminar de llegar a la siguiente. Aun jugaban Iribar, Amancio, Sol, Claramunt o Valdez. Todos bajo la dirección de Kubala.
Yugoslavia contaba con un gran equipo, con los Maric, Oblak, Katalinski, Surjak o Acimovic. No tenían un delantero puro, labor que encomendaban a Surjak, que se parecía más a un falso 9 actual.
Participaba en la elaboración del juego de un equipo cuyo punto fuerte era el medio campo, con jugadores de gran calidad.
Pasaporte para el Mundial
Los balcánicos se tomaron aquel partido como si fuera una final histórica. Había un parón de invierno con partidos amistosos que cancelaron para concentrarse durante mes y medio.
Formaron un cuerpo técnico de 6 entrenadores. Los mas reputados de la liga yugoslava. Miljan Miljanic del Estrella Roja y los técnicos del Celik Zenika, Velez Mostar o Hajduk Split se unieron al seleccionador habitual.
Para colmo el escenario no era el mejor para los nuestros. Había huelga de transportes en la RFA, Frankfurt estaba aun levantada por las obras, tanto del metro como para el Mundial, para el que apenas faltaban 4 meses.
Se vendió una cantidad ingente de entradas falsas, por lo que hubo que instalar pantallas fuera del estadio para quien encontrara su asiento ocupado ante la imposibilidad de diferenciarla.
España movilizó gran cantidad de aficionados para aquel partido, dado el volumen de inmigrantes españoles en Suiza y Alemania.
Yugoslavia nos dio un baño de no te menees, mostrando una superioridad descomunal tanto en lo físico como en lo técnico. El solitario gol de Katalinski tal vez fuera poca recompensa para el dominio mostrado sobre el césped. Sea como fuere «La Roja» se quedaba de nuevo sin Mundial.
Por lo civil o por lo criminal
El caprichoso destino quiso que España se lo volviera a jugar todo en un partido contra Yugoslavia que daba al Mundial de Argentina ’78.
Ambos equipos habían empatado a puntos y tenían la misma diferencia de goles en un grupo en el que habían empatado los duelos entre ellos y vencido a Grecia en dos ocasiones.
Aquel 30 de noviembre de 1977 el «Pequeño Maracaná» de Belgrado iba a ser el escenario donde se repartiría un solo billete para asistir a la cita mundialista.
En esta ocasión los balcánicos no eran tan superiores como cuatro años atrás, pero iban a hacer todo lo posible para clasificarse. Por lo civil o lo criminal.
España era un equipo renovado. Los Miguel Ángel, Asensi, Camacho, Pirri, Migueli, San José, Cardeñosa, Juanito o Rubén Cano le habían dado otro aire.
Kubala se olía la encerrona. Los yugoslavos iban a disponer de todas las herramientas a su alcance.
El seleccionador decidió viajar una semana antes a Belgrado para aclimatarse. Se respiraba un ambiente prebélico, con titulares en la prensa más cercanos a la propaganda en el frente que a un acontecimiento deportivo.
Los jugadores y periodistas españoles era hostigados por los aficionados «plavi» en cuanto ponían un pie en la calle.
El día que fueron a entrenar el campo del Estrella Roja se encontraba con el césped tapado y los empleados del club dijeron que allí no había ningún entrenamiento programado. Malas artes.
Tensión desorbitada
El hotel se convirtió en un búnker. Temían ser envenenados o intoxicados y se vigiló exhaustivamente cada cosa que consumían.
Tal era la trascendencia del choque que el Mariscal Tito declaró aquel 30 de noviembre festivo nacional para que miles de aficionados y sobre todo militares, abarrotasen las gradas del estadio.
Nada más salir a calentar la muchedumbre les recibió con una atronadora pitada acompañada de una lluvia de objetos de todo tipo. Piedras. Monedas. Botellas.
Viendo el panorama se decidió que volviesen a entrar al vestuario temiendo algún incidente más grave.
Esa España si algo tenía era gente con carácter. Futbolistas aguerridos de esos que no se arrugan ante un publico hostil. Aquella no iba a ser una tarde cualquiera.
Comienza la batalla
El primer minuto de juego sirve de ejemplo de lo que fue la Batalla de Belgrado. Tras el saque de centro Danilo Popivoda entra con los dos pies y arrolla a Juanito. El arbitro no señala ni falta y se monta la primera tangana de la tarde.
Durante todo el partido se sucedieron las patadas salvajes. Tirones de pelo. Agarrones. Puñetazos. Cada uno de estos actos con su consecuente bronca o tangana.
Llegados al 71′, Cadeñosa se lanza a la carrera para dominar balón justo antes de que rebase la línea de fondo en el costado izquierdo.
Pone un centro al segundo palo donde aparece Rubén Cano para pegarla mordida y cruzada fuera del alcance de Katalinic.
En el 74′ Juanito es sustituido por Olmo, que ante la atronadora pitada de la grada responde haciendo el gesto de la derrota con el pulgar hacia abajo, a pesar de los intentos del fisioterapeuta por detenerlo.
Mientras enfila el túnel de vestuarios una botella de cristal impacta en su cabeza y cae desplomado teniendo que ser retirado en camilla. Todo el trayecto hasta la bocana de vestuarios se convirtió en una copiosa lluvia de objetos.
A pesar de todo, aquella plomiza y lluviosa tarde en Belgrado, España conseguía dramáticamente clasificarse para el Mundial de Argentina. Esto que ahora nos parece insignificante era algo muy celebrado en aquella época.