El ex futbolista magiar era un tipo muy respetado por los jugadores, por lo que había sido en el césped.
Carismático y amable, tenía además buena relación con la prensa, pero su aportación más importante fue modernizar la metodología de trabajo, algo que el conjunto español estaba pidiendo a gritos.
A pesar de ser del gusto de todos, no consiguió la clasificación para la Eurocopa de 1972 y, para la cita mundialista que se disputó en Alemania dos años después España quedó encuadrada en el grupo junto a Yugoslavia y Grecia.
En el primer partido disputado en Las Palmas en octubre de 1972 españoles y balcánicos no pasaron del empate.
Los locales lograron la igualada en el descuento y en lugar de celebrarlo, tanto la prensa como la afición lo interpretó de la manera más catastrófica posible, atacando duramente a un Kubala que dejó una frase para la posteridad, la del «pecado latino»:
Un carrusel de emociones
Kubala aguantó el chaparrón y fueron recuperando el optimismo tras sendas victorias ante Grecia, 2-3 y 3-1 en Atenas y Málaga respectivamente.
Si España lograba ganar a Yugoslavia en su campo se plantaría e nuevo en la Copa del Mundo 8 años después, pero el choque terminó sin goles. Si el conjunto balcánico ganaba por más de dos goles en tierras helenas obtendría su billete para el torneo.
Como si todo estuviera apalabrado entre vecinos el partido terminó 2-4. De este modo España y Yugoslavia empataron a todo, obligándoles a disputar un partido de desempate en el Waldstadion, que había sido designado también como sede mundialista.
La afición española sabedora de lo que había en juego se volcó con la expedición. Aún eran tiempos de «La Furia», que mostraba un juego en el que primaba la testosterona y que era diametralmente opuesto al de «La Roja».
Kubala hizo una preselección de 22 jugadores, de los que finalmente viajaron 16, e hizo una concentración de una semana en Madrid, de donde partió la comitiva rumbo a Alemania.
Con los cinco sentidos
La jornada de Liga se suspendió y la Federación organizó un partido amistoso como parte de la preparación.
Con el Vicente Calderón como escenario y el Atlético de Madrid como rival, eso sí disfrazados de Yugoslavia, para que los jugadores tuvieran los cinco sentidos en el partido.
Y digo disfrazados porque ese día los colchoneros vistieron con camiseta azul marino y calzón blanco, indumentaria idéntica a la del conjunto balcánico.
Aunque inicialmente el encuentro iba a ser a puerta cerrada, la multitud se arremolinó a las puertas del estadio, hasta que las autoridades decidieron abrirlas y 20.000 privilegiados presenciarán el choque.
Fieles a las costumbres, los descartes del seleccionador no dejaron contento a nadie y el ruido de fondo no cesó. Además la ilusión de los aficionados por acudir al encuentro terminó convirtiéndose en un nuevo problema.
Problemas con las entradas
La Federación puso a la venta 17.000 entradas para asistir al partido y la importante presencia de emigrantes españoles en Alemania y Suiza hizo el resto. Poco después las autoridades advirtieron que se habían vendido entre 10.000 y 12.000 entradas falsas indetectables.
Como solución de emergencia instalaron pantallas gigantes a las afueras del Waldstadion y recomendaron a todo aquel que no consiguiera acceder a su localidad ver el partido desde allí.
¡Ojo! que esto le pasó a los alemanes, que si pasa en España no os cuento como nos habrían puesto con la (merecida) fama de chapuceros que tenemos.
Por si todo esto fuera poco, la víspera del partido el fisioterapeuta de la selección española sufrió una angina de pecho y le tuvieron que ingresar de urgencia. El fisio de la selección germana echó una mano a los españoles como solución de urgencia.
Todo a una carta
Los yugoslavos obviamente habían dado al partido tanta o más importancia que España. Paralizaron su Liga durante mes y medio concentrando a sus internacionales durante todo ese tiempo de cara al trascendental partido.
Además para esta ocasión Yugoslavia confeccionó un cuerpo técnico con lo más selecto de sus banquillos. Un comité de sabios en toda regla.
Al seleccionador titular, Milovan Ćirić, y a su segundo, se le unieron Miljan Miljanic del Estrella Roja, Rebac del Velež Mostar, Milan Ribar del Zeljeznicar y Tomislav Ivić del Hajduk Split.
El 13 de febrero de 1974 Yugoslavia con: Maric, Buljan, Bogicevic, Katalinski, Hadziabdic, Karasi, Acimovic, Oblak, Petkovic, Surjak y Dzajic. Un muy buen equipo, con un centro del campo repleto de talento.
Carecían de un delantero de referencia y Surjak hizo las veces de lo que hoy llaman «falso 9».
Su futbol era alegre y vistoso, de vanguardia para la época, con ciertas similitudes al fútbol total de la «Naranja Mecánica» de Rinus Michels, comandada por el genial Cruyff.
España presentó algunos cambios en su formación habitual: Iríbar; Sol, Goyo Benito, Jesús Martínez, Uría; Claramunt, Juan Carlos , Asensi; Amancio, Gárate y Valdez.
La lluvia hizo presencia antes del comienzo de un partido en la que la tensión se podía cortar con cuchillo. Había mucho en juego.
El gol de Katalinski
Los balcánicos cargaron casi todas sus jugadas de ataque por el costado izquierdo. Uría no era lateral, era un extremo reconvertido y se notaba a la hora de defender.
De una falta en ese lado nació el fatídico gol que dejó a España sin Mundial por última vez hasta la fecha. Corría el minuto 13′ cuando Yugoslavia botó una falta pegada a la cal. Katalinski remató a bocajarro. Iribar logró quitársela de encima pero el balón le cayó de nuevo al «5» de Yugoslavia que desde el suelo no perdonó.
Los balcánicos fueron muy superiores física, técnica y tácticamente a España, lo que se tradujo en un absoluto dominio del partido. El marcador no se volvió a mover, pero su victoria pudo ser mucho más abultada.
Kubala reaccionó tarde y en el 73′ dio entrada a Marcial y Quini buscando el gol a la desesperada.
Para los más supersticiosos el problema estuvo en el 13. Jugaron ese día de febrero y además el gol de Katalinski llegó en el minuto 13. Cosas del destino, como que cuatro años después ambos conjuntos se vieran de nuevo las caras con un billete en juego para el Mundial de 1978.
En este durísimo partido conocido como la «Batalla de Belgrado» los españoles le devolvieron la moneda a los balcánicos gracias a un solitario gol e Rubén Cano y desde entonces han estado presentes en todas y cada una de las ediciones de la Copa el Mundo que se han disputado.