Para más inri, su vecino blaugrana hizo doblete ganando Liga y Copa, inicio del conocido como «Barcelona de las Cinco Copas».
Aquella fue la primera de las cuatro Ligas que levantó el FC Barcelona comandado por el húngaro Ladislao Kubala.
Los éxitos azulgranas escocían especialmente en casa de sus vecinos pericos y, tal vez esto motivase una serie de cambios en el conjunto blanquiazul.
Ficharon del Niza a Marcel Domingo, ex guardameta francés del Atlético de Madrid. También llegó el entrenador argentino Alejando Scopelli, que resultó clave en el rendimiento de la plantilla el RCD Espanyol aquella campaña.
Apodado “Conejo”, fue icono de Estudiantes de La Plata, jugó en clubes de Italia, Francia, Portugal, Chile y Uruguay. Además con la albiceleste fue subcampeón del Mundial de 1930 y ganó la Copa América en 1937.
Como entrenador, además de otros logros posteriores en México y Chile, llevó al subcampeonato liguero al modestísimo Deportivo de la Coruña en la temporada 1949-1950. Un equipo que dos años antes jugaba en Segunda División. En la siguiente década llevó al Valencia CF a conquistar dos Copas de Ferias consecutivas.
En el Espanyol configuró un bloque compacto con un juego muy físico sustentado en una formidable solidez defensiva. Su once tipo lo conformaban Marcel Domingo; Argilés, Parra, Cata, Bolinches, Artigas, Arcas, Marcet, Mauri, Piquín y Egea.
A todo gas
Comenzaron la campaña de forma fulgurante ganando en las siete primeras jornadas, logrando la friolera e 22 goles y encajando apenas 6 ante Celta, Sevilla, Real Madrid, Sporting (entonces Real Gijón), Valencia, Valladolid y Athletic de Bilbao (Atlético de Bilbao en la época).
Fue en su visita a Riazor cuando el Deportivo de La Coruña logró arañarles el primer punto gracias a la igualada 2-2, pero aquel empate no frenó ni mucho menos al rodillo perico, que continuó apisonando equipos sin cuartel.
Llegados a la jornada 12, seguían invictos y tan solo habían cedido otro empate ante el CD Málaga, dominando la tabla de forma destacada.
Aventajaban en 5 puntos al Valencia (la victoria aún valía 2 puntos) habían marcado 30 goles y recibido solo 9, haciendo gala de su poderío en ambas áreas.
El día clave
En aquella duodécima jornada visitaron a su eterno rival y vecino, FC Barcelona, que marchaban terceros a 6 puntos.
Para aquel encuentro el campo de Les Corts se llenó hasta la bandera y los culés salieron con todo lo que tenían: Ramallets, Seguer, Biosca, Segarra Bosch, Flotats, Basora, Hanke, César, Moreno y Manchón.
Kubala no pudo jugar, ya que, estaba enfermo desde la segunda jornada, cuando se le diagnosticaron tuberculosis, que le tuvo en el dique seco hasta finales de febrero del año siguiente.
Mauri puso el 0-1 en el minuto 17 y el ambiente de júbilo de los locales se tornó en drama y la afición culé enfurecida provocó una avalancha.
Fruto de este incidente, la valla cedió y parte de los aficionados terminaron en el césped, teniendo que reanudarse el juego con espectadores sentados a pie de campo. Pese a las protestas de los visitantes el gobernador civil autorizó in situ la reanudación del partido.
Inicialmente el suceso se ocultó al público, pero poco después se conoció que una persona perdió la vida en aquella avalancha humana.
Con 0-1 en el marcador el colegiado pitó el final de la primera parte. Cuando los futbolistas del Espanyol llegaron al vestuario visitante se encontraron una desagradable sorpresa.
Alguien había prendido fuego a las toallas, por lo que una humareda irrespirable inundaba toda la estancia y los restos de ceniza aun incandescentes cubrían el piso. Aquel contratiempo pilló desestabilizó al Espanyol, que salió grogui en la segunda parte.
El arma secreta
El Barça remontó con goles de Hanke y Moreno y, aquella situación vivida en el vestuario «perico» tiene una explicación de lo más mundana.
Pocos días antes del derbi catalán un reportaje fotográfico sacó a la luz una práctica muy habitual en Sudamérica e introducida en el Espanyol por Scopelli.
Antes de cada partido y durante los descansos los jugadores recibían oxígeno a través de unas máscaras.
El incendio en el vestuario no permitía el uso de las bombonas de oxígeno por riesgo de explosión. Muchos lo catalogaron como sabotaje y significó el principio del fin de aquel gran Espanyol, dejando escapar una Liga que parecía predestinada para ellos.
No existe base científica alguna que certifique una mejora deportiva con esta práctica, mientras que otras voces discordantes si aseguraban que a largo plazo era perjudicial para los futbolistas.
Para la gran mayoría, simplemente reducía la fatiga de los jugadores por el efecto placebo. El caso es que durante la temporada fueron dejando de lado aquella práctica y su rendimiento descendió notablemente y terminaron en cuarta posición, clasificación que solo han mejorado tres veces en toda su historia (1996-1967, 1972-1973 y 1986-1987).
Aquel desafortunado incendio para los culés o flagrante sabotaje para los pericos fue un punto de inflexión para uno de los mejores equipos de la historia blanquiazul.
A día de hoy este campeonato se le sigue resistiendo al Espanyol, que por una cosa o por otra no consigue el ansiado trofeo. Quizá aquella era “su” Liga…