Uno de esos combinados que llega como aparente «cenicienta» y que acaba sorprendiendo a todos hasta tal punto de ir ganándose la simpatía de todos los amantes del fútbol. Bulgaria en 1994 fue un claro ejemplo de todo lo anterior.
Todo comenzó el 17 de noviembre de 1993 en El Parque de los Príncipes de París. Los galos tenían pie y medio en el Mundial de Estados Unidos, pues les bastaba con empatar frente a Bulgaria, pero un error garrafal de la estrella gala dio el billete mundialista a «Los Leones».
Tal vez aquella clasificación in extremis le valió prematuramente el cartel de «cenicienta» a Bulgaria, que tenía un muy buen equipo.
Sacado de una novela de espías
Si algo aquella selección de Bulgaria de Dimitar Penev era buena estrella.
Justo antes de aquel trascendental partido y sabedores de lo difícil que era la clasificación, el seleccionador decidió concentrar a los jugadores en Alemania. Allí esperaba ser capaz de aislar a sus chicos de la presión de la opinión pública en su país.
Precisamente dos de los protagonistas claves, el sobrino del seleccionador y quien dio la asistencia en aquel gol, Lubo Penev y, el autor de los dos tantos, Emil Kostadinov, tuvieron problemas con los visados y existían serias dudas de que pudieran disputar el encuentro.
Ante la ausencia de la documentación de la embajada optaron por una solución tan poco ortodoxa como efectiva, a imagen y semejanza de aquella selección.
El portero Borislav Mihaylov jugaba en el FC Mulhouse, localidad francesa fronteriza con Alemania y región en la que gozaba de gran popularidad. Rebautizado como “peluquinov” en honor al peluquín con el que cubría su despejada cabeza, llegó a amenazar con lanzarlo al público si ganaban a los alemanes.
El guardameta cruzó la frontera conduciendo el coche en el que viajaban los dos búlgaros “ilegales” con la esperanza de que sus compatriotas pasaran desapercibidos. Dicho y hecho. Estas circunstancias hacen pensar el que comentarista búlgaro Nikolay Kolev tenía razón en sus proclamas tras el gol en París: «¡Dios es búlgaro! ¡Dios es búlgaro!»
A pecho descubierto
Muchos dudaron de aquella afirmación cuando poco después el delantero del Valencia fue diagnosticado de un cáncer de testículos que le impidió disputar aquel Mundial.
En lo deportivo fue varapalo, pero en lo anímico significó una inyección extra de moral para sus compañeros, ansiosos por darle una alegría Penev. Aquella selección búlgara era la antítesis de una orquesta sinfónica, pero sonaba extraordinariamente bien.
Practicaba un fútbol anárquico, sin apenas rigor táctico y convertía los partidos en auténticos correcalles de esos que enganchan al aficionado aunque no esté jugando su equipo.
Su hábitat natural era el cuerpo a cuerpo. Jugaban a tumba abierta y sin mirar atrás, ahí Bulgaria se convertía en un rival realmente peligroso. A todo lo anterior le sumaban mucha pólvora en ataque.
Kostadinov era el “killer”. Potente y tosco como un tractor, pero letal por arriba y de gatillo rápido con los pies.
Balakov era todo clase. Un fino organizador capaz de sacar un pase magistral entre una maraña de piernas. Sin duda el arquitecto de la Bulgaria de 1994.
Letchkov era lo que hoy se conoce como “box to box”. Experto en aparecer de la nada y aprovechar segundas jugadas.
Trifon Ivanov, el lobo búlgaro, era el líder de la zaga, fuerte y rudo como un leñador, pero aquel equipo también contaba con una gran estrella, Hristo Stoichkov, en el punto álgido de su carrera.
Artista invitado
En la primera fase compartieron grupo con Argentina, Nigeria, que afrontaba su primera participación y Grecia.
Argentina era la favorita, campeona en 1986 y subcampeona en Italia ’90 y aun con Maradona, aunque su juego era una incógnita tras la larga sanción por dopaje.
Grecia era una selección modesta y Nigeria como toda selección africana tenia poca tradición en grandes competiciones y aparentemente no era un rival muy complicado.
En aquel torneo se clasificaban los 4 mejores terceros y Bulgaria confiaba en pasar de ronda tras la albiceleste. Seguramente sus rivales habían hecho las mismas cuentas dado lo aparentemente igualado que estaba el grupo.
Dimitar Penev advirtió del exceso de confianza que reinaba justo antes del debut frente a Nigeria. Y tenía razón. No les pudo ir peor. Cayeron con estrépito 3-0 ante «Las Súper Águilas».
El segundo partido lo afrontaron con la imperante necesidad de hacer goles y el equipo dio otra cara, endosándole a Grecia un 4-0, igualando el resultado obtenido por Argentina en la primera jornada.
La albiceleste hizo lo propio y venció a Nigeria por 2-1, pero tras el encuentro Maradona dio positivo por efedrina en el control antidoping, lo que se tradujo en un duro golpe anímico para los argentinos.
«Los Leones» se lo creyeron y afrontaron el último partido rebosantes de confianza, logrando la victoria gracias a los goles de Stoichkov y Sirakov que les aseguraba la clasificación.
Siguiendo sus propias reglas
Hristo era mucho más que la estrella de aquel combinado, incluso se decía que hacía las alineaciones y mandaba más que el propio seleccionador.
Las costumbres de los búlgaros eran cuando menos llamativas y muy alejadas de lo que se presupone hace un deportista de élite. Mataban el tiempo bebiendo, fumando y jugando a las cartas hasta altas horas de la madrugada.
Pero no todo eran vino y rosas. La prensa búlgara destapó una pelea entre Stoichkov y Balakov, a los que tuvieron que separar cambiando de habitación.
Dimitar Penev contó que amenazó con dejar en el banquillo a los dos si no hacían las paces y se supone que así logró que la sangre no llegase al rio.
Viendo esto, lo de menos era la ausencia de miembros de seguridad en la concentración de Bulgaria.
En octavos vencieron por penaltis a México, donde supuestamente Stoichkov decidió los lanzadores y el orden en el que lanzaron. En cuartos dieron la gran campanada derrotando a la vigente campeona, Alemania.
El propio Stoichkov contó que había llamado a su amigo Anton Polster, jugador austriaco del Stuttgart, que le proveyó de varios vídeos y desgranó los detalles del combinado germano al que conocía a la perfección.
Bulgaria remontó y se impusieron 2-1 a una de las grandes favoritas. Aquella «banda» por la que nadie daba un duro se había colado entre las cuatro mejores selecciones del campeonato.
Sueños rotos
En semifinales Stoichkov no pudo cumplir la promesa de verse en la final con su compañero Romario.
Roberto Baggio destrozó los sueños búlgaros con dos golazos que hicieron insuficiente el tanto de Stoichkov, que fue Bota de Oro del torneo empatado con Oleg Salenko.
Su gran temporada con el FC Barcelona, pero sobre todo su actuación con Bulgaria en aquel Mundial, donde decir que era el alma del equipo es quedarse corto, le valieron el ser reconocido con el Balón de Oro. Y merecidamente.