En la final del Mundial de Alemania ’74, Los de Beckenbauer se enfrentaban a la Holanda de Johan Cruyff, la mejor selección del momento.
Los tulipanes tenían un equipazo pero vencer a los germanos nunca ha sido tarea fácil y menos con aquel equipazo sobre el césped.
Su pique histórico hacía de aquel enfrentamiento mucho más que una final de Mundial, que ya de por sí es uno de los partidos más importantes en la carrera de cualquier jugador.
Neeskens adelantó a los holandeses en el minuto 2 desde los 11 metros y la «Naranja Mecánica» se volcó para intentar ampliar la renta. No bastaba con ganar, tenían que humillar a los teutones.
Ese fue su error, los alemanes se emplearon a fondo y lograron mantenerse vivos. El momento clave llegó en el minuto 25, cuando el arbitro concedió penalti a favor de la anfitriona.
Todo el mundo esperaba que una de sus grandes estrellas asumiese la responsabilidad, pero no fue así.
El «Kaiser Rojo» se pone al mando
Frank Beckenbauer era el capitán y líder de aquel equipo, lo más normal es que él hubiera dado un paso al frente, pero no lo hizo.
Gerd Müller era el goleador del equipo y por galones otro de los que podía haber asumido la responsabilidad, pero tampoco lo hizo.
Incluso «Uli» Hoeness, que a pesar de su juventud, era un talentoso centrocampista, pero tampoco se ofreció a lanzar la pena máxima.
Fue entonces cuando emergió la figura de Paul Breitner, ante la aparente apatía de las estrellas de su selección el lateral izquierdo de solo 23 años colocó el balón dispuesto a demostrar la pasta de la que estaba hecho.
Breitner sorprendió a todos con aquel arranque de valentía, pero más aun con la ejecución, corrió de frente al balón sin dar ninguna pista al guardameta y golpeó con su pierna derecha, siendo zurdo, para transformar el penalti.
Alemania ganó aquella final gracias a otro gol de Müller, pero está claro que nada de esto habría sido posible sin el descaro de Breitner.