Es capaz de provocar la comunión de un pueblo en torno a su equipo o convertirse en la chispa que enciende la mecha de un conflicto.
En ocasiones ha sido la excusa perfecta para canalizar las iras de una comunidad frente a otra, como ocurrió por ejemplo con la Guerra de los Balcanes. Algo similar sucedió en Centroamérica en 1969.
Como en la mayor parte de Latinoamérica y el Caribe, una pequeña parte de la población controlaba la mayor parte del terreno cultivable.
La chispa
Si tenemos en cuenta que el sector primario es prácticamente la única fuente de riqueza en esas economías eminentemente agrarias, tenemos un problema endémico gravísimo.
El Salvador y Honduras no eran una excepción. Estos dos países vecinos experimentaron un trasvase masivo de población. En aquel momento Honduras contaba con unos 2,6 millones de habitantes en una extension de 100.000 km2, mientras que en El Salvador vivían 3,6 millones de personas en 21.000 km2.
O lo que es lo mismo con aproximadamente un 20% del territorio de Honduras, El Salvador contaba con casi un 40% más de población que su vecino. Esto provocó un éxodo masivo de salvadoreños a Honduras, en busca de tierras de cultivo o para trabajar allí el campo.
Inicialmente esto fue muy bien acogido por los terratenientes hondureños, ya que, tenían una acuciante necesidad de mano de obra.
En 1969 unos 300.000 salvadoreños vivían en Honduras y suponían en torno al 20% de los jornaleros del país.
Adicionalmente un minúsculo grupo había podido adquirir pequeñas parcelas convirtiéndose en propietarios, aunque en ningún caso podía hablarse de terratenientes. Aun así generó un enorme descontento entre la población local.
Esta llegada masiva de mano de obra había evitado una más que necesaria reforma agraria e impidió una mejora de las condiciones de los jornaleros autóctonos. La difícil situación de la que huían los salvadoreños hacía que soportasen condiciones laborales mucho peores.
Además, esos salvadoreños que habían adquirido tierras después de generaciones de trabajo en el país vecino se habían convertido, fruto de la envidia, en objeto de todas las iras.
El chivo expiatorio
Fueron objeto de una tímida reforma agraria que no se atrevió a tocar a los grandes terratenientes, mientras tanto las relaciones entre ambos países no paraban de tensarse.
En 1967, 45 soldados salvadoreños y dos camiones cargados de armamento fueron interceptados por el ejercito hondureño. Supuestamente su objetivo era armar a una facción del ejército que pretendía derrocar al presidente.
Ese mismo año, la detención en El Salvador de una amigo personal del presidente hondureño Oswaldo López Arellano derivó en una refriega fronteriza con varios soldados salvadoreños muertos.
El clima de tensión dio origen a la organización paramilitar “Mancha Brava” que persiguió y asesinó a salvadoreños en Honduras. En este caldo de cultivo donde los salvadoreños se convirtieron en la fuente de todos los males de los hondureños, el destino quiso que sus selecciones se enfrentasen por un puesto en el Mundial de 1970.
En el peor momento
El vencedor de aquella contienda futbolística, no la bélica, sería el primer país centroamericano en participar en una Copa del Mundo. El 8 de junio de 1969 se midieron en Tegucigalpa, con victoria local por la mínima.
Una semana después El Salvador se impuso 3-0 en el partido de vuelta. En aquel momento no se tenía en cuenta la diferencia de goles por lo que fue necesario que desempataran en un tercer partido disputado en territorio neutral.
Los medios de comunicación llevaban años alimentando la tensión y esos partidos se convirtieron en cuestión de estado para ambos países.
El fútbol como excusa
El 27 de junio de 1969 se disputó el desempate en el Estadio Azteca. En un partido de constante ida y vuelta los 90 minutos dejaron un empate a dos. Ya en la prórroga, en el 110′ El Salvador anotó el 3-2 definitivo.
La respuesta hondureña no se hizo esperar y al grito de “hondureño toma un leño y mata a un salvadoreño” comenzó la persecución.
La policía de Honduras hizo la vista gorda frente a las escenas de violencia y ante esta situación el ejército salvadoreño lanzó una invasión contra Honduras el 14 de julio. Arrancaba la Guerra del Fútbol, también conocida como Guerra de las Cien Horas.
Tras un intercambio de golpes, con sus respectivos bombardeos en territorio enemigo y la toma de Ocotepeque por parte salvadoreña, acordaron el alto al fuego el 18 de julio de 1969. Gracias a la mediación de la OEA pactaron el fin de la persecución.
La Guerra del Fútbol, termino acuñado por el reportero polaco Ryszard Kapuściński, se saldó con alrededor de 6.000 muertos y 15.000 heridos, en su mayoría civiles.
En cuanto al fútbol, El Salvador disputó el Mundial de México ’70, convirtiéndose en el primer país centroamericano en disputar una fase final. Su actuación fue menos que discreta, cayendo eliminado en fase de grupos con 9 goles en contra, ninguno a favor y sin puntuar.
Aquella guerra fue uno de esos deshonrosos episodios en los que el fútbol se convierte en la coartada perfecta para justificar actos vergonzosos, pero en ningún caso su origen real.