Con la llegada la temporada anterior de Ronaldo Nazario el ariete extremeño se quedó sin hueco en la delantero y tenía un papel casi testimonial.
Morientes vio aquella cesión a un equipo que disputaba Champions como una gran oportunidad para reivindicarse al máximo nivel.
Lo que nadie sabía es que aquella decisión iba a ser de lo más trascendental para el conjunto blanco aquella campaña
No hay peor cuña que la de la misma madera
El caprichoso destino quiso que Mónaco y Real Madrid se viesen las caras en los cuartos de final de Champions. Morientes no tenía ninguna cláusula que le impidiera participar en ambos encuentros.
En la ida, disputada el 24 de marzo de 2004, el Real Madrid se impuso 4-2 en el Santiago Bernabéu.
El propio Morientes anotó el aparentemente intrascendente segundo gol monegasco que cerró el marcador. Los blancos se las prometían muy felices pero la eliminatoria dio un giro de 180 grados en el Estadio Louis II.
El 6 de abril se disputó en el principado el partido de vuelta. Pocos confiaban en la remontada, menos aún cuando Raúl adelantó a los merengues en el 36′.
Giuly puso el empate al filo del descanso y en la segunda parte empezó la debacle madridista. Morientes hizo el 2-1 y de nuevo Giuly logró el definitivo 3-1 en el 66′.
Los blancos en shock no fueron capaces de reaccionar y quedaron eliminados. Lo peor de todo es que su verdugo había sido una vez más, como ya pasara con Munitis, un jugador de su propiedad
Tanto el extremeño, como el cántabro, celebraron con rabia sus respectivos goles, seguramente por el trato recibido en el club de sus amores. El Real Madrid tropezaba dos veces en la misma piedra. Poco después recurrieron a la «cláusula del miedo«.