Los guardametas son jugadores especiales, hasta tal punto que se les permite lo que todos los demás tienen prohibido: tocar el balón con las manos.
Es por ello que sus manos y dedos nos han dejado algunas historias curiosas. Ser la herramienta fundamental del guardameta ha provocado algunas de las lesiones más sorprendentes del panorama futbolístico.
Jugándose los dedos
El guardameta argentino Nery Pumpido fue uno de estos desgraciados protagonistas. Fue el portero titular de Argentina durante la década de 1980.
Sin duda 1986 fue el mejor año para Nery, saliendo campeón de Liga y Copa Libertadores con River Plate y del mundo con la albiceleste, pero una lesión en el antebrazo le impidió asistir a la Copa América del año siguiente.
Durante la celebración de dicho torneo se encontraba entrenando a las órdenes del preparador físico de su club, Luis María Bonini, con el objetivo de volver en plena forma cuando se retomasen las competiciones.
Aquel 7 de julio de 1987 uno de los ejercicios consistía en saltar y tocar el larguero con ambas manos, con tan mala fortuna que su alianza de casado se enganchó en uno de los soportes que sujeta la red por la cara interna del travesaño.
Todo el peso del guardameta quedó colgando del dedo anular por el anillo. Sufrió la semiamputación del miembro y cayó desplomado al suelo por el dolor.
Fue intervenido de urgencia y le pudieron reimplantar la parte del dedo afectada. Recupero el miembro, aunque perdió algo de movilidad.
Nery Pumpido pudo continuar jugando con normalidad y felizmente su carrera no se vio afectada por aquel desafortunado incidente.
¿Qué estarías dispuesto a dar por tu club?
La historia de Carlos José Castilho fue bien distinta. Considerado el mejor guardameta de la historia de Fluminense y quien ostenta el récord de partidos con dicho club.
En aquellos 697 encuentros con el «Flu» pudo demostrar sus asombrosas cualidades bajo palos. Posición a la que llegó fruto de la casualidad, ya que, comenzó su carrera como extremo.
Poco a poco se convirtió en el guardameta titular de la verdeamarela, llegando a asistir a cuatro mundiales.
Apodado Sao Castilho (San Castillo), entre otras cosas por su gran habilidad para detener penaltis.
Curiosamente era daltónico y lo que aparentemente era un problema se convirtió en una virtud. Percibía el balón de un fuerte color rojo, lo que le hacía diferenciarlo con claridad facilitándole la visión. Según cuentan el problema venía al jugar con poca luz o de noche.
En 1957 Castilho se fracturó el dedo meñique de su mano izquierda por enésima vez. Según algunas fuentes se trataba de la quinta vez que le sucedía, otras indican que fue la sexta. En cualquier caso era un problema crónico fruto de no haber curado correctamente dicha dolencia.
Por aquel entonces las fracturas en los dedos eran mucho más habituales en los porteros, ya que, los guantes no se popularizaron hasta al menos una década después.
En un momento clave de la temporada para Fluminense los galenos le recomendaron que se operase, dándole un tiempo estimado de recuperación de dos meses. Castilho demostró el amor que sentía por el club de su vida y de motu propio decidió amputarse la última falange de su meñique izquierdo.
De esta forma el plazo de recuperación fue de tan solo dos semanas y pudo volver lo antes posible a ayudar a los suyos.
Esa temporada el Fluminense no pudo proclamarse campeón del Campeonato Carioca, quedando subcampeón, pero sí se hicieron con el trofeo Rio-Sao Paulo.
Castilho mantuvo su nivel bajo palos, proclamándose dos veces campeón del mundo con su selección tras aquello.
Ya era uno de los más queridos en su club, pero este gesto le elevó a la categoría de leyenda. Una estatua en las inmediaciones del Estadio das Laranjeiras recuerda el sacrificio por el equipo de sus amores con la frase que reza: «Transpirar la camiseta, derramar lágrimas y dar sangre por Fluminense, muchos lo han hecho. Sacrificar un pedazo del propio cuerpo solo uno: Castilho«.