Con extremo me refiero a ese jugador de banda, rápido y habilidoso, con desborde para encarar rivales y colgar balones al área rival. El fútbol actual ha ido desechando poco a poco a este tipo de jugador tan útil y versátil sobre un terreno de juego.
Otras teorías lo achacan a la importancia que ha ido ganando la posesión de balón, en la que se tiende a un fútbol de pase de seguridad minimizando los riesgos
Esto ha sido un disparo en la línea de flotación de los jugadores con desborde, porque para regatear hay que arriesgar y pocos entrenadores apuestan ya por este tipo de jugador.
En peligro de extinción
No hay que olvidar que para generar ocasiones con esta forma de juego hay que perder muchos balones. Se trata de intentarlo sin cesar.
De unos años a esta parte ha irrumpido con fuerza el extremo a pierna cambiada, otrora un rara avis y el pan de cada día en la actualidad. Recorta hacia adentro buscando el disparo, formando normalmente un monumental atasco por el centro.
A la primera escuela de extremos perteneció Guillermo Gorostiza. Uno de los mejores futbolistas de su tiempo, pero sobre todo un tipo especial. De esos en los que el mito a fagocitado al jugador.
Gorostiza nació en 1909 en el seno de una familia acomodada, su padre era médico en Santurce. «Lorito», como se le conocía en el colegio debido a su prominente nariz, destacó en el fútbol muchos más que en los libros, que nunca fueron de su agrado.
Aquel muchacho siempre fue un quebradero de cabeza para una “familia de bien” que nunca logró meterle en vereda. Harto de que anduviese siempre detrás del balón, su padre llegó a prohibirle jugar al fútbol, pero este deporte era la vía de escape para Guillermo Gorostiza.
Cuando su padre le metió a trabajar como aprendiz de tornero en una factoría naval y él terminó jugando en el Chavarri de Sestao.
Objetivo cumplido
Tras su paso por el Zugazarte, consiguió su primer contrato profesional en el Arenas de Getxo, con un sueldo de 30 duros de 1926, una cantidad nada desdeñable para la época.
Guillermo Gorostiza fue un extremo izquierdo rapidísimo, curiosamente ya jugaba a pierna cambiada y sorprendía a los porteros rivales con su potente disparo con la diestra.
Su aventura en el Arenas duró menos de los esperado, acabando forzosamente cuando emigró a Argentina. Unas versiones aseguran que fue su padre quien le envió junto a su hermano y otras indican que se debió a su mala relación con la directiva del club.
Lo que si se sabe es que el viaje de vuelta le llevó a Galicia, donde terminó jugando un año en el Racing de Ferrol y en 1929 fichó por el Athletic Club, uno de los grandes dominadores del fútbol español en la época.
Allí coincidió con Mr. Pentland quien mejoró enormemente su juego gracias a ciertas directrices tácticas que exprimían al máximo sus capacidades.
El caballero inglés del eterno puro y bombín, fue quien le pidió que realizara las ahora tan habituales diagonales, toda una novedad en aquel momento. Gorostiza además obligaba a sus compañeros a ponerle siempre el balón en profundidad, para que atacara el espacio.
Su capacidad goleadora se incrementó exponencialmente y pronto se convirtió en el ídolo de la parroquia bilbotarra. Se desconoce exactamente su origen, pero empezaron a apodarle «La Bala Roja», por su velocidad y habilidad para sortear rivales.
Su primera temporada en San Mamés concluyó con 20 goles en 18 partidos. En 9 campañas como rojiblanco logró 196 tantos que le sitúan como el cuarto máximo goleador en la historia del club.
Doctor Jekyll y Mr. Hyde
Su problema no estaba dentro del terreno de juego, él era su peor enemigo. Díscolo, con una actitud irresponsable y algo infantil, vivía al día. La fama. y el dinero (que nunca le había faltado) trajeron consigo los excesos. Por este motivo se leconoce como el «George Best español».
Amante del vino y el coñac, desarrolló una gran afición por las salidas nocturnas, la juerga y los burdeles. Después cada partido como visitante, el autobús del club partía a la mañana siguiente a las 7:00, el escenario perfecto para que Goros pasase la noche de fiesta.
Rara vez pisaba el hotel y aprovechaba cada ocasión para poner en práctica esa habilidad innata para encontrar un tugurio abierto por clandestino o secreto que fuera. Durante toda su carrera compaginó la banda izquierda con su ajetreada vida nocturna que, como es lógico, le ocasionó decenas de problemas.
Durante la Guerra Civil formó parte de la Selección Euzkadi, que realizó una gira europea para recaudar fondos para la República. Tras una discusión con un compañero y coincidiendo con la caída de Bilbao en manos de los franquistas Guillermo Gorostiza desertó de la selección vasca.
Cruzó a zona (mal llamada) Nacional y se alistó en el tercio Requeté para combatir como carlista hasta el final del conflicto. Tras la guerra regresó a San Mamés para enfundarse una temporada más la camiseta de «Los Leones».
En 1940 el Athletic decidió venderle al Valencia, en parte por sus recurrentes actos de indisciplina, pero sobre todo por la irrupción de un jovencísimo Piru Gaínza.
Seguramente la clave fueron esas 120.000 pesetas en plena posguerra. Una auténtica millonada.
A burro viejo, poco verde
En Valencia dio un rendimiento altísimo, pese a llegar superada la treintena. Formo parte de la «delantera eléctrica» marcando 98 goles en 149 partidos, fundamentales para conseguir dos Ligas (1941-1942 y 1943-1944) y una Copa del Generalísimo(1941), los tres primer títulos en la historia de los che.
A pesar de haber alcanzado la madurez nunca dejó de ser él mismo. Tanto en el césped, como en la noche. Curiosamente con todo lo peyorativo que llevaba el término rojo durante el franquismo, Guillermo Gorostiza continuó siendo apodado «La Bala Roja».
De su etapa como valencianista se cuentan multitud de anécdotas.
Tras un partido en Sevilla desapareció y el equipo se marchó sin él. Apareció una semana después en Vigo (otras fuentes dicen Oviedo) en el hotel de concentración del equipo, vestido como un mendigo, sucio y lleno de magulladuras suplicó llorando de rodillas que le dejaran jugar.
Su buen partido hizo olvidar sus fechorías, al menos hasta que el dueño de un tablao flamenco de Sevilla reclamó al club 120.000 pesetas por los destrozos y un sastre otras 20.000 por otros excesos.
La cabra siempre tira al monte
En otra ocasión, también en Sevilla, camino del estadio para disputar el partido, Gorostiza junto a Iturraspe, Lelé, Eizaguirre y Epi decidieron parar a tomar un café.
Como era de esperar, Goros no perdió la ocasión de pedirse un copazo para bebérselo de un trago y acto seguido pidió otro. Esto no gustó nada a Epi, que a pesar de ser 10 años menor era infinitamente más responsable y criticó abiertamente su gesto.
En lugar de cortarse le echó un órdago: «Pues mira por dónde, ahora no va a ser una copa, sino cuatro. Camarero, sírvamelas»
Tras beberse los 4 coñacs no fue capaz ni de atarse las botas y de esa guisa salto al campo. A los pocos minutos, sin prácticamente tenerse en pie, el arbitro pitó penalti.
Gorostiza ejecutó la pena máxima, pero en lugar de golpear el balón dio al suelo, levantando un buen trozo de césped y cayendo al suelo de cabeza. Entre risas y silbidos los hinchas locales empezaron a corear “borracho, borracho”.
Aquella humillación le hirió en su orgullo, tanto que se sobrepuso a semejante borrachera. El Valencia ganó cómodamente el partido, y el dio un recital siendo fundamental en los 4 goles del equipo.
A los 37 años el Valencia no le renovó y debido a sus excesos se vio obligado a seguir jugando en equipos modestos hasta los 40.
No sabia hacer otra cosa y no tenía otra forma de ganarse la vida.
En 1966, la muerte le encontró a los 57 años, solo y en la más absoluta pobreza en un sanatorio de tuberculosos de Bilbao. Entre sus escasas posesiones, una pitillera de plata grabada que en su día le regaló el presidente che Luís Casanova con la inscripción: «Al mejor extremo izquierdo del mundo de todos los tiempos»